Y por fin, a mis cuarenta y tantos, la historia me alcanzó y el médico ordenó suspender de forma inmediata el consumo de alcohol; a esta edad, decidí hacerme estudios generales los cuales salieron tan mal, que solo me faltó padecer alguno de esos extraños virus que sólo aparecen uno en un millón de personas. Nada grave, solo dos cosas: dejar de beber y dejar de comer. Claro, mi respuesta fue ¿Tons, ya pa’ qué quiero vivir? Claro que era broma y, después de prácticamente veintitantos años de practicar ese hermoso deporte de levantar tarros, decidí, o me decidieron, el retiro.
Comencé a beber a los diecinueve, antes de eso todo lo que contenía alcohol me disgustaba, incluso tenía la firme intención de que nunca bebería dado los estragos físicos y sociales que desde la adolescencia comencé a conocer; pero además, en mis primeras salidas a antros, el sabor tanto de la cerveza como de cualquier destilado me disgustaba, me parecía de mal gusto. Hasta que me acostumbré, y se volvió una costumbre, como la mayoría, en estas reuniones sociales de antros y merenderos. De ahí pa’l real, consumí excesivamente, como cualquier hidrocálido.
Es verdad que no suspendí el consumo en estos veintitantos años, lo más que dejé de beber, fue cuando padecí covid, y no por una puritana resolución médica o por el miedo de lo que pudiera pasar al cruzar el alcohol con la enfermedad, la verdadera causa fue la misma por la que supe del virus en mi cuerpo: un viernes de esos maravillosos me serví mi cubeibi de bacacho con sus respectivos tres dedos, y al probarla no me supo a nada; inmediatamente dejé de beber, sin sabor no tendría el menor sentido. Pero recobrado el sentido del gusto y eliminado el terrible virus, volví a las andadas.
En fin, que ahora que llegó a un poco más de la mitad de vida del promedio del mexicano, tomé asiento con Facundo, dialogamos, y de mutuo acuerdo decidimos darnos un tiempo para valorarnos más. Algunos amigos alcohólicos, me aconsejaban que no acudiera a los lugares donde bebía, pues eso me haría caer en la bebida; yo, que no me considero un alcohólico por enfermedad sino por agusticidad, decidí continuar en esos lugares de vicio y perdición, donde tomo la copa con amigos verdaderos, pero ahora el mesero se acerca con una charola que sostiene la famosísima cuba virgen, al estilo Sheldón Cooper: sin ron. A veces opto por un par de cervezas doble cero.
Algunos de mis amigos alcohólicos dicen que en mi nueva faceta soy mamón, y que ahora que no tomo, soy más enojón. Sí lo creo, pues no hay cosa más extraña que un hombre sin vicios, y el mío básicamente era, o es, ese. En fin, que tengo algo muy claro, quiero seguir bebiendo, porque me gusta, y este impase lo que busca es recuperar el cuerpo, mejorar la salud y posteriormente “degustar” bueno, eso dijo mi doctor: “tomar alcohol no es normal, no es sano, degustar sí”.
En estos días, resuenan en mi mente, las palabras de Eduardo Yañez en una viral entrevista a Jordi Rosado donde habla de su abstinencia: “Un día me voy a poner un pedote, yo lo sé, porque me gusta, me gusta el chupe… el día de que por alguna razón valga la pena, me lo voy a poner” ¡Ya me imagino con una cubita en la mano! pero hasta ese día, dieta, ejercicio (llevo 6 meses de gym y lo odio, pero ya escribiré de eso en otra columna). Popularmente se cree que al dejar Filipinas, Douglas MacArthur’s dijo: I’ll be back. En realidad, sus palabras históricas fueron I came through and I shall return. Como él, por ahora solo me queda decir, hice la travesía; volveré.