Estamos en un momento en que las ideologías se han desplazado. Los marcos tradicionales de la izquierda y la derecha ya no indican los mismos conjuntos de creencias y valores en un clima polarizado y en el que el diálogo y la construcción de grandes acuerdos parece imposible. Es en este contexto en donde el liberalismo ha perdido su atractivo social. Se piensa a los liberales como gente de derecha, individualistas despreocupados por la desigualdad, la pobreza, la opresión y las injusticias. Es por ello por lo que hoy conviene recordar que el liberalismo es compatible con las grandes causas sociales, al menos en sus versiones igualitarista liberal y socialdemócrata.
Para John Rawls, el máximo referente de la filosofía política del siglo pasado, el liberalismo político sostiene que “los bienes primarios sociales -libertad y oportunidad, ingresos y riqueza, y los fundamentos de la propia estima- tienen que distribuirse de modo igual a menos que una distribución desigual de alguno de estos bienes o de todos ellos resulte ventajosa para los menos favorecidos”. En contraste con el ‘intuicionismo’, el liberalismo busca desarrollar una teoría política sistemática que permita resolver conflictos entre principios básicos. Frente al utilitarismo, se propone: respetar la igualdad moral de las personas, reducir efectos de desventajas moralmente arbitrarias y reconocer la responsabilidad por las propias elecciones.
El liberalismo no pretende eliminar cualquier desigualdad, sino solo las que perjudican a alguien. Para ello, elabora un sistema de prioridades entre los componentes de su concepción general de la justicia. Pone en primer lugar el sistema de libertades básicas (derechos civiles y políticos): cada persona debe tener derecho al sistema más amplio y total de libertades que sea accesible para todos. En segundo lugar, sostiene que las desigualdades sociales y económicas que existan deben beneficiar a los menos aventajados. Finalmente, cargos y funciones deben ser accesibles a todos con igualdad de oportunidades.
John Rawls ofrece dos argumentos a favor de su teoría de la justicia. El primero intenta mostrar que es superior a la meritocracia (la idea de que las desigualdades están justificadas si y sólo si hubo una competición equitativa). Ésta busca que el éxito sea resultado de elección y esfuerzo, no de circunstancias. Sin embargo, los desfavorecidos por la naturaleza no tienen la misma oportunidad de adquirir beneficios sociales, y su falta de éxito no tiene nada que ver con sus elecciones o sus esfuerzos, como ha señalado Will Kymlicka. Por eso, Rawls sostiene que las personas sólo pueden reclamar más recursos si eso beneficia a quienes tienen menos; así, la estructura básica de la sociedad opera en favor de los menos afortunados.
El segundo argumento de Rawls apela a un contrato social hipotético: nos pide que imaginemos un estado natural anterior a toda autoridad política y que nos preguntemos qué tipo de contrato suscribirían las personas en ese estado natural, respecto al establecimiento de una autoridad que vendría a tener tales poderes y responsabilidades. Una vez conocemos los términos del contrato, pasamos a saber cuáles son las obligaciones del gobierno, y a qué es lo que los ciudadanos están obligados.
No se pretende que éste sea un acuerdo vinculante, sino un medio para identificar la idea de la igualdad moral de los individuos. Este acuerdo se realiza bajo el ‘velo de la ignorancia’. En palabras del propio Rawls: “Nadie sabe cuál es su lugar en la sociedad, su posición, su clase o estatus social; nadie conoce tampoco cuál es su suerte con respecto a la distribución de ventajas y capacidades naturales… Como nadie es capaz de precisar principios que favorezcan su condición particular, los principios de justicia serán el resultado de un acuerdo o de un convenio justo”. En estas condiciones, de acuerdo con Rawls, lo racional es adoptar una estrategia de ‘maximín’: elegir la opción que maximiza lo que se obtendría en el mínimo o en la peor posición (como si tu peor enemigo decidiera qué posición ocuparás).
El liberalismo de Rawls ha recibido varias críticas. Se dice que sus principios de justicia no mitigan diferencias iniciales entre bienes naturales, sino sólo entre bienes sociales; pero parece que tanto las desigualdades naturales como las sociales deberían compensarse. Por otra parte, tales principios no consideran la influencia de nuestras elecciones: cuando la desigualdad es el resultado de las elecciones y no de las circunstancias; de este modo, los principios crean injusticias, en lugar de eliminarlas.
Para atender a estas preocupaciones, Ronald Dworkin diseñó maneras alternativas de representar la distribución igualitaria: una subasta sensible a la ambición (con el mismo poder de compra, todos eligen y ofertan por los recursos que mejor se adapten a sus planes de vida) y un seguro que compensa desventajas naturales (previo a la subasta, cualquier gasto para atender desventajas debería ser compensado). Pero en este esquema no parece darse igual consideración a todas las personas: las cualidades de los más afortunados serían un lastre más que un recurso. Además, como señala Will Kymlicka, los cálculos hipotéticos que requiere la teoría de Dworkin son complejos, y su ejecución institucional tan difícil, que sus ventajas teóricas no pueden trasladarse a la práctica.
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