El peso de las razones  Los medios y la nueva izquierda - LJA Aguascalientes
14/04/2025

La situación es cuando menos paradójica. Muchos medios antaño confiables han abandonado los compromisos y valores del buen periodismo. En particular, han renunciado a brindar una cobertura rigurosa de las noticias en favor de robustecer las preferencias ideológicas de su clientela.

Medios afines a la izquierda se han transformado con los vientos de la nueva izquierda. Si antes hacían una férrea defensa de la libertad de expresión, hoy abrazan la censura en nombre del no ofender; si antes blandían banderas anticlericales, hoy se alían con los oscurantistas de los extremismos religiosos de Oriente medio; si antes entablaban épicas batallas para derribar los tabúes de moda (Je suis Charlie), hoy se atrincheran en un nuevo y brioso puritanismo. La izquierda tradicional buscaba equilibrar su desprecio ante sus dos principales adversarios: el totalitarismo y el imperialismo. Hoy el progresismo hace oídos sordos ante autócratas, populistas y dictadores en favor de un edulcorado antiyanquismo en taza de Starbucks. La traición progresista a la izquierda tradicional, que con tanto tino detectó Alejo Schapire hace un par de años, encuentra hoy en muchos medios de izquierda a sus principales compinches.

Los medios de la nueva izquierda son disonantes. Por un lado, abrazan gustosos el relativismo cultural cuando favorece sus fobias antiimperialistas; por otro, cancelan a sus adversarios ideológicos en lugar de enfrentarlos en un debate racional.

Maxwell Boykoff y Jules Boykoff detectaron hace casi veinte años el sesgo mediático del periodismo de la nueva izquierda. Con el eufemismo de “cobertura equilibrada”, The New York Times, The Washington Post, Los Angeles Times y The Wall Street Journal desorientaron a sus lectores sobre la realidad y las consecuencias del cambio climático antropogénico. La lógica era simple: otorgaban el mismo tiempo y espacio tanto a los científicos como a los negacionistas. La razón: la absurda creencia de que la objetividad se encuentra en el balance. Lo que consiguieron resulta evidente: que muchas personas creyeran que en verdad existía desacuerdo y debate racional donde no existían. Por ello, la historiadora de la ciencia Naomi Oreskes, que años antes había exhibido la manufactura de dudas injustificadas financiadas por las tabacaleras y petroleras, tuvo que coordinar un manifiesto que desmentía el desacuerdo al interior de la comunidad científica con respecto al cambio climático (con un título bastante ilustrativo: “El consenso sobre el consenso”). Cuando su deber estaba en informar a la ciudadanía del problema más importante al que se enfrenta la humanidad, los medios de la nueva izquierda claudicaron ante un relativismo facilón que va bien con la ideología de sus lectores. Además, iba bien con la crisis económica y su gruesa nómina. Cambiar el concepto de objetividad era más fácil que mantener sus principios en tiempos de penuria. Así lo señaló Brent Cunningham en 2003 en el Columbia Journalism Review: “La objetividad sirve de excusa para informar de manera descuidada. Si estás en la fecha límite y todo lo que tienes son las dos partes de una historia, a menudo es suficiente (…) [Así] no logramos darle un impulso gradual a la historia, de manera que se dirija hacia una comprensión más profunda de lo que es verdad y de lo que es falso”.

Cuando se abraza el relativismo, porque viene bien con los prejuicios de tu clientela y te ahorra tiempo y dinero, la principal damnificada es la verdad. La objetividad no se logra con un balance simplón, sino con un análisis profundo que quizá no sea lo que quieran los lectores, pero sin duda es lo que necesitan. O, al menos, así lo pensaba la izquierda tradicional.

La nueva izquierda también rehúye al debate racional, y con ello le hace el caldo gordo a la extrema derecha. David Remnick, editor de The New Yorker, uno de los medios más prestigiosos de la izquierda norteamericana, invitó a debatir a Steve Bannon en 2018 al October Festival. Bannon había llevado con un éxito impredecible para los ingenuos demócratas la campaña de Donald Trump. Su intención era exhibirlo en un debate racional: hacerle preguntas difíciles y mantener una conversación seria. La necesaria e inteligente iniciativa de Remnick fue combatida por sus propios colegas bienpensantes, por una campaña violenta en redes sociales, y por las ridículas amenazas del actor Jim Carrey y del director Judd Apatow. Las consecuencias de la cancelación habrían sido evidentes para cualquier persona con dos dedos de frente y una ideología menos virulenta: llevó a Bannon a exhibirse como víctima de la censura y a Trump a inventar una campaña en su contra por parte de los medios críticos de su gobierno. Alejo Schapire señala al elefante en la habitación: “¿Tan poca fe se tenían en debatir, acostumbrados a los falsos debates donde todos están de acuerdo? ¿Han perdido la costumbre de enfrentarse a una argumentación estructurada o tienen escasa confianza en sus propias ideas y en su capacidad de persuasión?”.

Lo que es seguro es que los medios de la nueva izquierda son en parte responsables de allanar el terreno a los nuevos populismos de extrema derecha en el mundo. En Latinoamérica, la izquierda empieza a perder territorios: el domingo pasado fue Ecuador, es probable que en unas semanas lo sea la Argentina. La nueva izquierda hoy resulta incapaz de autocrítica, y sin ella es imposible hacerles frente a las tendencias más mezquinas de sus adversarios (como la xenofobia y el racismo). Rehuir al desacuerdo, al debate y a la pluralidad, aunque les resulten incómodos a los nuevos izquierdistas, crea muros entre los polos y nos estanca en la resolución de nuestros principales problemas públicos.

mgenso@gmail.com



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