En la colaboración anterior traté un tema resbaladizo considerando que necesitaríamos saber lo que entendía Gómez Portugal con la expresión “establecimiento de enseñanza secundaria”, que obviamente no debe juzgarse desde el punto de vista de la organización educativa del siglo XX; pero lo que no puede negarse es que los Institutos fundados en México a partir de la consumación de su Independencia en 1821 -y en el resto de Hispanoamérica a partir del triunfo de la lucha bolivariana contra la corona española en la batalla de Ayacucho, Perú, en 1826- no tuvieron la intención de atender solo una simple “enseñanza secundaria”; su meta consistía en establecer las bases de un modelo de universidad liberal, es decir laica y científica, que superara las limitaciones de la vetusta Real y Pontificia Universidad de México creada tres siglos atrás para instruir a los hijos de la clase monárquica en el poder, para adoptar el sistema liberal establecido por la novedosa Universidades francesa o, aún mejor, de la alemana.
Después de estas consideraciones retomamos el análisis crítico pasando por alto el párrafo 6 que es una autoalabanza y pasamos al
PÁRRAFO 7:
“Por otra parte, debo a la actividad y eficaz cooperación de los señores que componen la Junta de Instrucción Pública, al que esté abierto ya este establecimiento; lo que debo también a la de los demás que se han ofrecido a servir cátedras gratuitamente. A unos y a otros doy las gracias por su patriotismo y abnegación.”
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La Junta de Instrucción Pública. Difícilmente se podría concebir que a un militar como Jesús Gómez Portugal -del que se desconoce antecedente alguno en el desempeño académico- se le ocurriera iniciar su gestión como gobernante, enfrentar el desafío de fundar una escuela y menos por la forma en que aquí se le presenta, como un mago que el primer día de su repentino ejercicio -gracias a sus méritos en el frente de batalla- descubriera que el mayor reto para restablecer la normalidad después de la invasión que todo lo había trastocado, consistía en constituir una Junta de Instrucción Pública e inaugurar, precisamente, una Escuela de Agricultura que surgió, milagrosamente, de su “fina percepción”, como el principal problema social y económico del pueblo de Aguascalientes a resolver. Todo, asombrosamente, en menos de un mes.
La opinión de un experto: A este respecto Jesús Gómez Serrano, primer egresado del Instituto de Ciencias que, ya como profesor de la UAA conquistara el grado de Doctor en Historia y, posteriormente, también el primero en la UAA que obtuvo el nivel III del Sistema Nacional de Investigadores, la distinción más alta que otorga el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), nos dice:
“González se convirtió de inmediato en el ideólogo del naciente régimen… en materia de ideas era sin duda el más prolífico de los colaboradores del Gobernador, aprovechó las fiestas de navidad para madurar el proyecto de abrir una Escuela de Agricultura. Se trataba de un sueño antiguo, que por falta de recursos no había podido concretarse. González recurrió a los accionistas del teatro que se estaba construyendo enfrente del Parián, a un costado de San Diego, precisamente en terrenos ‘nacionalizados’ a los frailes.
Esto explica claramente que el proyecto de la Escuela de Agricultura no era nuevo y revela la malsana intención de atribuirle al recién llegado la genial idea de aparecer como su autor, a lo que no solo no se opuso, sino que terminó por creérselo. Esto permitió a Agustín R. González ganarse la confianza del militar, pues de haberle asignado en un principio la dirección del diario oficial El Republicano, terminó tomando posesión del cargo de Secretario General de Gobierno.
Al citar a González, Gómez Serrano se refiere a Agustín R. González (autor no de la única historia de Aguascalientes del siglo XIX pero sí de la única publicada).
Agustín R. González, pertenecía a la clase de conservadores acomodaticios que suspiraban ser gobernados por un príncipe europeo rubio que compartiera el poder con el Ejército y la Iglesia Católica. Cuando triunfó el liberalismo se calificaban a sí mismos como liberales “moderados” para mantenerse de alguna manera en el presupuesto aunque fuera en cargos de segunda categoría, pero diferenciándose de los liberales auténticos a quienes calificaban como liberales “radicales” o “rojos”. (Ver nota al final sobre la clausura de la Real y Pontificia Universidad de México).
Cabe aclarar que el gobernador Jesús Terán, al poner en vigor la “Ley de Desamortización de las Fincas Rústicas y Urbanas de las Corporaciones Civiles y Religiosas de México” más conocida como Ley Lerdo e integrante del conjunto conocido como Leyes de Reforma, había destinado el edificio del Convento anexo al templo de San Diego como domicilio definitivo del Instituto Literario de Ciencias y Artes, para lo cual inició su restauración y acondicionamiento que concluyó el gobernador sustituto José María Chávez; y el espacio que servía de huerto para el sustento de los frailes lo destinó a lo que propuso como primer teatro de Aguascalientes, que quedó trunco debido la intervención francesa y de los accionistas, que abandonaron la idea ante la situación económica que se tornaba crítica por la invasión, como se lo hicieron saber a José Ma. Chávez y éste a Terán en una de sus últimas cartas.
De esto tenemos un testimonio en la imagen que aparece actualmente al inicio de la sección de Historia oficial de la UAA en su portal de internet: una foto tomada en los años cincuenta donde se ve todavía el frontis de la Escuela que llevaba el nombre del ameritado maestro Melquiades Moreno, sustituido posteriormente para halagar a Miguel Alemán y finalmente entregado a la UAA. Obviamente, su fachada no es la de una escuela; es el portal con grandes columnas, del teatro cuya construcción se interrumpió cuando llegaron los franceses.
Por la unidad en la diversidad
Aguascalientes, México, América Latina
Nota: La Real y Pontificia Universidad de México fue clausurada tres veces por los liberales que conquistaron nuestra Independencia por considerarla inútil, irreformable y perniciosa: ellos fueron los presidentes de la República Valentín Gómez Farías en 1833; Ignacio Comonfort en 1857 y Benito Juárez en 1861 y restablecida sucesivamente por los conservadores. Pero lo sorprendente fue que hasta el mismísimo Maximiliano de Austria la clausuró definitivamente en 1865 seguramente por las mismas razones.