Los cinco discos que definieron mi melomanía | El banquete de los pordioseros por Rodolfo Popoca Perches - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Hace unos días me invitaba mi amigo Lalo Valtierra, músico y colega en los medios de comunicación, a publicar en redes sociales los 20 discos que habían sido culpables, vamos a decirlo así, de mi amor por la música, y no es que no hubiera querido hacerlo, el trabajo me parece divertido, es que soy muy olvidadizo y desidioso, y la verdad sabía que no iba a cumplir con el reto de publicar diariamente la portada de un disco importante en mi vida durante 20 días, imagínate, es casi un mes, lo veo complicado, así que mejor decidí darme a la tarea de escribir algunas líneas en mi columna semanal publicada generosamente en este medio y reducir de 20 a 5 discos fundamentales en mi irreprimible pasión por su majestad la música. 

Ahora bien, hablar de discos, así como un producto terminado y publicado, puede funcionar en el rock, en el jazz, en el blues y en casi todas las expresiones de música popular, pero no es exactamente muy funcional en la música clásica, o culta o erudita o como prefieras llamarle, en todo caso tendríamos que hablar de versiones, por ejemplo, ¿cuál es la mejor versión grabada del corpus de las nueve sinfonías de Beethoven?, habrá quien prefiera a Herbert von Karajan, otros a Arturo Toscanini, por supuesto las realizadas por el gran Lenny (Leonard Bernstein con la Filarmónica de Nueva York), en fin, la música de concierto merece otro trato. Indico este antecedente porque en mi lista de los 5 discos que me propongo compartir contigo, habrá algunas grabaciones de la gran música de concierto, así que iniciamos.

Recuerdo que cuando yo era niño, tendría unos 10 años de edad, mi mamá le regaló a mi papá en un cumpleaños, una extraordinaria grabación en una caja de tres discos, evidentemente en vinil, de las sinfonías 7 y 9 de Beethoven y algunas oberturas, entre ellas Egmont, la favorita de mi papá, Coriolano y alguna de las Leonoras, no recuerdo cuál. La grabación fue con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México y la dirección del maestro Fernando Lozano. Pues bien, esa caja de tres discos compactos que incluía un folleto con la información de las obras contenidas y la letra en alemán y su traducción al español de la Oda a la Alegría (An die Freude) de Friedrich von Schiller, representó para mí algo fundamental en mi amor por la música clásica, si bien yo escuchaba con mi papá algunos de los grandes maestros de la música en casa, ese disco que desde que acompañé a mi mamá a comprarlo en una tienda que estaba, creo que todavía está, entrando a la Casa de la Cultura, en el zaguán a mano izquierda, me llamó poderosamente la atención. Mi mamá me hizo prometer solemnemente que no le diría nada a papá del regalo, pero yo ya ansiaba escucharlo, ese disco fue entonces determinante en la definición de mis gustos musicales.

Otro disco que resulta imprescindible para entender mi desbordada melomanía es Quadrophenia, ya sé que no es el mejor disco de The Who, es el sexto en su discografía y se publicó en octubre de 1973, y definitivamente sí es el que más me sacudió, al extremo de que yo podría definir mi gusto por el rock en antes y después de Quadrophenia, recuerdo que desde que leí un artículo publicado en la revista Conecte, ¿la recuerdas?, sobre la película que se realizó en 1979 fue para mí algo así como una obsesión, cuando fui a ver la película con mi amigo Alejandro Arenas Martell, puedo decirte con convicción que al salir del cine yo ya no era el mismo que había entrado un par de horas antes, ahora el rock se abría en mi horizonte como un inmenso abanico de inagotables posibilidades.

Siguiendo en el rock, imposible no mencionar a Pink Floyd, en ese mismo 1979 yo tenía 16 años de edad, y por si la sacudida de Quadrophenia no fuera suficiente, ahora tenía ante mí el álbum The Wall de estos ingleses que no tardarían en convertirse en una de mis cuatro o cinco agrupaciones favoritas. El impacto de La Pared en mi gusto por el rock fue algo demoledor, aunque la película apareció hasta 1982, pero la semilla ya estaba sembrada. 

Otro disco, de esos que desde la primera audición me desconcertó primero, y después me fascinó, es Bitches Brew que Miles Davis grabó en 1969. Yo creo que todavía estaban levantando los escombros regados por toda la granja de Bethel después del Festival de Woodstock, cuando Miles Davis, acompañado, más que por una agrupación de jazz, entró al estudio de grabación en Nueva York con una especie de ensamble de música de cámara contemporánea listos para grabar uno de los discos más influyentes y sorprendentes en la historia de la música. El trabajo es excelso con una suerte de Dream Team del jazz, el disco lleva a Davis a posicionarlo como un verdadero genio. 

Y como el espacio se agota y las ideas siguen fluyendo atropelladamente, me voy al quinto disco que ha definido con puntualidad mi desbordada pasión por la música, es la única producción doble oficial en la discografía de The Beatles, me refiero al llamado Álbum Blanco cuyo nombre oficial es simplemente The Beatles. Lo sé, no es el mejor en su discografía, ni siquiera es el que más me gusta, prefiero el Abbey Road, pero este disco que escuché hasta dejar chata la aguja del tocadiscos, me dio, digámoslo así, el nivel de licenciatura en mi siempre creciente melomanía. 


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