“El mexicano puede doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad”: Octavio Paz.
Estimado lector de este reconocido medio LJA.MX, con el gusto de saludarle como cada semana y agradeciendo enormemente por darse tiempo para dar lectura a esta columna. Tomo la referencia de uno de los máximos exponentes de la literatura mexicana, Octavio Paz, quien fue acreedor al Premio Nobel de Literatura en 1990. En su obra El laberinto de la soledad retrata de un modo afable el devenir de la sociedad mexicana y propiamente su nihilismo.
El nihilismo es considerado como una forma de existencialismo, no tan kierkegano sino más bien cercano a lo que expresaba Camus con su absurdo, en tanto que se entiende a esta corriente filosófica en cómo la vida carece de sentido, propósito o valor, una esencia propia es la nada vinculatoria al plano moral que impera. Los mexicanos somos una sociedad abstracta, compleja, difícil de entender. El comportamiento es atípico, el propio Salvador Dalí comentó que no podía vivir en un país mas surrealista que el mismo.
El devenir de la historia de la sociedad mexicana ha sido abrupta, brusca, diáfana, desde la conquista ha existido un sometimiento, tanto físico, psicológico, territorial y de explotación de los recursos. Los procesos de lucha por la soberanía, la independencia, la revolución, la lucha por el poder son un ejemplo de los grupos de poder que han transitado por la esfera del poder, y que han construido una estructura endeble y llena de perjuicios.
Vuelvo a citar nuestra democracia, la cual es un ejercicio sumamente nihilista en donde, los partidos que supuestamente ostentan una ideología, se vuelven clientelares y populistas, y no me refiero a uno en específico, me refiero a todos, es una completa simulación, en donde ni siquiera es la mayoría la que define la elección sino un porcentaje menor al 50 %, pero el discurso prevalente de estar a favor de la democracia es un grito concertado por casi todos los sectores, es nihilista el hecho de pensar que nos gobiernan los mejores, pero del mismo modo que merecemos a los que nos gobiernan, es una encrucijada paradójica existencial de nuestra sociedad.
La normalización de la narco cultura es un síntoma evidente de que la sociedad ha caído en los absurdos interpretativos, del mismo modo resulta verdaderamente intersubjetivo que la sociedad en su generalidad valide que el presidente de la República se tome una foto con la mamá del Chapo Guzmán y que lo normalice. Los narcocorridos han tomado un gran auge en las nuevas generaciones, la réplica de los contenidos de esas canciones no deber ser un acto de censura por parte de la autoridad, en los preceptos de los equilibrios sociales el rechazo o la crítica debería de estar en la sociedad, pero sucede todo lo contrario, y resulta ser cabalmente atractivo para las fiestas, los antros, en donde se promueve el romper la ley, denostar a la mujer y se acepta pero después se ejerce la queja de que vivimos en un país increíblemente violento, es un absurdo.
“Toda la historia de México, desde la conquista hasta la Revolución, puede verse como una búsqueda de nosotros mismos, deformados o enmascarados por instituciones extrañas, y de una forma que nos exprese” (Paz, 2022).
La ceguera es una opción para el mexicano, sigue escogiendo el camino diáfano y lacónico, es un laberinto tal y como lo expresa nuestro Premio Nobel de Literatura. No hay esperanza presente, hay cercanía con la decadencia norte americana, existe el deseo de la superación y la trascendencia en lo material, no hay orgullo, no hay identidad, no hay comunidad. Hay tradiciones inundadas de alcohol y festividad, hay condena en los vivos, hay libertad en los muertos, hay héroes difuminados y villanos validados en la historia contingente que nos envuelve en lo cárdeno y en lo gris.
No es que el nihilismo sea malo, considero incluso que es necesario, lo que es amorfo e inédito es que no sea una opción, que simplemente el destino arroje a nuestra sociedad a un estado de inconsciencia en la cual no haya sentido, búsqueda, encuentro o la mínima sensatez de los que se está haciendo.
Mientras no se cuestione la historia, entonces existirá lo condena de repetirla, pero la esencia errática es vivir en la ignorancia supina, ignorar que se ignora, pensar el tiempo, sin tener números ni atardeceres, ningún devenir será loable si la disrupción del anhelo no existe.
In silentio mei verba, la palabra es poder.