Octavio Paz se refería a la modernidad en los siguientes términos: “¿Qué es la modernidad? Ante todo, es un término equívoco: hay tantas modernidades como sociedades. Cada una tiene la suya. Su significado es incierto y arbitrario… Un nombre que cambia con el tiempo… La modernidad es una palabra en busca de su significado”. Pese a su equivocidad, la modernidad sigue presente, la perseguimos. Continúa Paz: “Perseguimos a la modernidad en sus incesantes metamorfosis y nunca logramos asirla. Se escapa siempre: cada encuentro es una fuga. La abrazamos y al punto se disipa: sólo era un poco de aire. Es el instante, ese pájaro que está en todas partes y en ninguna. Queremos asirlo vivo, pero abre las alas y se desvanece, vuelto un puñado de sílabas. Nos quedamos con las manos vacías”.
A pesar de que la modernidad presente un sinnúmero de metamorfosis, y de que sus distintas transformaciones nos impidan atrapar su sentido primigenio, el espíritu moderno parece tener un punto de encuentro, algo común a sus distintas facetas. Marshall Berman parece implicarlo de la siguiente manera: “Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos a una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire”.
La vorágine moderna sumerge al ser humano en una serie de contradicciones, las cuales la hacen parecer una equivocidad cultural. Sin embargo, este cúmulo de contradicciones y esta vorágine en constante flujo y desunión, como dice Berman, unen a los humanos en la modernidad. En este sentido, la modernidad siempre presenta paradojas, y ésta es su constante. Así, para Berman, ser moderno es “ser, a la vez, revolucionario y conservador: vitales ante las nuevas posibilidades de experiencia y aventura, atemorizados ante las profundidades nihilistas a que conduzcan tantas aventuras modernas, ansiosos por crear y asirnos a algo real aun cuando todo se desvanezca”.
Este torbellino moderno hace que el sujeto busque un suelo donde pararse. En la modernidad se cuestiona tanto a las tradiciones heredadas del pasado como a las nuevas que se plantean en sustitución de las anteriores. Esta búsqueda de lo sólido en un ambiente de evanescencia se vuelve lo común a toda modernidad.
En la modernidad, la búsqueda de un asidero en el caos se refleja de una manera eximia en La nueva Eloísa de Rousseau. En ella, el protagonista Saint-Preux le escribe a su amada Julie: “…estoy comenzando a sentir la embriaguez en que te sumerge esta vida agitada y tumultuosa. La multitud de objetos que pasan ante mis ojos me causa vértigo. De todas las cosas que me impresionan, no hay ninguna que cautive mi corazón, aunque todas juntas perturben mis sentidos, haciéndome olvidar quién soy y a quién pertenezco”.
En el significativo texto de Rousseau se plantean varios problemas característicos del entonces naciente espíritu moderno: la agitación de la vida moderna, la búsqueda constante de algo a que asirse sin encontrarlo, la crisis de la individualidad… Saint-Preux busca en este tumultuoso caos algo sólido, sin embargo, dice: “…sólo veo fantasmas que hieren mi vista, pero desaparecen en cuanto trato de atraparlos”. Asirse a lo sólido, en carencia de convenciones, es la constante moderna. Aunque su contraparte es la dificultad o imposibilidad de lograrlo con éxito. Ésta es, dice Berman, la atmósfera en la que nace la sensibilidad moderna.
Una de las manifestaciones más vivaces y ricas del espíritu moderno es presentada por Marx en su Manifiesto del partido comunista: “Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres al fin se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”.
La modernidad se proyecta hasta hoy como una serie sintomática donde entra en crisis el pasado y sus convenciones. Pero ¿cómo se podría caracterizar la faceta moderna en la que hoy vivimos? ¿Seguimos siendo modernos? Preguntas nada sencillas.