Creo que se llama anemoia, ese extraño fenómeno de extrañar algo que nunca vivimos, y sucede que es más frecuente de lo que quizá pudiéramos suponer, echar de menos momentos, lugares, circunstancias, incluso personas a las que no conocemos y que vivieron en otro tiempo diferente al nuestro, y en geografías distantes. Pues bien, algo así me pasa cuando pienso en la segunda mitad de los años sesenta.
Yo era un niño cuando surgieron los hippies, ya en mi adolescencia, escuchaba que los adultos decían que eran una bola de gruñidos desarrapados, indecentes, y esto en el mejor de los casos. Recuerdo que en la Feria Nacional de San Marcos había una terraza, así les llamaban antes, que se instalaba en el costado norte del Jardín de San Marcos, más o menos afuera de lo que era el Centro Social Los Globos, y que hoy es un estacionamiento público, bien, pues esa terraza se llamaba Infierno Hippie y recuerdo que en más de una ocasión vi a señoras, principalmente señoras, que evitaban pasar por ahí, como si de evitar un foco de infección se tratara, yo no entendía por qué, pero veía en el decorado de esta terraza cosas que me agradaban, recuerdo ahora a la distancia que entre lo que veía estaba el legendario logo de los Rolling Stones, o un inconfundible perfil de Jimi Hendrix sacrificando en fuego su Fender Stratocaster, y generalmente, en las mañanas, que era cuando yo pasaba por ahí, estaban haciendo el aseo y tenían música, y eso era lo mejor, lo que yo escuchaba me parecía maravilloso, no sabía qué era, pero el sonido me gustaba, después supe que eran músicos como Janis Joplin, Hendrix, The Doors, Creedence, entre otros.
En la primaria también escuchaba comentarios de mis maestros, de alguno, no de todos, que el rock era cosa diabólica y cosas por el estilo, pero no me quiero entretener más en esto, a lo que quiero llegar es que poco a poco, por mis amigos en la escuela, por el gusto de mi papá por The Beatles, Bill Haley y sus Cometas, Little Richard, y un poco Elvis, me fui interesando en el rock hasta que se convirtió en una forma de vida, en una declaración de principios, y así, cuando los grandes eventos del rock ya eran parte de la historia, yo empecé a interesarme por todo esto.
Cuando tenía como 19 o 20 años, hablo de 1982 o 1983, tuve esa extraña sensación de que había llegado tarde a la vida, que mi cita con la historia había sido por lo menos 17 años antes, y yo apenas me estaba dando por enterado de que a finales de los años 60 existieron unos jóvenes que representaron la más importante, revolucionaria y artísticamente creativa generación en toda la historia del siglo XX y lo que va del XXI, como todo movimiento contestatario y “peligrosamente” revolucionario, habían sido perseguidos, difamados y, a veces, destruidos, pero el legado se queda y permanece por siempre. En México fue Tlatelolco, en Europa tenemos los testimonios de Praga, cuando se buscaron reformas para otorgar más garantías y libertad al pueblo de lo que entonces era Checoslovaquia contra la tiranía comunista soviética que sofocó violentamente las protestas, en París tenemos lo que hoy conocemos como el Mayo Francés, sin duda 1968 fue el año que más sacudió y cimbró la estructura social desde sus aparentemente sólidos cimientos, más tarde, el 4 de mayo de 1979, en la Universidad Estatal de Kent, en Ohio, Estados Unidos, muchos jóvenes que protestaban por la intervención de su país en Vietnam y Camboya, fueron sometidos violentamente, y asesinando a cuatro estudiantes de esta universidad.
Todas estas protestas tenían una banda sonora, el rock representó un modo de expresión para estos jóvenes inconformes con lo que estaban viviendo, algunas canciones se convirtieron en himnos que representaban los ideales de esta generación, Blowin’ in the Wind de Bob Dylan, por ejemplo, fue un estandarte que musicalizó aquellos ideales que después de seis décadas, siguen vigentes.
Y es que este ambiente efervescente, este flujo de ideales, de principios, de sueños tuvo una cuna, un origen y claro, sus protagonistas, todo empezó en el mítico, y hoy legendario cruce de las calles Haight y Ashbury, en la ciudad de San Francisco. Durante tres o cuatro años se creyó que todo era posible, y que todo se conseguiría sin violencia, decía Lennon: “Love is the answer”, y The Beatles insistían con esta suerte de mantra que dice: “All you need is love”, Scott McKenzie nos invitaba a ir a San Francisco usando flores en el cabello y el símbolo de amor y paz era el saludo común, como una carta de identidad entre estos jóvenes de la segunda mitad de los años sesenta.
Todo esto sucedía cuando yo tenía entre 4 y 7 años de edad, es decir, entre 1967 y 1970, yo no tenía idea de lo que sucedía entre el 16 y el 18 de junio de 1967 en la localidad de Monterey, California, a 200 kilómetros al sur de San Francisco, pero fue entonces cuando poco más de 50 mil personas se reunieron para celebrar el gran acontecimiento de la vida con tres días de excelente rock, ahí justamente surgieron figuras que hoy son legendarias en el rock, como Janis Joplin y Jimi Hendrix que participó en el festival por insistencia de Paul McCartney, entre muchos más.
Yo no lo viví, supe de esto muchos años después, pero hoy, a mis 61 años de edad sigo sintiendo nostalgia por eso que no viví, que no conocí, anemoia le llaman.