Tres días llevamos aquí, nadie nos dice nada, tenemos niños pequeños con sarpullido y adultos mayores enfermos, pasamos la noche en los vagones con mucho frío, en el día hace mucho calor, allá acaban de matar una culebra, ya nos queremos ir… los testimonios se repetían una y otra vez entre los cientos de inmigrantes que quedaron atrapados a las afueras de la comunidad de Peñuelas cuando el tren en el que viajaban hacia el norte se detuvo por una falla.
Un grupo de hombres improvisaron sobre el camino de terracería una cancha para jugar béisbol con una pelota de tenis, es para no volverse locos de esperar, dice el hombre con una familia que se resguarda del abrasante sol bajo la tenue sombra de un árbol.
La gente camina sobre la vía y a lo lejos el sonido de otro tren los pone sobre advertencia, a escasos metros la imponente máquina desplaza el aire, pero ninguno de ellos parece darle importancia, siguen preparando su comida sobre pequeñas fogatas, arroz con lentejas, pollo en otro lugar, un pequeño asiento de café; siguen platicando, siguen esperando.
Salimos el 15 de agosto de Colombia, mañana cumplimos un mes viajando y a través de todos los países que hemos pasado, en México nos han apoyado mucho, nos advirtieron que aquí sería muy difícil, pero hay mucha gente buena, en Guatemala nos asaltaron muchísimo, los policías pedían quetzales para no deportarnos; pasar la selva fue lo más difícil, tengo mi celular descargado, si no te mostraría las fotos, mujeres, niños muertos en el camino, otros se quedaban dormidos al lado del río y se los llevaba, ya luego aparecían entre las piedras inflados.
Otro sonido a lo lejos advierte el paso de otra máquina, esta vez un camión que remolcaba maquinaria pesada, los trabajadores sobre el camión gritan hoy se arregla, a las cuatro, y el grito casi unánime les da algo de esperanza. Tres días llevaban esperando, sin que nadie les dijera nada sin saber cuándo podrían seguir su camino.