Publicado en 2022, Intuir la forma que no tiene medida es un libro impreso en España del poeta malagueño Francisco Muñoz Soler, dividido en cinco partes. “Alerta como una torre vigía” da nombre a la primera sección en donde brotan acantilados, olas, vientos y naufragios interiores y donde la belleza aparece y se aprecia como un soporte que sustenta la existencia. El autor sabe de la impermanencia de la vida, del poder silencioso de la contemplación, del ser humano y sus múltiples universos.
En estos versos, Francisco con una escritura intimista y confesional nos comparte: “De adolescente tenía la impresión de que la vida / se escapaba como el agua en la mano / entre los dedos, / ahora siento que mi mano es agua que fluye.” Por lo que nuestro autor ha tenido un proceso de transformación significativo que ofrece al lector con este poemario escrito en prosa poética, cuya segunda parte se titula: “Adentrarse al lugar intangible”. En este apartado nos encontramos con el transcurrir de un viaje interior, de autoconocimiento y reflexión mediante un lenguaje transparente y directo, que nos transmite paz, esperanza y dulzura con un campo semántico estrechamente unido a la naturaleza. Así, encontramos amapolas, azucenas, rocas semillas, pistilos, pájaros, aromas, auroras boreales, trinos, lluvia, mariposas, cielos, fruta, espigas, paisaje, agua, fuego, tierra, flamboyanes, sólo por citar algunos.
Por otro lado, a partir de un epígrafe del poeta español Antonio Machado “Converso con el hombre / que siempre va conmigo” construye su propio poema para invitar al lector a conocer y descubrir el encuentro con uno mismo. A través de sus versos es notoria la intención de defender la autenticidad, el derecho a ser lo que no es y, sobre todo, a adentrarse en las regiones más profundas que residen en el trono del corazón humano.
Otro de los epígrafes tiene que ver con el gran poeta español Gustavo Adolfo Bécquer. De él toma la rima XX: “Que el alma que hablar / puede con los ojos, también / puede besar con la mirada”. De sus versos brota el futuro como una necesidad vital, así como el aprendizaje de habitar el momento presente. Asimismo, otro de los poetas españoles fundamentales de la Generación del 27 Vicente Aleixandre hace aparición en estas páginas a través de un extracto de su libro El cuerpo y el alma: “Alma fuera, alma fuera del cuerpo, / planeando / tan delicadamente sobre la triste forma abandonada”.
En más de una ocasión el lector de Francisco Muñoz Soler necesitará un diccionario cerca para dar lectura a estos versos donde se encontrará con palabras como: “Hipoxia, helor, yescas o diorama”. También en esta lectura visitaremos a Aristóteles con su frase “el alma que nunca piensa / sin evocar una imagen”. Y es que a través de estas páginas Francisco nos entrega la cercanía al lenguaje onírico e intangible, así como su propio pensamiento filosófico con sus certezas y cuestionamientos. Cito: “¿Cómo será el alma de los humanos del futuro cercano?”
Asido a su propia humanidad, llegamos a la tercera parte de este libro titulado: “Irrepetible y mágico” donde los síntomas de la enfermedad y del inevitable paso del tiempo se conjugan con la belleza vespertina de la primavera donde el autor afirma: “En mí seguirá naciendo vida de continuo con la misma frescura que mi primer hálito”. Nuestro poeta prosigue cuestionándose en qué instante el conocimiento nos arrojó al infinito. Nos comparte también su consciencia sobre la fugacidad de la vida y por ende, en recordar como dice el Budismo “la preciada vida humana y la gran oportunidad que se nos ha otorgado para hacer algo significativo con ella a través de la bondad y la compasión antes de desencarnar”. Toda la escritura de este poemario transcurre con delicadeza, fluye como un arroyo, llevando al lector a un umbral de silencio. Abundan, imágenes visuales y auditivas: “Ahí construyo un hogar simbólico, con su pórtico de columnas, su rumor de agua entre piedras”. Asimismo, hay un gran trabajo de recuperación de la memoria donde habitan distintas experiencias y recuerdos a través de las cuales se va hilvanando la existencia que desde su mirada se dirige hacia la desaparición de una particular manera: “Miraré a las estrellas hasta entender que nuestra esencia son astros condensados que continuarán su ciclo en otras secuencias”. Llama la atención aquí de manera desconcertante un sujeto en singular “nuestra esencia” con un verbo en plural “son”, lo cual no puedo dejar de señalar. Asimismo, Francisco trasluce el entrenamiento que recibió para escuchar su cuerpo: “porque mi cuerpo no ha dado señales que perturbe mi equilibrio ni tambalee proyectos inmediatos de vida…” o bien, “y después del fulgor de la vida, mi cuerpo se derrumbó, como la ceniza tras el fuego”. Es decir, el cuerpo es quien sostiene este poemario donde los huesos son versos que también cantan “a las personas que padecen Alzheimer”, mientras la tarde con su balancear suave me transmite el sonido de su carencia física cuando aún su cuerpo da sentido a mis días. En esta tercera parte también nos visita Allen Ginsberg antes de morir, porque la muerte es uno de los tópicos presentes en este poemario, el cual tiene diversas aristas, una es que la alegría de vivir va más allá de cualquier adversidad, que es el resultado de un espíritu que como dice él “no cedió a la trampa del miedo”.
En la cuarta sección del libro titulada “La naturaleza sea cual sea su escala se rige por las mismas reglas” frase tomada de Blanca Muñoz “El lado invisible de la luz”, encontramos poemas con imágenes gustativas y táctiles: “El sabor del mar como un abrazo intangible” y continúan las auditivas “cambia el sonido del fluir de mi sangre y altera su ritmo”. En estos versos es notoria la atención plena del autor en el cuerpo, el poder concentrado de su autobservación y autoconocimiento. Ejemplo: “Caen los días sobre la hendidura, imperceptibles me instan a conocerme”. Al mismo tiempo que nuestro poeta dirige su mirada al interior, nos ofrece un testimonio externo: “Camino siendo testigo, impregnado por la belleza que me circunda, siendo parte de la misma”.
En la quinta parte con la que concluye el poemario, titulada “¿Y tú de que lado estás?”, verso tomado de la Canción de las aves del tercer mundo de Ferlinghetti nos encontramos, nuevamente, con la presencia de los invisibles, de los excluidos por un mundo deshumanizado: “como un pájaro encima de una rama me uno al clamor que materializa los vocablos de los que no tienen… para que sepan que al menos una minúscula ave desde la enredadera de un árbol está a su lado”.
De nuevo surgen cuestionamientos ¿qué espacios quedarán para la ética en este mundo de avances tecnológicos a velocidad de vértigo? ¿en qué lugar sobrevivirán los sueños, el amor al prójimo? Dentro de los homenajes que rinde nuestro poeta se encuentra José Agustín Goytisolo, autor de Sin saber cómo, libro del que Francisco cita los siguientes versos: “Sonó en mí, sonó porque también el sordo oye la campana que ama”. Y es que Muñoz Soler se transporta hasta lo más íntimo, lugar desde el cual vislumbra el universo y su visión la presenta en la vida cotidiana de nuestro presente inmediato.
También en este libro, el autor hace diversas evocaciones a la Guerra Civil Española, a las orfandades que dejó lo vivido por las madres y rememora: “¿En qué espacio transita el dolor de las madres? En el desgarro sostenido por oraciones a la providencia para que ahuyente los ángeles negros de sus hijos”. El libro concluye con un verso “porque mientras existan personas, habrá poesía” que obligatoriamente nos hace regresar al título: “Intuir la forma que no tiene medida” y que se refiere a la poesía y a todo lo que ella abarca con su energía luminiscente y polifónica.
Deseo que Francisco Muñoz Soler continúe explorando los distintos niveles en los que se haya nuestra humanidad y tenga larga vida para seguir recordándonos la necesidad imperiosa que tiene este mundo de transformarse a través de la toma de conciencia para que generaciones por venir habiten esta tierra desde la voz majestuosa de la esperanza.