De los productores agropecuarios, los más sufridos e incomprendidos son los que estructuran el sector lechero.
Los consumidores, sobre todo urbanos, no se forman la más mínima idea de lo que cuesta en materia económica, pero más que nada humana, el producir en México un litro de leche, ese que cómoda, y muchas veces inconscientemente, beben como uno de los productos de la llamada oficialmente “canasta básica”.
Fue a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari que comenzó un ingrato e interminable calvario para los estableros. Cada año pasan por una crisis severa, sin embargo, este 2024 tal crisis es la más cruda de cuantas se tenga memoria.
La mayoría, incluidos los propios productores, ignoran la raíz de semejante destanteo. Los medios masivos de comunicación también ignoran la causa, y los que la saben la callan.
La realidad es que, bajo la complacencia de las autoridades federales, a lo que nos va quedando de país –la patria hace mucho se perdió- se importan millones y millones de toneladas de lecha en polvo provenientes, sobre todo, de Estados Unidos.
Esta “leche”, de dudosa calidad, resulta por demás “barata”, lo que orilla a las fábricas de lácteos a preferirla para la elaboración de los diversos subproductos –helados, mantequillas, quesos, cremas, etcétera-, por encima de la producida en este otrora “Cuerno de la Abundancia”.
Todo comienza hipócritamente. Los emisarios de los compradores arriban al establo con la encomienda de informar al dueño que “su leche está baja de sólidos totales”. En los primeros años de este fenómeno, el llamado “asesor técnico”, solo visitaba el rancho para advertir que la leche tenía baja calidad, lo que les obligaba a bajar el precio por litro o, bien, a poner un límite de compra, mismo que muchas veces llegaba hasta la mitad. La verdad era muy otra. No obstante, aquella monumental mentira el ingenuo productor la tragaba entera.
Esta situación construyó una sólida, sofocante, pedante e inadmisible mafia nunca antes vista en el ámbito lechero nacional.
Se ha llegado al dramático punto que aquella leche no comprada por la casa comercial, la merca algún otro mercachife, y éste la vende a aquel que en un inicio la rechazó al productor. Por supuesto con un alto porcentaje de ganancia… El albo líquido solo “da vuelta”.
Estados unidos es un país de primer mundo, mientras México es de quinto. Aun así, cuenta con un potencial bárbaro, en este caso específico, para producir leche. Hay en diversos puntos de su mapa, entre ellos Aguascalientes, zonas llamadas cuencas lecheras, que impresionan por su infraestructura. Establos formidables, sobre todo medianos y grandes –algunos hasta de tres mil o más vacas- que pueden catalogarse entre los mejores del planeta. Sin embargo, el esfuerzo para sostenerlos es inconmensurable. Tienen calificada genética, maquinaria de punta, veterinarios especializados bastante competentes, mano de obra abnegada, pues en un establo, chico, mediano o grande, se trabaja los 365 días del año sin importar que llueva, truene o relampagueé, a madrugadas, tardes y hasta noches. La hora de las ordeñas es implacable; no se puede dejar de extraer la leche de las ubres una sola mañana o una sola tarde, so pena de enfermarse gravemente el hato y generar un trastorno agudo en toda la cadena de producción.
La desventaja estriba, en referencia con EUA, en el asunto climático, entre otros. El vecino del norte cuenta con gigantescas extensiones de pastizales naturales, pues las precipitaciones pluviales son mucho mayores en comparación general con México.
Para producir un litro de leche, se necesitan miles de agua, líquido vital que, por ejemplo, en el centro y la región de La Laguna, tiene que extraerse a cientos de metros del subsuelo, lo que cuesta demasiado, básicamente en energía eléctrica, la cual se paga a precios muy altos y en desproporción, pues si se cobrara en plata, resultaría más barata.
Ahora mismo, los estableros están muy próximos al colapso; no obstante, hay que confiar en la viboresca astucia de los políticos, pues bien saben hasta donde pueden apretar el cuello y hasta donde no para evitar que se ahogue el pueblo, en este caso, los estableros. El día y la hora ya la tienen agendada; ante la insensibilidad de las “autoridades”, de nada valdrá el que se tiren miles y miles de litros, bloqueen trenes y hagan otras manifestaciones.