¿La toma de decisiones políticas requiere de expertos o puede confiarse en la democracia para tomar las decisiones correctas? Para los críticos de la democracia, no se puede confiar en la democracia en este sentido; para los demócratas epistémicos, sí se puede confiar en ella. No obstante, tanto los críticos de la democracia como los demócratas epistémicos parecen compartir una concepción instrumentalista de la legitimidad de la democracia y de la legitimidad política en general. En la teoría política contemporánea, muchos consideran que la democracia es un buen medio para alcanzar decisiones correctas.
A pesar de ello, Hans Kelsen articuló el siguiente reto: “La doctrina de que la democracia presupone la creencia de que existe un bien común objetivo identificable y que la gente es capaz de conocerlo y, por tanto, hacer de éste el contenido de su deseo es errónea. Si fuera correcta, la democracia no sería posible”. Fabienne Peter -politóloga de la Universidad de Warwick- ha entendido el reto de la siguiente manera: si existe una decisión correcta que puede tomarse, y si alguien es un experto legítimo para hacer afirmaciones acerca de cuál es la decisión correcta, la causa epistémica de la democracia se desmorona.
¿Cuáles son las alternativas a la defensa instrumentalista epistémica de la democracia? Una opción consistiría en defender la democracia en fundamentos prácticos: la democracia no es legítima porque busque una verdad independiente al proceso, sino porque el proceso de toma de decisiones incorpora valores (morales) tales como la equidad, la dignidad, etc., que otorgan valor al resultado. Otra opción sería preservar el papel central de las consideraciones epistémicas para la evaluación del procedimiento de toma de decisiones directamente, no indirectamente por vía de sus resultados.
¿Cuál es el alcance de la toma de decisiones democrática? ¿Bajo qué circunstancias la toma de decisiones democrática -en oposición a la toma de decisiones por expertos- es potencialmente legítima? ¿Cuál es el espacio lógico al que pertenece la democracia? Para Peter, cuando no existe un experto independiente al proceso sobre cuál es la decisión correcta, entonces existe prima facie un caso para la toma de decisión democrática. La política tiene lugar cuando se necesita la acción colectiva pero las personas están en desacuerdo acerca de qué hacer. La toma democrática de decisiones tendría lugar cuando no existen expertos independientes al proceso deliberativo. En este sentido, parece que es la democracia deliberativa -no la agregativa que depende exclusivamente de la agregación de las preferencias individuales o creencias a través del voto, donde cada voto tiene el mismo peso- la que de mejor manera hace frente al problema inicial, pues la deliberación entre los miembros del colectivo democrático, bajo ciertas condiciones de igualdad, es una característica justificatoria importante de la legitimidad de la democracia.
Peter ha diseñado un argumento interesante, pero polémico, para mostrar por qué la democracia tiene legitimidad en tanto procedimiento de toma de decisiones, y no en tanto método que nos acerque a la correcta toma de decisiones. En breve, el argumento es el siguiente: hacer depender la legitimidad política de la corrección de las decisiones presupone un derecho a hacer afirmaciones sobre cuál es la decisión correcta, ya que sin la posibilidad de juzgar cuál es la decisión correcta, sigue siendo indeterminado si una decisión es o no legítima. Por lo tanto, en una forma de dar sentido a la teoría de la legitimidad política, es preciso que alguien, o un pequeño grupo de personas, tenga el derecho de hacer afirmaciones sobre cuál es la decisión democrática correcta y, como tal, legítima. Y este derecho de hacer afirmaciones sobre lo que se debe creer deriva de hechos, objetos o verdades independientes del procedimiento. Otra manera de decir lo mismo es que una teoría de la democracia que fundamente su legitimidad en sus resultados sólo funciona si hay alguien -o un pequeño grupo de expertos- que tenga el derecho de hacer afirmaciones sobre cuál es la decisión correcta, que se deriva de una verdad independiente al procedimiento. Para cualquier área de toma de decisiones donde hay un derecho independiente al procedimiento de hacer afirmaciones sobre cuál es el resultado correcto, la toma de decisiones democrática es redundante o necesita ser defendida por otros medios.
Para Peter, una democracia entendida como un método adecuado para llegar a decisiones correctas, y no como un procedimiento para deliberar sobre asuntos en los que ninguna persona puede reclamar el estatus de experto, se enfrenta al siguiente dilema de autoridad: si la autoridad práctica se justifica por razones epistémicas, entonces la autoridad práctica legítima no es democrática. Si, por otra parte, la autoridad práctica de la democracia es legítima, debe justificarse sobre bases no epistémicas. En otras palabras, para aquellas áreas de toma de decisiones donde existe un experto, o seguimos a aquellos que saben cuál es la decisión correcta, en cuyo caso nuestra toma de decisiones no es democrática, o insistimos en la toma de decisiones democrática, en cuyo caso no podemos defender la legitimidad de la democracia sobre bases epistémicas, sino defenderla por razones puramente prácticas.
El argumento de Peter trata de mostrar que la democracia no tiene lugar frente a problemas donde existen expertos que puedan dar una solución correcta. El espacio lógico de la democracia se encuentra donde hay problemas en los que existe un desacuerdo profundo y persistente, quizá incluso razonable. No obstante, si no podemos resolver el conflicto deliberando, será la democracia agregativa la solución final. El problema, como vemos, no se resuelve. ¿Acaso se ha resuelto uno solo de los acertijos, paradojas y problemas teóricos a los que se enfrenta la democracia? Quizá no. La democracia -esa manida palabra y ese concepto turbulento- siempre será problemática.