Five hundred, twenty-five thousand, six hundred minutes
Five hundred, twenty-five thousand moments so dear
Five hundred, twenty-five thousand, six hundred minutes
How do you measure, measure a year?
Jonathan Larson
Mi vida se mide otra vez en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos adicionales: el tiempo aproximado en el que nuestro planeta orbita de manera elíptica alrededor del Sol, la estrella de nuestro sistema solar, que se ubica en la Vía Láctea, una galaxia que está conformada por unas cuarenta galaxias en un grupo local que hemos llamado Andrómeda, que pertenece a otro supercúmulo de cien mil galaxias, en un rincón del cosmos, que llamamos Laniakea. Nunca he sobreestimado la absoluta nimiedad de la existencia de nuestra especie, mucho menos de una vida humana, en este caso la mía. Somos muchísimo menos que un suspiro en la historia del universo: muchísimo menos que el polvo cristiano, a menos de que éste se refiera al polvo de las antiquísimas estrellas.
Tampoco deja de sorprenderme la manera en la que cortamos el pastel de la realidad. Creemos que existen elementos químicos, especies animales, planetas, galaxias y demás tipos de cosas que nombramos y agrupamos con distintos fines. Pero ahí están los isótopos, las nuevas sofisticaciones del árbol de la vida, la evolución casi siempre lenta y siempre implacable, la degradación de Plutón a planeta enano, y la transferencia mitológica de los nombres que habitan nuestros sueños e historia cultural al cielo y sus moradores. No obstante, nuestras tipologías adquieren un peso metafísico sorprendente: creemos que existen y celebramos nuestras creaciones simbólicas con mágica deferencia. Para mí son eso los cumpleaños: no más, nunca menos.
Me alejaré de la pompa retórica, aunque precisa, con la que he iniciado estas líneas. La cultura popular es un complemento de la ciencia más rigurosa. Jonathan Larson se preguntó en RENT cómo sería adecuado medir un año. La intuición filosófica del músico y dramaturgo estaba del lado de cierto escepticismo con respecto a lo que veía como una quimera: las distintas maneras humanas de clasificar la realidad, en este caso de una vida humana. ¿Cómo medimos un año en la vida de un ser humano? Las últimas semanas esta pregunta me asalta con cierta premura y mucha intensidad. No ha sido un año en mi vida como cualquier otro, aunque un año en mi vida sea trivial e irrelevante desde una perspectiva cósmica. Pero, ¿por qué sólo medir un año?, ¿por qué no poner la mirada en mi vida completa hasta este último periodo de traslación que mi nacimiento ubica de manera arbitraria un 24 de septiembre cerca del mediodía? ¿Valen la pena ambos ejercicios?
No lo creo. El primero, en dado caso, es muy personal. Este año no ha sido fácil, pero sigo de pie, con salud, y mal que bien, en las peores circunstancias, ha transcurrido. (¡He vivido!). El segundo me parece mucho más interesante. Han sido un poco más de cuatro décadas con una familia espectacular, sensible, cariñosa, atenta y presente (incluso en una lejanía que se mide en cientos de kilómetros). Inés, Jon y Paco son regalos que me dio el mundo y que atesoro todos los días. Cada mañana recuerdo a mi abuelo Francisco, mi abuela Isabel, mi padre, mis tres tíos maternos, y mi hermano Michael. Tulia, mi gatita gruñona y compañera de vida, me abandonó hace unas pocas semanas, pero lo único que hoy vale fue nuestra vida juntos: 16 años de amor, viajes y cariño compartidos. Tengo amigas y amigos que hacen de mi vida una llena de compañía cotidiana. Nombrarlos es innecesario, mis días y mi hogar los habitan a menudo a mi lado.
Así, me despido, agradecido con ustedes, que desde hace ocho años me leen en este espacio, y espero escribir unas líneas similares el año próximo, con un mucho mejor año a cuestas.