La cultura nos envuelve como una gran esfera de signos comunicativos que tienen en la palabra su vehículo más inteligible para entender e interpretar el entorno social en que nos movemos y somos. ¡Alto! ¡Espere! ¡Siga! Es el código básico para desplazarnos con orden en comunidad. La palabra hablada es el medio sonoro más generalizado del homo sapiens para comunicarse con sus semejantes; y esa cadena comunicativa construye el lenguaje como una compleja red capaz de unir el espacio social, como uno significativo y abierto a la comprensión inteligente. Por ello una lengua identifica a una sociedad. Esta primera gran abstracción del encuentro e intercambio humano nos sitúa a la base de la cultura popular, cuya observación hoy expresa dos sucesos preocupantes.
- Primer suceso cultural preocupante
Hablamos hoy de cultura popular, motivados por sucesos públicos que ocurrieron esta semana y que aluden a un tipo de signos lingüísticos que coexisten de manera inequívoca con una de nuestras subculturas populares: la creencia en la Santa Muerte. Una particular visión del mundo que trata de representar simbólicamente el tránsito del movimiento vital a su cesación en el tiempo y en el espacio. Su representación gráfica es un esqueleto humano, arropado al estilo medieval de una túnica con capucha, y sujeto a una veneración cuasi-religiosa, con calidad de una deidad benefactora y protectora para sus seguidores; hacia sus infieles, descreídos o ateos puede manifestar castigo, terror, daño perenne.
Este fenómeno antropológico y social, antecede al México colonial y tiene raíces en culturas autóctonas, pero en cuya fusión cultural evolucionó en un sincretismo religioso. En donde confluyen elementos simbólicos de ambos códigos culturales. Veneración a la Muerte con representación de un esqueleto, al que se venera y se le ofrendan prendas similares a cualquiera otra figura de “santidad”, en el mundo de la cristiandad, incluso las oraciones cristianas como los “padre-nuestros” y las “aves-marías”, etc. Ya en el siglo XXI, ese mismo elemento del arcaico colectivo de 500 años, sigue teniendo vigencia en una subcultura popular.
Es en el indomable barrio capitalino de Tepito, en la CDMX, donde la Santa Muerte ha encontrado su nicho de presencia y acogida. Si atendemos al principio sociológico del análisis de las culturas, respecto del que “la religiosidad popular es la cultura popular”, entonces comprenderemos que determinadas costumbres, tradiciones y prácticas son los emblemas que representan a una población particular, a la que le brindan sentido de identidad y pertenencia. Forman parte de la ideología o visión del mundo que les da sentido de unidad y los cohesiona en un núcleo comunitario.
El otro asunto, desde el cual es visto un fenómeno como éste, tiene que ver con la “cultura dominante” de una sociedad, para el caso, la mexicana genéricamente dicha. En efecto, nuestro anclaje social en la cultura tradicional cristiana occidental, transportada de España, hace de una manifestación cultural como la mencionada, una excepción que encuentra su sitio en algún espacio de su sistema de tolerancia preestablecido. Sistema que no es otro que una especie de gradiente organizado en círculos concéntricos sucesivos.
En donde el círculo más íntimo comprende el nivel máximo de tolerancia. Para ejemplificar, pongamos el caso de la música. Ese nivel profundo, lo ocupa el folklore nacional, el siguiente lo ocuparía la música clásica de nivel mundial, y el jazz, la música sacra, el siguiente la música pop vigente -Madonna, Taylor Swift-, el que sigue la canción libertaria, la trova o de protesta, luego la expresión etnocéntrica del godspell o blues, seguida por la de ruptura generacional como el rock-and-roll, a la que siguen como ondas expansivas las oleadas de subgéneros como el reggaetón, los narcocorridos, el perreo, etc. Este gradiente marca el grado de tolerancia musical para una sociedad contemporánea.
En el caso de análisis de la Santa Muerte, su sitio está fuera del margen de tolerancia de la cultura dominante; y así lo es debido a los elementos transgresores de una “normalidad” societal: para comenzar, el culto mismo a la muerte/negación de la vida; ocupar el espacio social de la violencia, el crimen, el menosprecio de la vida humana inocente, la sujeción y dominación del otro por la cruda fuerza física o psíquica del poderoso. El agente capaz de causar dolor, sufrimiento, privación, soledad, sometimiento, hasta la aniquilación. La prevalencia de la enajenación mental, física, neurobiológica o química. Por ello, el nivel de tolerancia social hacia este tipo de práctica social es el mínimo y el más extremo.
Ahora bien, este fin de semana pasado, Morena causó polémica tras publicar en sus redes sociales la imagen de una playera con una calavera y una leyenda alusiva al presidente Andrés Manuel López Obrador, “Un verdadero hombre no habla mal de López Obrador”, internautas revivieron un video de Jenaro Villamil presumiendo ésta. Valiéndose del Tik-Tok, el periodista, escritor y titular del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano (SPR) presumió ‘la camiseta de la chaviza’ (Fuente: El Universal. https://shorturl.at/bmP07). La imagen de la Santa Muerte y el signo de silencio con el cruce del dedo índice descarnado sobre los labios, más la leyenda.
El efecto comunicativo es inequívoco, la Santa Muerte ordena: ¡el nombre de López Obrador no se pronuncia en vano! ¡A callar! Evidente ‘epización’/exaltación de una persona mediante una alabanza épica. El chistorete, si así lo pretendió Jenaro Villamil, no queda allí. Viniendo del lugar socio-comunicativo que ocupa, al más alto nivel del Estado Mexicano. Siendo él mismo el funcionario de primera que se pronuncia, con el referente semiótico que eligió y el mensaje expreso que articula, su línea comunicativa vibra en el sentido de una prohibición irrestricta: no hablar mal de López Obrador, autoridad suprema del Estado. ¡A callar!
El juego es válido hasta donde los participantes acepten sus reglas. Regresemos al origen, una cosa es el fenómeno cultural en análisis, el culto a La Santa Muerte, manifestación simbólica de un colectivo social subalterno a la sociedad mayoritaria, pluriétnica y multicultural dominante, en ejercicio de su natural expresión contracultural o subalterna; y otra muy distinta es el uso instrumental de su identidad con un propósito sociopolítico manifestativo de fuerza y de sujeción al imperio de voluntad del bloque histórico o grupo en el poder.
El incidente no tendría mayor importancia, si no fuera por la hipócrita simulación propagandística de Palacio Nacional, para ostentarse como ajeno a una expresión de religiosidad popular, La Santa Muerte, a la cual dice respetar -desde la cumbre cimera del Estado Laico-, pero a la que utiliza como medio sub sirviente de su interés hegemónico para acallar la crítica sociopolítica enderezada al jefe de estado. Y con ello emplazar a la cultura de exaltación de su personalidad.
Además, y no es el problema menor, su abusivo uso instrumental de mensaje velado, como amenaza bajo violencia contra el adversario, y sumo riesgo de ser desaparecido del tiempo y del espacio, o simplemente aniquilado. Esto es lo que verdaderamente indigna, el torcido y relamido gesto ladino, de decir una cosa queriendo decir otra, “vaya que son pendejos”, López Dóriga dixit. Esa permanente actitud de engañar con mil zalamerías, pero atacar por la espalda y, entonces sí, guardar riguroso silencio. Como bien identifican nuestros pueblos originarios, el verdadero cashlán/ladino es el “blanco” mestizo o criollo con poder, y no el indígena precolombino. En lenguaje llano y simple el propósito retorcido del grupo en el poder es asestar al colectivo del pueblo mexicano, que define como su adversario, una puñalada trapera. Con todo el peso de su significado. Según la RAE, ”puñalada trapera” es “herida, lesión o desgarrón grande, hechos con un puñal, un cuchillo, o algo semejante” en su primera acepción. En su segunda significa “traición, jugarreta, mala pasada”. La “puñalada” como metáfora la puede entender casi todo el mundo. (Fuente: El Debate. Fundado en 1910.https://shorturl.at/gvFJQ).
- I Segundo suceso cultural preocupante
El asunto de fondo es medido y reseñado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), por medio del módulo sobre lectura (MOLEC), y publicado en su comunicado de prensa número 235/24. 23 de abril de 2024. Página 3/19.
Sus principales resultados. De acuerdo con la información recopilada en febrero pasado, a través de la aplicación del MOLEC se recolectaron datos sobre la lectura de cinco tipos de materiales, y periodos específicos para cada uno: libros en el último año; revistas en los últimos tres meses; periódicos en la última semana; historietas en el último mes; y páginas de Internet, foros o blogs en la última semana. Los resultados muestran que 69.6 % de la población alfabeta de 18 años y más, en áreas urbanas, declaró haber leído al menos uno de estos materiales de lectura.
Lo notorio es que: El porcentaje de población lectora disminuyó 14.6 puntos porcentuales entre 2015 y 2024. No obstante, respecto al dato de 2023 se observa un ligero aumento de 1.1 puntos porcentuales, 68.5% a 69.6%.
El descenso de la población lectora fue más notorio en hombres, cuyo indicador pasó de 86.7 % en 2015 a 69.9 % en 2024. En las mujeres, este indicador pasó de 81.9 a 69.3 por ciento. La brecha en el porcentaje de población lectora entre hombres y mujeres se cerró de 4.8 puntos porcentuales en 2015 a 0.6 en 2024.
Por grupos de edad, la población lectora que registró el mayor descenso fue la de 45 a 54 años, con 20.1 puntos porcentuales. La de 18 a 24 años presentó el menor descenso, con 6.5 puntos porcentuales.
De los materiales que se leen
Con relación a los materiales, en 2024 los libros fueron los más leídos, con 41.8 por ciento. Siguieron las páginas de Internet, foros o blogs, con 39.4 %; revistas, con 21.7 %; periódicos, con 17.8 % e historietas, con 4.6 por ciento.
- En comparación con los datos de 2015, las revistas y periódicos tuvieron la mayor disminución: de 25.5 puntos porcentuales en el caso de revistas, y de 31.6 puntos porcentuales en la categoría de periódicos.
La lectura de periódicos disminuyó 31.6 puntos porcentuales, al pasar de 49.4 % de la población lectora en 2015 a 17.8 %, en 2024.
Resulta paradójico que yo escriba esta columna para un periódico local y reseñe al mismo tiempo el preocupante asunto de la baja de lectura de periódicos por la población en general; para tratar de generar conciencia sobre la importancia de la lectura, en la formación de una cultura de fomento intelectual, como supuesto imperativo de una persona más informada, y con mejor instrumental para su crecimiento propio y el colectivo de su comunidad de origen.
Bien, pese a lo descorazonador de un cometido así, no podemos claudicar de la convicción de que el homo sapiens al que hemos evolucionado, se ha superado cualitativamente gracias al aporte que le da su maravilloso instrumento biopsicofísico que es su cuerpo, especialmente su excepcional cerebro y la sorprendente contribución que le han dado su manos que abren el mundo de las tecnologías más sofisticadas; y todo el potencial sea dicho de su “cinco sentidos”. Adentrarme un poco a la psicología experimental me abrió al universo de la vibración universal como medio de conocimiento y dominio del entorno. ¿Sabía usted que una gota de perfume derramada en una habitación puede ser captada a decenas de metros de distancia e indicar inequívocamente su ubicación? El dato más fascinante e intrigante del ser humano es su capacidad de pensar. Sólo imaginar la palabra y conectar inmaterialmente con la idea mental que es su esencia, parecería demencial si no fuera verdad.
Leer es captar ópticamente un signo escrito, que de inmediato nos remite al concepto que define su ser; el que podemos comparar con otro concepto y de su vínculo hacer un juicio, dos ideas conectadas bajo una significación inteligente; ese vínculo lo podemos elevar a un raciocinio, es decir, a un juicio de juicios, y desde ellos crear la arquitectura de un conocimiento nuevo. El simple acto de leer desencadena una vertiginosa red de conexiones o desconexiones significativas que nos llevan al conocimiento de nuestro mundo. Nuestro comando existencial no depende del instinto animal -maravilloso de por sí-, sino del pensamiento abstracto, intuitivo, inmensamente creativo, generador de ideas; de ellas ya decía el sabio Platón: son universales, perfectas y eternas.
El contexto electoral en el que estamos hoy, nos ha hecho ver con ojo crítico dos sucesos culturales preocupantes: el uso ladino y trapero de la Santa Muerte, como un medio de enajenación política cultural de masas; y, por ausencia u olvido, el fenómeno del abandono de la lectura, como una omisión intencional de política educativa de un sexenio notoriamente anti-cultural, y por tanto, anti-intelectual. A ese interesadísimo grupo en el poder le conviene una población no pensante, no lectora, y por eso proclama que está feliz, ¡feliz! ¿Pero, y usted?