En su Crítica del juicio, Kant argumenta en favor de estar en contacto con la naturaleza. Para Kant (a diferencia clara de Hegel), la belleza natural está muy por encima de lo bello del arte. Para explicar su preferencia, habría que partir de la distinción kantiana entre interés empírico e interés intelectual. Se sabe que, para Kant, el juicio de gusto es desinteresado, es decir, no despierta por sí mismo un interés en el objeto. Sin embargo, existen intereses que se despiertan de manera indirecta en los objetos. Uno de ellos lo denomina empírico, y tiene que ver principalmente con nuestra inclinación a la sociedad, a comunicar lo placentero a los demás, a embellecer el entorno, a pertenecer a grupos sociales. En contraparte, Kant encuentra en el interés que denomina intelectual un verdadero aliciente a la moralidad, pues en este interés intelectual por lo bello se produce una transición del sentimiento a la moral. Así lo explica Juan Carlos Mansur: “Gracias a esta transición [del sentimiento a la moral], el contemplador que mira las formas bellas se siente llevado a amar la naturaleza y a interesarse por ella (hasta el punto de abandonar el mundo cultural humano para adentrarse más y más en la naturaleza salvaje). Quien se interesa intelectualmente en la naturaleza bella, experimenta una especie de despertar moral en las formas bellas y las contempla como si manifestaran un lenguaje cifrado, como es el caso de los colores, los cuales, aunque no son formas puras de belleza, sí ejemplifican para Kant este surgir de significados del mundo natural” (Kant. Ontología y belleza. Barcelona: Herder, p. 180). El parágrafo 42 de la tercera Crítica es paradigmático a este respecto: “Concedo gustosamente que el interés en lo bello del arte (donde también incluyo el uso artístico de las bellezas de la naturaleza para el adorno y en esta medida para la vanidad) no proporciona absolutamente ninguna prueba a favor de un modo de pensar apegado a lo moralmente bueno o si quiera inclinado a ello. Pero afirmo por el contrario que tomarse un interés inmediato en la belleza de la naturaleza (no meramente tener gusto para enjuiciarla) siempre es signo de un alma buena; y sostengo que \ cuando este interés es habitual pone al menos de manifiesto una disposición del ánimo favorable al sentimiento moral, cuando se enlaza con agrado con el examen de la naturaleza” (KU, AK. V 298-9; B 165-6).
Para Kant, el interés intelectual en la naturaleza es favorable para la moralidad. Fruto de una intensa especulación, esta tesis, no obstante, ha adquirido apoyo empírico y experimental. Un estudio confirma que estar en contacto con la naturaleza tiene, al menos, beneficios cognitivos. Éste es el Abstract del artículo de Berman, Jonides y Kaplan “The Cognitive Benefits of Interacting With Nature” publicado en la revista Psychological Science en 2008: “Comparamos los efectos reconstituyentes sobre el funcionamiento cognitivo de las interacciones con entornos naturales versus urbanos. La teoría de restauración de atención (ART) proporciona un análisis de los tipos de entornos que conducen a mejoras en las habilidades de atención dirigida. La naturaleza, que está llena de estímulos intrigantes, capta modestamente la atención de forma ascendente, lo que permite que las habilidades de atención dirigida de arriba hacia abajo se repongan. A diferencia de los entornos naturales, los entornos urbanos están llenos de estimulación que capta la atención de forma espectacular y, además, requiere atención dirigida (por ejemplo, para evitar ser golpeado por un automóvil), haciéndolos menos reparadores. Presentamos dos experimentos que muestran que caminar en la naturaleza o ver imágenes de la naturaleza puede mejorar las habilidades de atención dirigida medidos con una tarea de lapso de dígitos hacia atrás y la tarea de red de atención, validando así la teoría de la restauración de la atención”.
La contraparte de este estudio no es menos sorprendente: estar en contacto con el entorno urbano es realmente malo para nuestro cerebro. Jonah Lehrer nos cuenta esta historia: “Me gustaría contarte una historia sobre una rutina de la vida moderna que es realmente mala para tu cerebro. ¡Todos realizan esta actividad, a veces varias veces al día! Y, sin embargo, rara vez nos damos cuenta de las consecuencias […] ¿Qué es esta actividad peligrosa? […] la actividad a la que me refiero es caminar por la calle de una ciudad. Cuando las personas caminan por la calle, se ven obligadas a ejercer control cognitivo y atención de arriba hacia abajo, y todo ese esfuerzo mental tiene un costo temporal en su cerebro. Simplemente considere todo lo que su cerebro debe hacer mientras camina por una calle concurrida. Están las aceras abarrotadas de peatones distraídos que deben evitarse; los cruces peatonales peligrosos que requieren que el cerebro controle el flujo de tráfico. (El cerebro es una máquina cautelosa, siempre vigila las posibles amenazas). Existe la red urbana confusa, que obliga a las personas a pensar continuamente sobre hacia dónde van y cómo llegar allí. / La razón de que tareas mentales aparentemente triviales nos dejen agotados es que explotan uno de los puntos débiles cruciales del cerebro. Una ciudad está tan llena de estímulos que necesitamos redirigir constantemente nuestra atención para que no nos distraigan las cosas irrelevantes, como un letrero luminoso de neón o la conversación de un pasajero cercano en el autobús. Este tipo de percepción controlada -le estamos diciendo a la mente a qué prestarle atención- requiere energía y esfuerzo. La mente es como una supercomputadora poderosa, pero el acto de prestar atención consume gran parte de su poder de procesamiento. / Basado en esta información, sería fácil concluir que debemos evitar la metrópolis, que la calle de la ciudad es un lugar peligroso”.
Lehrer luego intenta poner en la mesa algunos argumentos a favor de las ciudades. Pero estoy claramente convencido de que evitar la metrópoli es lo mejor que podemos hacer por nuestro cerebro y por la salud de nuestras emociones.