Publicado por Ediciones del Lirio, el más reciente libro de Jenny Asse Chayo titulado Eshely: es el amor un grito de fuego, representa un laberinto interior por el que la autora viaja hacia las profundidades de su espíritu, entregándonos una manufactura en prosa poética y tono confesional e intimista para compartir con el lector los secretos del fuego en todas sus manifestaciones.
La Divinidad hace presencia fundamental en estas páginas donde nuestra escritora nos recuerda la importancia de servirla “en los templos, en las casas, en las ausencias” y de traerla en la conciencia de la vida cotidiana para conversar con ella, descubrirla en medio de las catástrofes, contemplarla en el silencio, mientras se logran entrecruzar el plano material y el espiritual.
Es notorio en la lectura del texto el peso de ciertas presencias a través de las ausencias y que como si fueran animales “roen las espadas de la mente”. Transparentemente, la autora nos deja saber que “no hay manera de defenderse de las ausencias”, las cuales pertenecen a personas que ejercieron un papel fundamental en su existencia como fueron el señor Moisés y la señora Estrella, sus padres. Cito: “¿Cómo escribirme que mi madre no está, que mi amada tía se ha ido al otro mundo? Y mi padre ¿qué palabras me dicta desde las fronteras del más allá?” Este libro, que también es un monólogo, toca la experiencia de cualquiera de nosotros, cuando tuvimos la oportunidad de convivir y sentir la protección de una familia que, poco a poco, va desapareciendo porque la muerte, invariablemente, acaba visitándonos y deshaciendo la posibilidad de regresar al pasado sino es con la memoria. “Detrás de la muerte grito el desamparo, en sueños orfandades, en casas vacías, sin el fuego de mi madre”. “Este es el fuego de la ausencia, el que llora al saber el nombre de mi madre”.
En estas líneas también aparece un bestiario compuesto por águilas, polluelos, colibríes, pirañas, ciempiés, gaviotas, alondras, aves, palomas, peces, tigres, pájaros, hormigas, insectos, tijerillas, caracoles, serpientes, víboras y luciérnagas, entre muchos otros que conviven en un espacio habitado por árboles, manzanos, albas, montañas, minerales, montes y manantiales, por citar solo algunos nombres que se vinculan con los elementales, donde el fuego tiene el papel protagónico.
El fuego está presente en lo fundamental: “Es el amor un grito de fuego”, “una zarza que aliente a los que sufren”, “la poesía es ese silencio de fuego”, “¿dónde te encuentro, en qué raíz de fuego, en qué rostro, en qué vocablo?”, “El amor sabe a cal, espina y sangre, y es la intersección de las cuevas en el espacio de nuestras sombras, las que aceptamos para ser más de la luz, más de los fuegos.” Esta oda interna al fuego, ese elemento que ilumina y quema que es parecido a la rosa esa flor que nos confunde con las espinas y con ese aroma, se alza sobre este libro, para purificar, dar luz y extinguir: “Fuego sagrado de la zarza que acontece, profano el fuego que no es para el amor. Fuego negro de la letra grabado en el fuego blanco del silencio. Esh, fuego de Tu nombre… Eish, fuego de la historia, Eisha, fuego masculino, fuego femenino. Fuego que destruye, fuego que habla y que construye. Fuego de la Luz. Eish laban, fuego de la novia, fuego de la letra, fuego terrible, fuego de David”, este fuego para el que la autora “grita llamas para encontrarlo en los labios de los otros”.
Alrededor de esta hoguera, también grita la mujer original: “Eva del grito llano nos alumbra”, siendo ella tan solo una de las tantas referencias bíblicas convocadas en estos párrafos: Caín, Adán, David, Moisés, Abraham, Yosef, Yaacob, Itzjak, por solo citar algunos, y a través de los cuales se inserta una escritura antigua, sin tiempo ni espacio, abundante en invocaciones, y en asociaciones que se hilvanan a lo largo de la historia que Jenny nos va entregando, mientras el lector es contagiado por la intensidad de sus sentimientos, sensaciones e impresiones.
Por último, quiero comentar la insistencia de la autora en traer la importancia de los nombres y de la palabra, haciendo dentro de su monólogo un diálogo de lo divino con lo humano con la finalidad de que todos los seres se reúnan en el paraíso, ese espacio infinito
donde la paz y el amor danzan victoriosos más allá de cualquier violencia.
Agradezco profundamente la mirada de nuestra autora, su autenticidad, la anchura de su corazón y, sobre todo, la amistad que me une a ella como un amanecer alegre, espontáneo y lleno de frescura.