Para que no se manche tu ropa con el barro
de ciudades impuras, a tu pueblo regresa…
“Una viajera”, Ramón López Velarde
Estimado lector de LJA.MX, en la edición pasada te hablé de la estancia de Ramón López Velarde en Aguascalientes. Te comenté que el poeta jerezano inició su carrera literaria en El Observador, periódico fundado y dirigido por Eduardo J. Correa. Salió de esta ciudad en 1908, para estudiar en San Luis Potosí; sin embargo, conservó las amistades que aquí estableció durante sus años juveniles.
En esta ocasión, quiero contarte sobre la relación entre López Velarde y J. Correa. En particular, de las cartas que recoge Guillermo Sheridan en Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juveniles (1905-1913), publicado en 1991 por el Fondo de Cultura Económica. El ejemplar que llegó a mis manos, a través de una librería de viejo, venía con una tarjeta en la que se lee lo siguiente:
LUIS CORREA M. saluda muy cordialmente al Sr. José Ma. de la Paz Córdova y tiene el gusto de enviarle los dos libros de Don Eduardo J. Correa que acaban de publicarse. El del Partido Católico, fue escrito en 1916; y el de la Correspondencia entre Don Eduardo J. Correa y Don Ramón López Velarde, fué producto del encuentro de dichas cartas que yo conservaba en el archivo de mi padre. Se repite su s.s.
Efectivamente, Luis Correa Martínez, hijo de Eduardo J. Correa, fue el que facilitó a Sheridan “un viejo casseur atiborrado de correspondencia recibida ochenta años antes por su padre”. Asimismo, Jaime Correa, nieto de Eduardo, encontró en el sótano de su padre otra parte del archivo de Correa y parte de la biblioteca de José Villalobos Franco. Dice Sheridan:
¿Quién fue Villalobos Franco? Para empezar, el responsable inicial del hallazgo. Villalobos comenzó como escritor en las revistas juveniles de Aguascalientes junto a López Velarde, de las que salió para convertirse, durante décadas, en el factotum de Eduardo J. Correa: su jefe de redacción en periódicos, su administrador en los negocios, su amigo siempre. Metódico y fiel, dedicó sus últimos años, en la ciudad de México, a poner en orden el archivo de su antiguo jefe.
Es así, entonces, gracias, en primer lugar, a Villalobos Franco, después al hijo y nieto de J. Correa y, por último, a la labor de Guillermo Sheridan que tenemos este volumen. Un total de 47 cartas de Velarde a Correa y 19 respuestas de éste, fechadas de 1907 a 1913.
En la primera misiva, el poeta jerezano tenía solamente diecinueve años, mientras que el periodista tenía treinta y tres. En ella, Velarde felicita a Correa por el nacimiento de su hijo Luis y menciona que vió las producciones del “alto poeta don Amando Alba” en el “folletín del periódico”. Se refiere a Amando Jesús de Alba Franco, nacido en Encarnación de Díaz, Jalisco, a quien contactó gracias a Correa y con quien entabló amistad. En cuanto al “folletín del periódico”, habla de la “Lira aguascalentense”, sección literaria que Eduardo J. Correa publicaba en El Observador, donde aparecieron en octubre de 1907 poemas de Amando Alba. Velarde finaliza la carta mandando “recuerdos para los compañeros”, es decir, al grupo de amigos de la revista Bohemio.
De acuerdo a Sheridan, en El Observador Ramón López Velarde publicó una columna llamada “Semanales”, bajo el pseudónimo de Aquiles. No obstante, duró sólo cinco semanas, aunque siguió colaborando esporádicamente en el periódico y, posteriormente, en la revista literaria Nosotros, también de Correa. Es por ello que Sheridan afirma: “Su vida sentimental está arraigada en el Jerez de Fuentesanta, la estudiantil en San Luis y la periodística y literaria en Aguascalientes”.
La última carta que aparece en la correspondencia recogida por Sheridan es de noviembre de 1913. Como contexto a esta misiva, te recuerdo que Correa abandonó Guadalajara y su trabajo en el periódico El Regional, para mudarse a la Ciudad de México y dirigir La Nación. Correa consideró a Velarde para suplirlo en El Regional, como señala en una carta a Antonio Correa: “Creo que es una buena adquisición, pues es un joven culto, de inmejorable conducta”. No obstante, considera que debe “conservar las creencias de sus padres y que él recibiera en el Seminario”, pues “como consecuencia de su paso por las escuelas oficiales, se había liberalizado un poco”. Velarde no llegó a Guadalajara, pues de acuerdo a Correa:
El sábado iba ya a salir López Velarde, pero lo detuve porque la víspera escribió un párrafo en el que dijo algo que me pareció inconveniente, un resabio de los que ya te he hablado, de su paso por las escuelas oficiales; algo de lo que hoy se llama despreocupación, y vacilé en si debía de mandarlo o no a Guadalajara, vacilación en la que todavía me encuentro.
Sin embargo, en 1912 trabajó junto a Correa en La Nación durante varios meses e incluso establecieron juntos un bufete de abogados: “coinciden entonces en la misma casa de huéspedes, la misma sala de redacción, el mismo bufete”. En un artículo anterior (“Eduardo J. Correa, el periodista”), ya te comenté del fracaso que fue para Correa dirigir este diario católico. En cuanto a Velarde, decidió irse a San Luis.
Desde ahí escribe la última misiva, en donde comunica: “En lo económico, lo he pasado regular, exprimiéndole algo y algo a la profesión”. Tras interrogar a Correa sobre algunas “cuentas” en los “negocillos” que hicieron juntos, habla de los trabajos de política en los que andaba Correa y expresa su opinión “de despojar a la burguesía de toda su fuerza política y de su preponderancia social, y quizá hasta de efectuar científicamente una poda de reaccionarios, en especial de los contumaces”. Finaliza Velarde: “pone punto final su amigo que lo quiere bien y espera sus letras”.
Tras esta carta, Correa siguió a Velarde a San Luis. Entonces, trabajaron juntos en El Eco de San Luis. A principios de 1914, Velarde regresó a México para quedarse definitivamente y Correa regresó a finales del mismo año. Para Guillermo Sheridan, “a partir de ese momento, se inicia el desencuentro entre los dos amigos”. Correa consideraba que el joven, durante su paso por las escuelas oficiales, se había “liberalizado” y reprobó la vida “bohemia” que había adoptado en México:
Me encontré a López Velarde, feliz, en plena embriaguez de gloria. Poco ha necesitado su carácter ingenuo para sentirse satisfecho. La música del aplauso lo arrulla y sumerge en delicioso sueño. Dios quiera prolongárselo. En la cara se le ve una irradiación de su ventura interior. Yo me alegro de verlo dichoso, aunque me parezca que necesita un poco de Kempis… Ojalá y que el despertar no le sea muy penoso.
A pesar de lo anterior, la amistad entre Eduardo J. Correa y Ramón López Velarde fue estrecha. No es de extrañar, teniendo tanto en común. Ambos fueron amantes de las letras, católicos militantes contra el mal gobierno y abogados de profesión. Más importante aún, ambos influyeron en la carrera literaria del otro. Basta leer la Correspondencia para ser testigos de ello. Velarde, a pesar de ser mucho más joven que Correa, comenta con una rigurosidad crítica los poemas que el mayor le envía. Del mismo modo, la correspondencia ofrece una mirada a las lecturas que ambos hacían y, por tanto, evidencia sus afinidades literarias. Es de resaltar la fidelidad de Velarde a Manuel José Othón y Amado Nervo.
Tanto Velarde como Correa detestaban la metrópoli y sus ínfulas literarias; en cambio, defendían la literatura de provincia. Eso “los conduce a habilitar literariamente la alternativa regional, a reivindicar las hablas peculiares, la imaginación casera, el paisaje local, el drama asordinado del terruño”. Un terruño que, posteriormente, se convertirá en la obra lopezvelardeana en un paraíso perdido.
En 1921, Ramón López Valerde murió a los treinta y tres años. Eduardo J. Correa escribió, al respecto, una noticia necrológica. En ella resalta el cariño que le profesó a su amigo, aunque también el desprecio a la actitud de sus últimos años. El periodista prefiere mostrar su respeto y admiración por el joven escritor que colaboró con él en los distintos medios que dirigió, en lugar de enaltecer al poeta consagrado en el que se convirtió al final de su vida.
Para Correa, Velarde fue “el cantor de provincia, que tan singular emotividad sabía dar a la copia del más sencillo paisaje pueblerino y tan honda y fielmente interpretaba la sencillez de la vida sentimental de las lugareñas”. Recuerda sus inicios: “natural era que López Velarde hiciera sus primeras armas en un diario católico, y que nosotros nos sintiéramos orgullosos de que en nuestro campo surgiera un poeta que desde luego se iniciaba con personalidad propia y era saludado con espontáneos aplausos”. Pero “se dejó vencer por la tentación”, pues el “huracán revolucionario” lo llevó al “campo enemigo”. Correa no coincide con quienes aseguran que es “el poeta más grande de América”: “Reconocemos y aquilatamos su valor, pero juzgamos que equivocó el camino. Nos parece más admirable en sus principios que a través de Zozobra”. Finalmente, dirige al “bardo de la provincia” estas últimas palabras: “Duerma en paz el culto periodista, el vate inspirado, el amigo bondadoso, el compañero leal”.
Fuente: Sheridan, Guillermo. Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juveniles (1905-1913). Fondo de Cultura Económica, 1991.