Sobre la autora
No van a creer cómo conocí a Lety: hace años mi jefe, entonces un político de relativamente primer nivel, me mandó a darle un regalo por su cumpleaños, nada excesivo, un presente bonito, sobrio, nada que se prestara a intentar o insinuar un chayote. Al llegar a la redacción del Heraldo, mi sorpresa fue mayúscula cuando la secretaria no solo no me quiso recibir el obsequio, sino que además me recomendó no intentar dárselo en persona, ya que no recibía ninguna clase de dádivas. Y sí, como podrán adivinar yo necio ahí voy a intentarlo, y obviamente me batió de forma magistral, un home run si usáramos el argot del béisbol.
En ese tiempo, mi jefe también me instruía compartirle toda la información que necesitara, y ahí sí Lety era abierta, escuchaba, pero además era audaz pues estaba a la caza de los datos que le permitieran hacer una nota, un reportaje, una primera plana, de las cuales tuvo muchísimas; y aquí fue el verdadero momento que comenzamos a conocernos. Con el tiempo, descubrí que le gustaban los viajes tanto como a mí, aunque ella haya recorrido casi todo el mundo y yo apenas un par de pueblos mágicos, pero comenzó la amistad, sobre todo cuando casualmente juntos tomamos un curso de italiano; ahí conocí a fondo que el viajar es su pasión, tal vez más grande que su amor por el periodismo, pues de este último se ha jubilado, pero creo que de los viajes nunca lo hará, incluso cuando decida abandonar este plano (porque ella va a decidir ¡ya nos demostró que es aferrada a esta vida!): la imagino brincando de un cielo a otro, un día en el Mictlán prehispánico, otro en el reino de Hades de los griegos, al siguiente en el Swarga hindú. A donde no va a ir es al infierno de Dante, ya que ha sido una buena persona en esta vida.
Por supuesto que esta viajera incansable tenía que conocer las Islas Marías cuando el presidente decidió hacerlas un destino turístico. Y aquí imagino la escena: Enviado presidencial en entrevista con el secretario de Marina: “Señor secretario, se necesita que su personal se dedique a dar servicios de turismo”. El secretario, formado por años en la dura disciplina militar: “Nuestro trabajo es la defensa del territorio nacional”, contesta el enviado presidencial. “Es una orden del señor presidente, comandante en jefe supremo de las fuerzas armadas mexicanas”. “Sí, señor”, finalizaría el alto funcionario.
Sobre las Islas Marías
De las Islas Marías supe desde edad temprana, cuando mi papá se hizo cursillista y en muchas de esas cintas que llevaba para escuchar en familia y fomentar el amor cristiano, llegó una donde un sacerdote hidrocálido apodado el padre Trampitas, narraba su apostolado de decenas de años viviendo como reo. Decían que esta cinta se grabó en Aguascalientes, pero ahora pongo en duda esa información. Claro que impresionaba su don de gentes, lo divertido de su charla, a pesar de lo complejo de los hechos que narraba.
No supe más de ellas, hasta que comenzaron las noticias de que AMLO cerraría este centro para transformarlo en p la isla, por ejemplo se está cayendo la famosísima salinera, esa que en la película de Pedro Infante, permite mostrar su perfecto torso; igual pasa con la calera o, incluso, el penal de máxima seguridad que está abandonado y que es obra del sexenio de Calderón. Y sí, los guías se esfuerzan por mostrar el despilfarro que el acérrimo enemigo del presidente Andrés Manuel hizo durante su sexenio en su fallida guerra contra el narco; en el fondo del enorme centro de acero, se escucha un eco: fue culpa de Calderón.
El libro
Lety ha escrito un libro singular, maravilloso y menesteroso, urgía una obra que reuniera en un solo texto las distintas piezas sueltas que giran, aún ocultas, en torno a esa leyenda que son las Islas Marías. La autora ha dividido el libro en tres partes, en la primera narra los primeros pasos en la construcción, la historia de los diversos dueños hasta que Porfirio Díaz la adquirió y la transformó en cárcel, entre otros datos de carácter geográfico, físico y ecológico.
En la segunda parte, nuestra autora se aboca a narrarnos los diferentes tipos de celdas, los difíciles días en la prisión, recordando por ejemplo cómo en la salina y la calera, que eran trabajos rudos, varios llegaban a morir. Por ejemplo, se dice que los enormes lentes de fondo de botella de Revueltas son resultado del reflejo del sol. Justo hace mención de un motín en las islas marías en 2013, donde se dice que había pilas de cadáveres apilados.
La última parte es de destacar, porque justo se concentra en narrar la historia del padre Trampitas, por cierto de esos hidrocálidos célebres olvidados, y cuya anécdota más recordada es cómo transformó a un delincuente contumaz, el Sapo, al cristianismo. Sus tumbas están juntas en aquel litoral mexicano. Y, bueno, en toda presentación tiene que haber críticas y es necesario hacerlo: nos deja con ganas de más, conocer más, saber más. Así que, Lety tendrá que volver a ir, para ampliar los datos y sacar un segundo libro. En suma, Las entrañas de las Islas Marías es un libro excepcional de una autora excepcional, gracias Lety, esperamos más historias de sus viajes.