Estimado lector de LJA.MX, alguna vez te has preguntado ¿cuál fue la primera novela publicada en Aguascalientes? Hoy te traigo la respuesta: Ángela y Ricardo de Antonio Cornejo. Se publicó por entregas en 1850 en el periódico La Imitación. La primera edición íntegra del libro se realizó hasta el año 2004 por la editorial Filo de Agua y el tiraje fue de tan sólo 500 ejemplares. El estudio introductorio es de Ricardo Esquer.
El contexto histórico de la obra fue la lucha por la autonomía del estado de Aguascalientes, que se consiguió definitivamente hasta 1857. Asimismo, la llegada de la imprenta en 1826 permitió la difusión de los ideales liberales y logró que la literatura local fuera ganando espacios. De esta forma apareció La Imitación. Periódico de literatura, bellas letras y artes, fundado y dirigido por José María Chávez, en donde se publicó Ángela y Ricardo.
Antonio Cornejo, el autor, nació en esta ciudad el 6 de julio de 1821. Sus padres fueron José María Cornejo y Juliana Fuentes. Trabajó como tipógrafo en el taller de José María Chávez. Militó en el partido liberal, llegando a ser diputado del Congreso del Estado y jefe de Hacienda Federal. Colaboró en varios medios de la época y dirigió La Libertad de México (1864-1866) y La Voz de Aguascalientes (1876). Murió el 29 de noviembre de 1885.
Ángela y Ricardo es una novela breve de cuatro capítulos, dedicada a D. Camilo Moreno (amigo de Cornejo). Narra la historia de un amor imposible con final trágico. Venecia es el escenario, en temporada de carnaval. Lo anterior permite al autor jugar con el elemento de la máscara: los personajes muestran un rostro mientras ocultan otro.
A continuación, te presento un breve resumen del libro.
El primer capítulo introduce a un par de gondoleros que, en la primera noche de carnaval, navegan las aguas del Adriático. Sileno, el mayor de ambos, le narra a Stéfano la historia de Pazzoni, actual señor de Santa Croce, a quien sirvió en el pasado. Éste fue un joven adinerado que se casó con una humilde dama, a quien parecía amar. Sin embargo, al irse a Palestina para participar en las cruzadas, conoció a otra mujer a la que sedujo y después abandonó. Sileno cuenta cómo él decidió desertar para dedicarse a viajar y, cuando se cansó de la vida errante, regresó a Venecia. Entonces se reencontró con Pazzoni, quien ahora es senador y padre de Ángela, hija que tuvo con su esposa al regresar de Palestina.
El segundo capítulo se centra en nuestros protagonistas: Ángela y Ricardo. Los amantes se reúnen, a escondidas, en la habitación de la dama en el castillo de Santa Croce. Ahí se declaran su amor con tiernas palabras, sin embargo, Ángela siente un “presentimiento vago, indefinido, una aflicción sin nombre, pero que no por eso deja de ser funesta”, como si una horrible desgracia estuviera a punto de suceder. Ricardo desestima los temores de la muchacha y goza del amor que le tiene, uno que sólo puede compararse con el que sentía por su madre.
Es así que le cuenta a Ángela sobre Rosa, su madre, apodada la “Flor del valle” por su hermosura e inocencia. Ella fue siempre cariñosa con él; no obstante, una melancolía iba consumiéndola poco a poco, sin que Ricardo supiera la razón. Hasta que un día decide contarle su historia, cómo siendo hija única de un labriego y siendo adorada por todos, cede a las “engañosas promesas” de un “hombre sin corazón”. Éste la deja a su suerte y cae en deshonra, pues “el mundo, ese terrible censor, que presenta todas las fases en su justicia, para la mujer no tiene compasión, y menos para la mujer del pueblo”. En un ambiente de soledad y pobreza da a luz a un hijo.
Cuando Rosa termina su relato, le dice a Ricardo que si alguna vez conoce a su padre debe venerarlo y comentarle que ella lo perdonó. Le entrega un relicario con el retrato del hombre, para que pueda reconocerlo. Tras eso, muere en sus brazos. Ricardo menciona que conservó el relicario, a pesar de que nunca se atrevió a mirar la imagen, pues representaba para él más bien un recuerdo de su querida madre. Le permite a Ángela observar el retrato, pero cuando está a punto de hacerlo Ricardo tiene que huir ante el temor de ser descubierto. Ángela se queda con el relicario.
En el tercer capítulo, regresamos con Sileno y Stéfano, quienes recogieron a cuatro enmascarados. Conversan con ellos hasta que divisan la barca de Ricardo, que volvía del castillo, y uno de los tripulantes inicia una acalorada discusión con él. El asunto termina con los dos retándose a un duelo a muerte que tendría lugar al siguiente día. Sileno descubre que el enmascarado se trataba de Pazzoni, padre de Ángela y señor de Santa Croce.
En el cuarto y último capítulo, Sileno y Stéfano tratan encarecidamente de impedir el duelo. El más joven busca a Ricardo y el viejo gondolero se dirige al castillo para hablar con Ángela. Cuando llega, escucha cómo la muchacha le confiesa al padre Ambrosio su romance con Ricardo y se devela el gran secreto: la joven, al observar el retrato del relicario, descubrió que su padre y el de su amado eran el mismo. Sileno, entonces, le comunica lo que está pasando y corre hacia el Lido para detener el enfrentamiento. Sin embargo, llega sólo para ver a Ricardo morir, pronunciando en su último suspiro el nombre de Ángela y el de su madre Rosa. Murió sin saber la verdad y su cuerpo es tirado al agua. Sileno, que quería al joven como a su propio hijo, jura vengarse.
Por último, Pazzoni escucha que su hija se encuentra expirando, debido a un inmenso pesar, y va rápido a su encuentro, pero Ángela ya había fallecido. Exige una explicación de lo que pasó y Sileno, que lo había seguido, le cuenta todo y lo culpa de la muerte de los jóvenes. Se libra una lucha entre ambos hombres y sabemos que al final uno de ellos cae en las aguas del Adriático. A la mañana siguiente, a las orillas de los canales, se encuentran los cadáveres de Pazzoni y Ricardo, padre e hijo. Stéfano y Sileno huyen de Venecia.
Esta es la trama de la primera novela aguascalentense. ¿Qué te parece? ¿No te recuerda un poco a Romeo y Julieta? Evidentemente, Antonio Cornejo imitó el estilo de los autores europeos. Sería hasta años después, como señala Ricardo Esquer, cuando aparezcan “los primeros rasgos del afán por lo propio, expresados, con todos sus sesgos, en la historia del estado escrita por Agustín R. González, las novelas de Jesús F. López y las memorias de algunos personajes, muchas de ellas inéditas”.