Un mundo en declive - LJA Aguascalientes
01/07/2024

Supongo que quienes lean esta columna estarán enterados de que el mundo natural está en declive debido a que la temperatura media del planeta aumenta cada día. Los períodos y las cantidades de lluvia ya no son pronosticables según las estaciones del año y, al menos en nuestra región, cada vez son más escasas, al grado de que se ha tenido que recurrir a medios tecnológicos, como lo es el bombardeo de nubes con yoduro de plata, para inducir la lluvia; aunque eso no es tan fácil, ya que deben presentarse circunstancias muy específicas no solamente para que llueva, sino también para que el agua caiga en el lugar deseado y previamente programado con base en estudios meteorológicos.

Ambos temas, el cambio climático (CC) y la escasez de lluvia, están relacionados con el problema de la deforestación a nivel mundial. Para poder cuantificar sus efectos en México, han sido establecidos, por parte de instancias gubernamentales y de investigación, períodos y territorios específicos para poder determinar el número de hectáreas que se deforestan en el país. Con base en los datos del sistema nacional de monitoreo forestal (SNMF), se estableció que del 2001 al 2021 se han perdido en promedio 208, 850 hectáreas por año (http://snmf.cnf.gob.mx/deforestacion/), lo que equivale a casi 2 millones 100 mil hectáreas en dos décadas. De acuerdo con Thelma Gómez Durán (2022), en su artículo Sembrar deforestación: los bosques que pierde México por la agroindustria, el origen de este problema es que “desde hace décadas, el desmonte provocado por la agroindustria avanza sin obstáculos en varias regiones del país. Los motores que lo alimentan son, entre otros, los subsidios del gobierno, un mercado creciente, las leyes ambientales ignoradas y, en especial, el desdén hacia los territorios boscosos” (https://acortar.link/B3z5IC). Prueba de ello es que vastos territorios abundantes en biodiversidad ahora son monocultivos de maíz, trigo, aguacate, soya, caña, palma de aceite y agave. Pero no es esta la única práctica que devora los espacios naturales, también hay tierras forestales que se transforman en pastizales (155, 436 ha/año), en los que se cría ganado para satisfacer el mercado pecuario; tierras en las que se autoriza construir asentamientos humanos (5036 ha/año), y las ya señaladas tierras agrícolas (44,725 ha/año). Sirvan estos datos para mostrar lo que ocurre en nuestro país. Si esto lo traducimos a cifras mundiales, los datos son aún más escalofriantes, ya que, de acuerdo con estudios realizados por Global Forest Watch y la Universidad de Maryland, se deforestaron 4.1 millones de hectáreas de bosques primarios en el 2022 (https://www.globalforestwatch.org/).

Dato adicional es que, como resultado de la deforestación en el 2022, se emitieron 2.7 gigatoneladas de dióxido de carbono (CO2) hacia la atmósfera, manteniendo el incremento de la temperatura planetaria. A esto se suma que, al haber menos vegetación, se intensifica la evaporación del suelo, este comienza a erosionarse y disminuye el potencial de lluvia. Bajo este escenario, cuando llueve, el agua escurre con mayor velocidad en lugar de infiltrarse, lo que puede provocar que se susciten inundaciones en poblaciones humanas u, otras veces, estos escurrimientos pueden llegar a provocar catástrofes, como ocurrió hace apenas unas semanas en la ciudad portuaria de Derna, en Libia, que fue arrasada por el agua después de que una presa se rompiera debido a las fuertes lluvias provocadas por el ciclón Daniel, fenómeno que se presentó de manera extraordinaria producto del CC.

Este tipo de eventos contrastantes, sequías o lluvias torrenciales, fueron advertidos desde hace décadas por los climatólogos, quienes han señalado que sus causas tienen un origen antropogénico, es decir, están siendo provocados por la especie humana al alterar las bases ecosistémicas que sostienen el equilibrio del planeta y hacen posible que haya vida en él.

Inicié este artículo suponiendo que quienes lo lean están enterados de que el mundo natural está en declive, sin embargo, eso no es suficiente. Si bien es necesario informarse y saber más sobre el tema, lo más importante es actuar: no quedarse de brazos cruzados esperando con optimismo que las cosas cambien “así nomás” o, por el contrario, pensar que ya nada puede hacerse y esperar con pesimismo el momento del colapso planetario.

Seguramente, muchos pensarán que sus conductas cotidianas no afectan ni impactan gravemente el planeta, pero si sumamos lo que hacemos cotidianamente y lo multiplicamos por días, semanas, meses y años, y además agregamos a los integrantes de nuestra familia y a todos los habitantes del municipio, entonces podemos ser conscientes de que sí somos parte del problema, pero también de la solución. Pienso, por ejemplo, en la campaña actual del gobierno municipal, que consiste en dar a conocer a la población el promedio de la cantidad de basura que generamos y la importancia de clasificarla (que por cierto, es una campaña que propusimos los integrantes de Movimiento Ambiental y estudiantes de Comunicación Organizacional de la UAA a servicios públicos hace como 8 años, pero no la aceptaron porque no había presupuesto).

Por último, quisiera comentar que me cuesta trabajo entender las cifras y dimensiones que provoca la deforestación, pero, más aún, que los gobernantes sigan volteando la cara a esta amenaza ambiental; que su mirada y atención continúe dirigiéndose sólo hacia sus intereses políticos partidistas, y no a tomarse en serio que el mundo está en pleno declive por esta causa. No espero que un periodicazo detenga alguna o varias de las obras autorizadas en el estado que tienen que ver con el problema de la deforestación, lo que sí espero es despertar algo de conciencia ambiental en los tomadores de decisiones y en la ciudadanía en general.


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