La columna J  El miedo a la muerte - LJA Aguascalientes
15/11/2024

“En ese abismo de incertidumbre, me encuentro frente al espejo en soledad, en la mayor conciencia que he tenido, en donde mis ojos son la sombra de un momento que sucederá” Kurtz.

Estimado lector de LJA.MX con el gusto de saludarle como cada semana, quiero aprovechar esta ocasión para abordar un tema que es natural concebirlo, pero que siempre será un punto polémico de interpretación social e individual, es un tema que se ha presentado con el devenir del tiempo y expresado metafóricamente en la existencia de los seres humanos, me refiero al miedo a la muerte.

Curiosamente los seres humanos tenemos dos cosas seguras en la vida, la primera es la incertidumbre y la segunda es la muerte, todo lo demás es una secuela de hipótesis, de posturas y clichés interpretativos sobre la búsqueda del sentido de nuestro andar en este camino llamado vida. No obstante, este temor que se tiene, este miedo, esta ansiedad que se desprende en torno a este fenómeno, hace que las personas condenemos nuestro presente. Probablemente en muy pocas ocasiones de nuestra vida somos verdaderamente conscientes de que en algún otro momento, no existiremos como existimos, independientemente de la postura religiosa o espiritual que tengamos, o en lo que creamos.

La muerte no es algo a temer, la metempsicosis y la metempsomatosis, esas antiguallas orientales aclimatadas bajo el cielo griego de Pitágoras y reactivadas por Platón, corresponden al mundo y a la narrativa de las fábulas. La intemperancia de la tierra no se paga con una remuneración en un animal en la otra vida, la física epicúrea condena toda metafísica, es una postura, puede ser o no lo puede ser. Lo que sucede se despliega en los límites de la lógica atomista, la muerte no afecta a los vivos, puesto que el bien y el mal reside en sensaciones y puesto que la muerte supone la privación de éstas, no es para el humano un bien o un mal.

Estimado lector podría inferir que no vivir es un mal, la cuestión reside en esperar la muerte en vida, en una manera de destilar la muerte en la vida cotidiana, en infectar la jornada insignificante con un pensamiento pernicioso, sino en vivir bien. Tener que morir irónicamente plantea más problemas que el hecho mismo de morir. Pero sobre esta idea que agobia a la mayoría de las personas tiene su principal condena en que se entiende en el futuro, pues la vida vale menos por la cantidad que por la calidad.

Vivir bien conduce a morir bien, y posiblemente la tarea del filósofo no reside tanto en parasitar su vida cotidiana en la propulsión de la muerte como en organizar una perpetua celebración de la pulsión de la vida.

Lucrecio desmonta, deconstruye, desmitifica, no, la muerte no es una catástrofe, sino simplemente una operación de los átomos que corresponde al final de las organizaciones que constituyen un cuerpo y un alma. El camino de la vida es insensato para quien lo vive con miedo, es un devenir de incertidumbres que se albergan en la ínfula de la angustia, la poesía servirá como un faro y una expectativa loable en un sentido fuera de todo lo abyecto, no es soliloquio, es esperanza. Al final el tiempo nos mide, no nosotros a él, el miedo es la raíz de lo que aún no conocemos y no entendemos, ósea todo.

Probablemente los dados del destino estén lanzados, pero lo que no claudica es la interpretación que le demos a cada suceso, no hay esquinas diáfanas, ni reyertas con los cielos y con los infiernos, hay elocuencia, para tener y adoptar una postura de vida, una manera de existencia, el miedo es innecesario, es un dolor evitable, es la consecuencia y la antagónica presencia del valor.

Somos instantes a la sombra de un astro, somos palabras en espiral, somos sentimiento y pensamientos fugaces, como los segundos que se escurren de nuestras manos, somos nada, somos una expresión del ego, somos la filosofía de la lápida mortuoria de Grecia, somos nombres perdidos en la sopa de letras del infinito, somos la inconsciencia de la idea atrapados en la materia, somos un pueblo sin tierra, una bandera sin escudo, un himno sin nadie que lo cante, somos un especie extinta, somos sales y soles, somos lágrimas y viento, somos un poema perdido en la nostalgia de nadie, somos la mirada de alguien que está soñando, somos nuestra vida, somos la muerte de nuestra de existencia, solo somos átomos en una figura que a cada paso se está desdibujando, somos el miedo que ha claudicado. Vincere aut mori.


In silentio mei verba, la palabra es poder.


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