… la mente es un producto cultural,
y el cerebro un producto biológico.
Lewis Mumford, El mito de la máquina.
Recapitulaba aquí hace una semana que a los seres humanos nos tomó más de cien mil años humanizarnos a nosotros mismos –El invento del sapiens-. Apuntalado en dos titanes, el filósofo madrileño José Ortega y Gasset (1883-1955) y el sociólogo neoyorkino Lewis Mumford (1895-1990), apuntaba yo que la humanidad del hombre y la mujer no es un don natural, algo dado por la evolución biológica, sino una creación cultural. A propósito de ese texto, tuve ocasión de intercambiar los siguientes mensajes con el Maestro del Pueblito:
El Maestro del Pueblito: Pues sí, la humanidad tardó muchísimo tiempo en humanizarse. Ese proceso está orgánicamente vinculado, como lo sugieres, con su relación con la natura (técnica) y con los vínculos con otros seres humanos (cultura). Pue’ que me equivoque, ahora es más cultura y cada vez menos técnica: pobre relación con la necesidad de modificar la natura en beneficio humano y sin perjuicio de natura.
GC: La súper-especialización, me late, está modificando la dirección de la evolución cultural. Si don Herbert Spencer me lo permite, me parece que, así como se han formado órganos internos súper-especializados y otros han ido perdiendo utilidad, al interior de las sociedades humanas está ocurriendo lo mismo: montonales de personas se están convirtiendo en apéndices.
El Maestro del Pueblito: Sí, hay súper-especialistas bastante ignorantes y torpes en su actuar. El que escribe es una buena muestra.
GC: Pura humildad retórica la tuya… ¿O soberbia socrática? Ni modo, acéptalo, aunque hacerlo haga que uno caiga muy gordo: la estupidización, el agorilamiento colectivo, avanza.
El Maestro del Pueblito: Vaya, vaya, ‘ora resulta humildad retórica presumir de ser súper-especialista. Ni a eso llego… Eso sí, mi ignorancia está pa’ dar, prestar y regalar.
GC: Recordemos al oscuro Heráclito, que dijo que saber mucho no daba inteligencia —y nomás ponía de ejemplo al mismísimo Hesíodo—.
El Maestro del Pueblito: ‘Ora, ‘ora, además de especialista, también se atribuye al erudito ser no inteligente ¡Bolas! ¡Total! No hay modo de salir bien librado del laberinto, si no eres carente de inteligencia, eres súper-especialista o eres ignorante o estúpido. ¿’Tá güeno, ‘tons qué hacer o ser?
GC: Todólogo especialista en la propia ignorancia.
Porque si hay algo que únicamente siendo demasiado necios podríamos poner en tela de juicio es nuestra bestial ignorancia -civilizada ignorancia en realidad, como veremos enseguida-. Ocurre que cada día somos más y más desabidos, desenterados: somos ignorantes progresivos. Vea usted si no… De acuerdo con la llamada Curva de duplicación del conocimiento, ideada por el diseñador estadounidense Richard Buckminster Fuller (1895-1983) -nótese, Bucky fue contemporáneo de Ortega y Gasset y de Lewis Mumford-, en 1900 se necesitaban apenas 100 años para que la humanidad multiplicara por dos el conocimiento existente, mientras que menos de siglo después, en 1945, el período se había reducido a 25 años, y en 1975, a 12 años. En 2016, se estimaba que el conocimiento se duplicaba cada 13 meses. Necesariamente hoy día debe ser menor el lapso, seguro inferior a un año, no sólo considerando el vertiginoso desarrollo de las tecnologías de la información, particularmente las herramientas de inteligencia artificial, sino además por un factor que solemos olvidar: ¡cada día somos muchos más! -la población total del mundo en 2016 era de 7.4 millardos de habitantes, y a la fecha se estima que somos 8.075 millardos, casi 700 millones más sapiens, quienes algo habrán generado de conocimiento, sin importar qué tan inteligentes o educados sean-. En fin, que en la medida en la que se incrementa el conocimiento de la humanidad aumenta la ignorancia de usted y mía, de cada individuo. Pensémoslo tan sólo en términos de libros: desconozco cuántos libros lleve usted leídos este año -¿quizá unos 25, si ha leído poco más de dos al mes?-, pero permítame informarle que aparte de todos los que ya existían hasta el 31 de diciembre del 2022, en lo que va del presente año se han publicado más de 2.57 millones de nuevos títulos, obras que, prácticamente en su totalidad, no hemos leído -¿cuántas primeras ediciones 2023 ha leído este año?-: nuestra ignorancia personal crece y crece. El susodicho Heráclito (c. 540 – 480 a. C.), además de los libros de Hesíodo -quizá unos diez títulos contando la Teogonía y Los trabajos y los días– y las dos epopeyas de Homero, de poco, muy poco más disponía para leer, en cualquier caso, millones y millones de títulos menos que usted y yo.
Si usted no sabía lo anterior, podemos decir que era ignorante de colosales parcelas de su ignorancia. No se apure, ignorar el tamaño de nuestra ignorancia es una constante de la condición humana. Para colmo, los expertos, quienes para serlo tienen que saber cada vez más y más de proporciones cada vez más y más reducidas de la realidad, paradójicamente, suelen afirmar que conforme profundizan en su campo de especialización van ensanchando el horizonte de su ignorancia. Así que las leyes de Murphy del especialista son algo más que un chiste: especialista es aquella persona que sabe cada vez más sobre menos, hasta que sabe absolutamente todo sobre absolutamente nada.
Además de nuestra ignorancia, considere los contenidos que alojamos en el inconsciente. Y no es lo mismo: ser ignorante es no saber, ser inconsciente es no tener presente lo que se sabe. Todo lo que sabemos es insignificante respecto a lo que no sabemos, y si hacemos caso a Freud (1856-1939), buena parte de lo que sabemos está alojado en el inconsciente. Peor: la mayor parte de nuestra vida psíquica no es consciente, y además se desarrolla dependiente del inconsciente. Ignorantes progresivos y preponderantemente inconscientes: los autodenominados homo sapiens.
@gcastroibarra