La biomedicina no es una simple intersección entre biología y medicina, es un marco teórico y una institución global enraizada -de manera principal, aunque no exclusiva- en la cultura occidental y sus dinámicas de poder. La biomedicina incide en la manera en que la mayoría de las instituciones globales conciben las relaciones entre las ciencias biológicas y la medicina, por lo que influye de manera determinante en las distintas prácticas médicas occidentales y la infraestructura sanitaria a nivel estatal y global. Sus compromisos filosóficos centrales incluyen: (i) la comprensión de la salud y la enfermedad a través de entidades y procesos físicos y bioquímicos, (ii) la preferencia por técnicas experimentales y reduccionistas para adquirir y evaluar conocimientos relacionados con la salud, y (iii) la visión del cuerpo humano como una colección de partes y procesos subsidiarios.
Históricamente, la biomedicina se consolidó tras la Segunda Guerra Mundial, impulsada por los aumentos en la financiación pública para la investigación médica, la expansión del seguro médico y el crecimiento de la industria farmacéutica. Aunque elementos de la biología de laboratorio estaban presentes en la medicina desde el siglo XIX, su consolidación en la posguerra contrasta con tradiciones médicas anteriores, como la medicina hipocrática, que se basaba en la teoría de los humores y un enfoque más holístico.
Con respecto a sus compromisos metafísicos u ontológicos, la biomedicina asume que sólo existen entidades que sean perceptibles ya sea por nuestros sentidos o por medio de instrumentos de observación, y se enfoca en causas biológicas, químicas y físicas de las enfermedades, excluyendo entidades consideradas no científicas. Este enfoque ha generado debates sobre su “chauvinismo biológico” y su exclusión de procesos no alineados con su visión reduccionista del mundo. Esta concepción considera que los fenómenos de salud son la suma de las propiedades de sus partes constitutivas.
Desde un punto de vista epistemológico, la biomedicina valora la investigación experimental y a los ensayos clínicos aleatorizados como los principales medios para generar conocimiento médico -en particular, para establecer posibles relaciones causales entre las intervenciones médicas y la cura de las enfermedades mediante la relevancia estadística-. Sin embargo, este enfoque ha sido criticado por reducir la complejidad de la salud a variables individuales, ignorando factores sociales y culturales. La teoría bioestadística de la enfermedad, que define la salud como la capacidad funcional normal de un organismo, refleja este enfoque, aunque ha sido cuestionada por su limitada capacidad para abordar problemas más amplios de salud y bienestar.
Como institución global, la biomedicina ha generado debates sobre su impacto en la salud pública y su relación con los cambios socioeconómicos. Mientras algunos atribuyen las mejoras en la salud a los avances biomédicos, críticos como Thomas McKeown han mostrado que los cambios económicos y sociales han sido mucho más significativos: en particular, que el aumento en la esperanza de vida se correlaciona más con ciertas mejoras económicas de la población que con la efectividad de las intervenciones médicas.
A pesar de las críticas, la biomedicina sigue siendo el marco dominante en la investigación médica y en la práctica clínica. Quizá uno de sus mayores desafíos en la actualidad sea el integrar enfoques alternativos y más holísticos. La biomedicina debe abordar las críticas relacionadas con su enfoque reduccionista y explorar maneras de incluir dimensiones sociales y culturales. La evolución de la biomedicina como institución global dependerá de su adaptabilidad para incorporar enfoques holísticos que aborden la complejidad de la salud y la enfermedad en un contexto más amplio. Dado que en el ámbito médico se trata con personas, y con muchísima frecuencia se presenta la incertidumbre, se requieren habilidades como el ojo clínico y un conjunto determinado de virtudes, entre otras cosas más. Así, el profesionalismo médico puede ser definido en términos de principios éticos, valores, actitudes y conductas, los cuales serían el fundamento de la confianza que algunas personas tienen en los profesionales de la salud, y que deben ser sensibles a los cambios sociales. La desatención de estas cuestiones en la formación académica y permanente de los profesionales de la salud resulta algunas veces alarmante hoy en día bajo el amparo de la biomedicina.
Por último, las innovaciones biomédicas más recientes han dado lugar a una serie de problemas éticos que años atrás considerábamos cuestiones mucho más relacionadas con la ciencia ficción. Veamos un ejemplo. Uno de los problemas más destacados es el uso de la tecnología CRISPR-Cas9 para la edición genética. Esta técnica, que permite modificar con precisión el ADN, ha brindado esperanzas para el tratamiento de enfermedades genéticas incurables, pero también ha planteado preocupaciones, como la posibilidad de crear “bebés de diseño”. La capacidad de editar genes en embriones humanos plantea preguntas sobre la eugenesia moderna y el riesgo de agravar las desigualdades sociales. Algunos enfatizan que esta tecnología no debe ser controlada únicamente por élites científicas o corporativas, sino que debe involucrar a la sociedad en general para decidir colectivamente si y cómo debemos usarla para alterar nuestra genética y la de las futuras generaciones. Además, otros advierten sobre la necesidad de valorar la diversidad humana y evitar la tentación de buscar una “perfección” genética que podría llevar a una mayor homogeneización y disminución de la tolerancia hacia las diferencias. Además, el uso de CRISPR en humanos, sin una regulación estricta, puede llevar a consecuencias imprevistas, como la aparición de nuevas enfermedades genéticas o efectos secundarios imprevistos, lo que acentúa la necesidad de una reflexión ética profunda antes de avanzar en su aplicación clínica.