Estimado lector de LJA.MX, en la columna pasada te hablé del primer periódico literario en Aguascalientes, fundado y dirigido por José María Chávez, La Imitación, en donde se publicó la primera novela aguascalentense de la que se tiene registro: Ángela y Ricardo de Antonio Cornejo. En esta ocasión, te presento un breve panorama de la literatura hidrocálida de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX.
Se pudiera clasificar como primera generación literaria al grupo conformado por Antonio Cornejo, Esteban Ávila, Jesús F. López y Macedonio Palomino, entre otros. La mayoría de ellos periodistas, políticos liberales y escritores. Las obras de estos primeros autores locales se inscriben en el movimiento romántico. La poesía de este periodo se caracteriza, como señala Ricardo Esquer, “por el apego a modelos ya establecidos para expresar contenidos de carácter religioso, amoroso o político”. En la narrativa, además de la novela, resaltan “la crónica y la sátira que, combinadas con el cuadro de costumbres y el sainete, fueron la expresión natural de la crítica adversa a los regímenes oficiales”. El teatro también se cultiva, sin embargo, carece de calidad y originalidad artística. Aunque el ensayo fue escaso, destaca el estudio histórico de Agustín R. González Historia del estado de Aguascalientes (1884).
La segunda generación estuvo marcada por el positivismo de finales del siglo XIX, con figuras como Manuel Gómez Portugal, José Herrán, Jesús Díaz de León y Ezequiel A. Chávez. En los textos de esta agrupación, menciona Esquer, “los temas, asuntos y estructuras románticas recibieron un tratamiento más elaborado, o se adoptó una actitud esperanzada en el porvenir”. Esta ideología del progreso cambia la manera de escribir, refinándose, al tiempo que las tendencias literarias se mezclan, “como el realismo y el naturalismo, al lado del romanticismo anterior y aun de un naciente modernismo”. En esta generación es importante nombrar a Julia Delhumeau de Bolado, autora de Actea: drama en cinco actos y en prosa (1895), el primer libro escrito por una mujer publicado en Aguascalientes.
Más adelante, vino una verdadera literatura local de la mano de Eduardo J. Correa, José Flores Vaca, Amando J. de Alba y Enrique Fernández Ledesma, mismos que tuvieron una relación cercana con el poeta jerezano Ramón López Velarde. Estos autores “valoraron la provincia como objeto cultural propio, en un clima general de renovación en las letras. El celo formal del modernismo encontró entre ellos seguidores entusiastas, ansiosos de transmitir las sensaciones que el nuevo siglo ponía al alcance de sus manos”.
En cuanto a la producción periodística, Díaz de León menciona, en un artículo de 1891, la existencia de 124 periódicos en la historia de Aguascalientes hasta esa fecha. Los clasifica en periódicos que sostuvieron su independencia, periódicos del Gobierno del Estado, periódicos políticos, periódicos científicos, periódicos literario-políticos-liberales y periódicos católicos. En la sección de periódicos literarios apunta 28 publicaciones, entre las cuales destacan: El Crepúsculo Literario (1860) y La Juventud (1863) de Esteban Ávila, La Libertad de México (1865) de Antonio Cornejo, La Primavera (1866) de Macedonio Palomino, El Porvenir (1890) y La Juventud (1891) de Eduardo J. Correa.
Sobre las sociedades literarias de la época, Agustín R. González señala que quizá la primera agrupación de este tipo fue la de “El Crepúsculo”, fundada en 1860 por Esteban Ávila, quien desde su posición como gobernador del estado favoreció la literatura. Otra de ellas fue “El Porvenir”, en 1874. Ambas sociedades publicaron su propio periódico.
Estos fueron los inicios de la literatura en Aguascalientes, en un periodo que comprende la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Es importante recordar y reconocer el esfuerzo que diferentes voces realizaron para construir una cultura propia, abriendo el camino para los escritores que vendrían después. En la próxima edición te estaré contando sobre una de las personalidades más representativas de nuestras letras, Eduardo J. Correa, que merece un capítulo aparte.