Hay artistas e intelectuales que no se identifican mayormente con lo popular y lo nacional, e incluso que miran estos valores con hostilidad invocando a otros que consideran universales.
Adolfo Colombres
¿Puede haber una producción cultural y artística que se estime reivindicatoria o crítica que favorezca el acceso a los bienes culturales?
Esta pregunta abre muchos caminos para producir arte que aporte a la comunidad y a la sociedad, abordado como un servicio con el potencial de modificar positivamente la vida de las personas, así como el entorno, es decir, como una práctica que enriquezca lo público y el patrimonio en el presente precisamente en el lugar en que se hace la vida, ya sea este rural o citadino.
Las formas de conocer, interpretar y de producir arte, ya no son entendidas en la actualidad y desde hace décadas, como aquellas manifestaciones puras que recurrían a discursos y medios tradicionales.
A lo largo de los años se han hibridado movimientos, estilos y corrientes artísticas que diluyen entre sí fronteras, e incluso su práctica, ha dejado de ser para entendidos o especialistas y reivindicadas por el hombre común que habita en las ciudades o en el campo.
En el horizonte actual son ensayadas respuestas de resistencia cultural, decoloniales, que se enfrentan como recurso que resiste ante la calculada superioridad de la imposición de la “cultura universal”, esgrimida por el sistema capitalista y asumida de manera funcional por muchos, como la verdaderamente válida y universal, sin reparar en la cultura voraz depredadora de saqueo de los recursos naturales y la biósfera, operada desde esa formación económico social.
Nacen nuevos códigos de valoración que se identifican con características particulares del ser que, abreva del propio medio físico y espiritual particulares, que intenta deslindarse de los patrones culturales invasivos, por lo que ensayan la decolonialidad ante la supuesta superioridad del hacer y de la cultura universal.
Se crea de esta manera un renovado imaginario colectivo que aspira a llegar al ser de la gente, que intenta armonizar el trabajo individual con el colectivo, que entra en una dinámica de negociación, por lo que propone alternativas culturales que resignifican nuevas formas de percibir y entender las prácticas artísticas, en tanto protegen y potencian la cultura local.
Igualmente, ha de abrirse una ventana al mundo actual de manera cautelosa, una apertura a él, convenido sin perder identidad, fomentar aún más el apego por lo nuestro donde no estén en juego los elementos culturales identitarios propios y distintivos de esos grupos humanos, como una forma de armonizar con el sistema económico social, en cuyo marco se habrá de coexistir mediante un pacto social signado por la autodeterminación, la equidad, la inclusión y el respeto por la naturaleza y el medio ambiente.
Tratar de crear un nuevo presente que anhela el concilio, ha de estar en la agenda de la esfera pública. Ser parte hoy e históricamente, de una sociedad excluyente, fragmentada y dolida en la cual siguen existiendo profundas desigualdades sociales, en este punto el binomio arte y cultura puede desempeñar un papel trascendente en la reconstrucción del tejido social como agentes de cambio que cohesionan y empoderan a los individuos y a las comunidades con miras a la reconstrucción de sus vidas y de sus entornos.
Cultivar con autonomía y libertad de expresión la riqueza cultural, así como el arte, crearlos o recrearlos en el presente mediante la organización vecinal, colectiva o desde lo individual, no excluye la participación institucional pública o privada, que han de tener un rol de facilitadores en la creación de nuevas dinámicas y escenarios políticos y educativos, que exigen nuevas perspectivas que estrechen lazos de colaboración y respeto, al tiempo que aportan a la financiación y la visibilización para la concreción de proyectos artísticos y culturales, que como puntualiza la escritora mexicana Sabina Berman, sean sostenibles social, económica, medioambiental y culturalmente.
Podemos agregar que estas acciones refuerzan visiones de la cultura que no son unilaterales, pero si respuesta a un interés común consensuado que genera sinergias con fundamento en la diversidad como una respuesta individual o colectiva.
Lo anterior tiene por base el entendimiento e interés de la sociedad en su conjunto, por el desarrollo y crecimiento, que se aprecia a través de la creación y en el disfrute de mundos particulares que configuran el universo en los que gravitan sus bienes culturales, materiales e inmateriales.
Podemos agregar entonces que la producción de objetos sensibles y de aquellas manifestaciones sin sustancia física, adquieren un valor significativo que recuperan tradición, memoria, artes y en general herencia cultural, a la par que generan una estética única situada en el proceso de afirmación cultural.
Aunque en otro sentido, no nos referimos por ejemplo a la materialidad o solo a técnicas artísticas, sino al encuentro con un valor simbólico que es signo de entendimiento, de cambio y empatía acompañado por un alto valor agregado más asociado a lo popular que a la alta cultura, que genera o crea espacios para diversos sectores de la sociedad.
Sabina Berman, afirma que: “Nada hacemos fuera de la cultura, […] Un país sin arte propio y contemporáneo es una casa de espejos deformados donde aquel, aquella que entra, al mirarse reflejado no se encuentra. O, dicho de otra forma, se encuentra deformado, con otro rostro, con otra complexión, otro lenguaje, otro contexto que el propio. Mira su reflejo enajenado de sí mismo. Lo que hace falta es hacer llegar la cultura a todos los mexicanos”.
Vivimos en un mundo globalizado donde cada día se hace más avasallador el dominio y la imposición de estilos de vida y formas de ser culturales, el arte al igual que la cultura son producto de procesos históricos, económicos, políticos, científicos y tecnológicos.
Bajo este amplio paraguas, Aguascalientes, se encuentra facultado para trazar innovadoras perspectivas como espacios flexibles, abiertos al pensamiento crítico encaminados a la creación, difusión y consumos culturales, ya sea en la vertiente autónoma desde la sociedad civil, o bien, desde la institucionalidad. De donde resultan directrices que habrán de articularse a las políticas culturales mediante acciones que se robustecen en el hecho artístico.
En consecuencia, podemos afirmar que lo trascendente es entrar a un campo en el que se cultiva la sensibilidad, la creatividad y la imaginación entre los grupos humanos y los individuos, cuyo principal cultivador es la sociedad diversa en su conjunto, la que crea o se apropia de los bienes culturales, siendo esto un acto que valida con autenticidad la tan aspirada democracia participativa que cierra así, uno de tantos ciclos virtuosos trazados a partir de la creación, la producción, la distribución y el consumo, que definen el universo de las artes y la cultura.