Como señalaba Roger Scruton, la estética filosófica “es un área de difícil ingreso porque no hay un mapa pre-filosófico de ella. (…) El término ‘estético’ es una invención de la filosofía y, ¿quién sabe si la cosa descrita no es también una invención? Tal vez la tarea más importante de la estética es explicar de qué se trata”. Al igual que con otras disciplinas filosóficas, la muy peculiar configuración que encontramos en la estética tiene una relación especial con su historia.
Puede caracterizarse a la estética filosófica por dos conjuntos distintos pero interrelacionados de problemas. En primer lugar, tenemos problemas que pertenecen a lo que podríamos llamar ‘filosofía de lo estético’, que conciernen a experiencias, juicios, propiedades y emociones que catalogamos como ‘estéticos’. En segundo lugar, se encuentran problemas que atañen a lo que se conoce como ‘filosofía del arte’, la cual -apoyándose de otras áreas como la metafísica, la epistemología, la ética, la filosofía de la mente y la filosofía del lenguaje- trata acerca del arte. Aunque están estrechamente relacionados, estos problemas pueden tratarse de manera independiente.
Debido a algunos supuestos ampliamente aceptados acerca de lo estético y el arte, estos grupos de problemas suelen aglutinarse. Se piensa, por ejemplo, que la experiencia estética es algo típico de la apreciación artística. Aunque no necesariamente está asociada a la belleza, suele caracterizarse como una experiencia placentera y de carácter contemplativo, que se encuentra desvinculada de preocupaciones prácticas de la vida. Disponemos un amplio repertorio de términos evaluativos con los que describimos a los objetos de estas experiencias: ‘bellos’, ‘conmovedores’, ‘sublimes’, ‘desgarradores’, ‘serenos’, ‘melancólicos’, entre muchos otros. Suele pensarse, además, que el arte tiene una esencia, o por lo menos cierta clase de unidad subyacente. Pese a que reconocemos distintas disciplinas artísticas, como la música, la literatura y la pintura, las cuales parecen disímiles a cierto nivel, no encontramos que aplicarles el concepto de ‘arte’ a todas ellas sea algo arbitrario. En tanto las artes parecen proporcionarnos las formas más complejas e intensas de experiencia estética, es común asumir que lo que aquello que les brinda unidad guarda vínculos estrechos con lo estético.
Es cierto que el arte puede ser un objeto estético importante y puede brindarnos momentos estéticamente valiosos. Sin embargo, la relación entre los problemas de la filosofía de lo estético y los de la filosofía del arte es más complicada. Puede compararse la conexión que existe entre estos grupos de problemas con la que se da entre los de la epistemología (o teoría del conocimiento) y los de la filosofía de la ciencia. Por un lado, aunque el conocimiento científico es una clase especialmente importante de conocimiento, quizá no es la única que existe y tal vez no cubre todo lo que nos importa acerca del conocimiento. Por otro lado, aunque parte de lo que nos parece importante acerca de la ciencia es que nos brinda conocimiento, esto no es lo único que hace la ciencia ni lo único que nos interesa acerca de ella. La relación entre la filosofía de lo estético y la del arte es similar: muchas experiencias estéticas se producen al contemplar obras de arte y la apreciación estética parece una clave fundamental de por qué valoramos el arte y cómo respondemos a él. Sin embargo, hay experiencias estéticas que nada tienen que ver con el arte; también hay aspectos del arte que no se vinculan con lo estético.
Algunas situaciones cotidianas dan testimonio de este deslinde entre el arte y lo estético. Cuando acudimos a un museo, a menudo lo hacemos con la intención de tener un tipo de experiencia que resulta importante para todos nosotros. Es algo que también buscamos al asistir a un concierto o cuando intentamos leer una novela antes de dormir. En ciertas ocasiones, por mucho que nos esforcemos, esa clase de experiencia nos resulta elusiva. Eso no significa que las obras que no han logrado despertar nuestro interés en esta ocasión carezcan de valor. Después de todo, esas mismísimas obras podrían propiciar que otras personas -o incluso uno mismo, en otro momento- disfruten de su contemplación.
Por otra parte, situaciones como ésta también suscitan inquietudes en torno a la importancia que damos a cuestiones estéticas. No se trata sólo de pasar el rato. Gastamos mucho en productos estéticos y basamos decisiones en consideraciones estéticas. Tampoco se trata sólo de dinero. A nivel personal, puede resultar desgarrador si nuestras amistades tienen reacciones estéticas distintas de las nuestras. Como señala Bence Nanay, si a quien te acompaña en una primera cita “le gustan música, películas y libros muy diferentes, esto a menudo no lleva a una segunda cita, incluso cuando hay química”. Las preferencias estéticas parecen anclarse al núcleo de nuestra mismísima identidad. Podemos imaginarnos siendo físicamente distintos, con otras capacidades intelectuales o convicciones ideológicas, pero nos cuesta imaginarnos teniendo preferencias musicales distintas. ¿Por qué nos importan? Más aún, ¿por qué nos importan tanto?