- Durante décadas prevenir esta enfermedad ha implicado deshacerse de estos insectos, ahora en ese frasco hay una forma potencialmente más efectiva de controlar el mal que desafía todo lo aprendido
Zumbando dentro de un tarro están los nuevos aliados en la lucha contra el dengue: más de 200 mosquitos desesperados por salir. Durante décadas prevenir esta enfermedad ha implicado deshacerse de estos insectos. Ahora en ese frasco hay una forma potencialmente más efectiva de controlar el mal que desafía todo lo aprendido.
Por eso hay aplausos y alegría en una barriada de alta incidencia del dengue al norte de Tegucigalpa cuando Héctor Enríquez, un albañil de 52 años, levanta el bote por encima de su cabeza y retira la tela que lo cubre liberando a los zancudos.
Los mosquitos que salen volando a su lado parecen iguales a los que antes todos mataban, pero no lo son. Estos fueron criados por científicos y son portadores de una bacteria llamada Wolbachia que bloquea la transmisión del dengue. Cuando se reproducen, transmiten la bacteria a su descendencia, reduciendo futuros brotes.
La organización sin fines de lucro Programa Mundial del Mosquito (WMP, por sus siglas en inglés) es pionera en esta técnica y lleva más de una década implementándola en una docena de países. Con más de la mitad de la población mundial en riesgo de contraer dengue, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sigue de cerca cada uno de estos procesos, el más reciente el hondureño, y última una recomendación para respaldar su uso a nivel global.
En Honduras, que registra unos 10 mil casos anuales de la enfermedad, el WMP se ha aliado con Médicos sin Fronteras (MSF) para liberar unos nueve millones de mosquitos en seis meses, en algunos casos con la ayuda de voluntarios como Enríquez.
La idea puede parecer difícil de vender a la población pero el australiano Scott O’Neill, fundador de WMP, asegura que las comunidades están dispuestas a soportar algunas picaduras con tal de reducir la enfermedad.”Hay una necesidad desesperada de nuevos enfoques”, señaló.
El dengue desafía la prevención típica
En las últimas décadas la ciencia ha avanzado en la reducción de enfermedades infecciosas, incluidas las originadas por virus transmitidos por mosquitos como la malaria. Pero el dengue no ha parado de aumentar.
La OMS estima que hasta 400 millones de personas en unos 130 países se infectan cada año y aunque las tasas de mortalidad son bajas -unas 40 mil defunciones anuales- su impacto socioeconómico es enorme porque los brotes pueden poner en jaque a los sistemas de salud y hacen que muchas personas falten al trabajo o a la escuela. “Cuando te enfermas de dengue, a menudo es como tener la peor gripe que puedas imaginar”, indicó Conor McMeniman, un investigador de mosquitos de la Universidad Johns Hopkins. Por algo se la conoce popularmente como la “fiebre rompehuesos”, agregó el científico.
Los métodos tradicionales de control que han funcionado en otras enfermedades transmitidas por mosquitos no han sido tan efectivos contra el dengue. Los Aedes aegypti, el tipo de zancudos que transmiten este virus, se han hecho resistentes a insecticidas que, en el mejor de los casos, han tenido efectos limitados.
Además esos mosquitos pican de día, con lo que dormir bajo redes mosquiteras no ayuda, y todavía no hay vacunas eficaces para controlar un virus que se presenta en cuatro variantes distintas.
Por si fuera poco, como los Aedes aegypti proliferan en ambientes cálidos y húmedos y en ciudades densamente pobladas, el cambio climático y la creciente urbanización hacen prever que la situación empeore. “Necesitamos mejores herramientas”, afirmó Raman Velayudhan, investigador del Programa de Enfermedades Tropicales Desatendidas de la OMS. “Wolbachia es definitivamente una solución a largo plazo y sostenible”.
La OMS, que ya ha respaldado investigaciones con esta bacteria después de epidemias recurrentes provocadas por el mismo tipo de mosquito -que también transmite el Zika, la chikungunya y la fiebre amarilla- planea publicar en breve un documento para avalar su uso y un manual operativo para que los países lo tengan como referencia, lo que podría alentar a más gobiernos a utilizar esta técnica y a más donantes a interesarse en su financiación.
Bacterias que bloquean la enfermedad
La estrategia con Wolbachia ha tardado décadas en desarrollarse. Esta bacteria existe naturalmente en alrededor del 60% de los insectos pero no en el Aedes aegypti, por lo que el reto era cómo transferirla a este mosquito. Hace unos 40 años O’Neill, entonces un joven entomólogo, se obsesionó por lograrlo. “Trabajamos durante años en eso”, reconoció el científico de 61 años.
Según recordó, fueron años de “proyectos imposibles” y “de muchas lágrimas”, pero finalmente descubrieron cómo transferir la bacteria de las moscas de la fruta a los embriones de mosquitos Aedes aegypti usando unas agujas de vidrio microscópicas.
Por aquella época los científicos apostaban por usar la Wolbachia de una manera diferente: para reducir las poblaciones de mosquitos. Los machos que portan la bacteria sólo producen descendencia con hembras que también la tienen, por lo que la idea era liberar machos infectados para que se aparearan con hembras sin Wolbachia y que los huevos no prosperaran.
Pero el equipo de O’Neill hizo un descubrimiento sorprendente. La Wolbachia no sólo afectaba el proceso de procreación de los Aedes aegypti sino que los mosquitos que la llevaban no transmitían el dengue ni otras enfermedades. Y como las hembras infectadas sí transmiten la Wolbachia a su descendencia, apostaron por usar a los mosquitos infectados para “reemplazar” poblaciones locales para que bloquearan el virus.
Según Oliver Brady, un epidemiólogo de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, esta estrategia de sustitución de poblaciones -que es la que usa el WMP- supuso un cambio importante en los planteamientos de control de mosquitos porque hasta entonces todo se había centrado en “matar mosquitos o, como mínimo, evitar que picaran a los humanos”.
Desde que el laboratorio de O’Neill probó por primera vez la estrategia de sustitución en Australia en 2011 el Programa Mundial del Mosquito ha realizado estudios en 14 países -entre ellos Brasil, Colombia, México, Fiji y Vietnam- protegiendo potencialmente a unas 11 millones de personas.
Los resultados son prometedores. En 2019, un ensayo a gran escala en Indonesia mostró una disminución del 76% en los casos de dengue después de la liberación de mosquitos con Wolbachia. La técnica sigue en expansión. A principios de 2024 llegará a El Salvador y Brasil quiere aplicarla a nivel nacional.
Sin embargo, tiene retos por delante. Los fundamentales, según la OMS, son el alto costo y la complicada logística de producir y liberar mosquitos infectados a gran escala. O’Neill coincide. El proyecto de Tegucigalpa, que se desarrollará a lo largo de tres años, costará 900.000 dólares, aproximadamente 10 dólares por persona.
Los científicos aún no saben cómo trabaja la Wolbachia para bloquear el dengue y entre las preguntas sin responder está averiguar si la bacteria funciona igual de bien contra todos los tipos de dengue o algunas variantes podrían volverse resistentes a ella con el tiempo, comentó Bobby Reiner, académico de la Universidad de Washington. “Lo cierto es que no se trata de una solución única y definitiva que esté garantizada para siempre”, concluyó Reiner.
Cría de mosquitos especiales
En un almacén no muy grande de la ciudad colombiana de Medellín nacen muchos de los mosquitos infectados con Wolbachia del mundo. El WMP cría aquí 30 millones de zancudos a la semana.
La biofábrica importa huevos secos de cada país en donde se iniciará un nuevo proyecto para asegurarse de que los mosquitos que se liberen después sean descendientes de los nativos y, por tanto, tengan características similares a la población local, incluyendo la misma resistencia a insecticidas, explicó Edgard Boquín, líder del proyecto de MSF en Honduras.
Una vez en Colombia los huevos se ponen en agua con polvos alimenticios y cuando nacen los mosquitos son cruzados con la “colonia madre” que tiene Wolbachia -y donde hay más hembras que machos- para que sus descendientes nazcan infectados.
Un zumbido constante invade la sala con las jaulas-mosquiteras cuadradas donde los insectos se aparean. Los cuidadores se encargan de que no les falte la mejor comida: agua azucarada para los machos; sangre humana a 37 grados para las hembras, empacada en pequeñas placas cubiertas por una membrana que asemeja la piel para engañarlas y que piquen. “Contamos con las condiciones perfectas de humedad, temperatura, disponibilidad de sangre y todo lo que tiene que ver con la cría”, aseguró Marlene Salazar, coordinadora de la biofábrica.
Una vez que los trabajadores confirman que los nuevos mosquitos llevan Wolbachia, se secan los huevos que pongan sus hembras, se mezclan con un polvo hecho a base de hígado y una solución azucarada y se rellenan unas cápsulas iguales a las de cualquier medicamento que luego se enviarán a los países de liberación.
Esos atípicos envíos muchas veces no están exentos de problemas. El primero que llegó a Honduras quedó detenido horas en la aduana del aeropuerto porque las autoridades consideraron que las cápsulas procedentes de Colombia tenían un polvo “sospechoso”, dijo entre risas Boquín como ejemplo de los mil y un retos logísticos que enfrentan cada día.
Ganar confianza, obtener ayuda
Desde fines de agosto, una escena se repite muchos días al amanecer: una decena de jóvenes de Médicos sin Fronteras recorren en motos el Manchén, la zona del norte de Tegucigalpa elegida para el proyecto, y hacen su peculiar reparto de mosquitos con Wolbachia.
Llegan a un punto, destapan un frasco, lo golpean y si no salen los zancudos soplan un poco porque el dióxido de carbono de su respiración les alerta de que un humano del que alimentarse anda cerca y los incita a buscarlo.
Luego pasan al siguiente punto, a unos 50 metros, muchas veces después de haber donado involuntariamente un poco de su sangre con una o más picaduras o de contestar las curiosidades de algún vecino que todavía no sabe qué está pasando.
Mientras tanto, otro grupo visita varias viviendas de una parte del barrio construida irregularmente sobre una de las muchas laderas de la ciudad, una zona donde falta agua, sobran las enfermedades y el acceso de servidores públicos es escaso porque el control lo tiene una de las pandillas más peligrosas de Centroamérica.
Los trabajadores humanitarios pueden moverse por esas calles, a veces de tierra, gracias al trabajo previo de información a la comunidad -pandilleros incluidos- que comenzó hace seis meses. Además, cuentan con el apoyo de voluntarios que avisan a los pobladores de cada movimiento y con su reputación de neutralidad y transparencia en la acción médica.
Estos equipos llevan tarros vacíos, una bolsa llena las cápsulas de las fabricadas en Colombia y agua. Lourdes Betancourt, una promotora de salud voluntaria, los acompaña a media docena de casas hasta llegar a la suya, donde se repite el procedimiento.
Echan una cápsula que contiene los huevos en un tarro, ponen agua, lo tapan y lo cuelgan de un árbol después de poner vaselina en los orificios laterales para que no entren otros insectos. En unos 10 días los nuevos mosquitos con Wolbachia saldrán volando para aparearse, contagiando la bacteria a otros sin necesidad de hacer nada más.
Algunas de las preguntas más comunes que hacen los pobladores -aquí y en todos los países donde se ha implementado la misma técnica- es si la Wolbachia daña a las personas o al medio ambiente. Los trabajadores de MSF aclaran que no, que nada de eso ocurre. También subrayan que no hay modificación genética de los mosquitos y, por lo tanto, no se los puede llamar transgénicos.
María Fernanda Marín, una estudiante de 19 años encargada del insectario de la organización humanitaria -un garaje lleno de tarros donde se crían zancudos hasta su liberación- afirmó que hay mucha desinformación en las redes y que, para ganar la confianza de sus vecinos, muestra una foto de su brazo cubierto de picaduras.
Según contó, muchos de los trabajadores de MSF han puesto su antebrazo sobre las gasas que cubren los tarros para “donar sangre” a la causa y así demostrar que, aunque piquen, estos mosquitos no son peligrosos.
Betancourt, que ha tenido dengue en varias ocasiones, reconoció que al principio tenía sus dudas pero después de haber recibido toda la información ahora es ella la que convence a sus vecinos para que colaboren en la liberación de zancudos “curados”, como ella los llama.
“Yo les digo a las personas que no tengan miedo, que eso no es nada malo, que tengan confianza”, explicó. Marín les asegura que los zancudos “no les van a pasar el dengue”, pero es muy sincera: “los van a picar, sí”.