Texto por Luciano Campos Garza
Al inicio, el genio de la física J. Robert Oppenheimer aceptó desarrollar una tecnología para buscar la paz del mundo.
Lo que creó fue, en sentido contrario, el mayor dispositivo bélico que ha utilizado la humanidad en su historia.
Oppenheimer (2023) es el ambicioso retrato que el maestro Christopher Nolan escribe y dirige, para explicar las motivaciones, el estado de ánimo, entorno y contexto de este prodigioso estadunidense de origen judío, que encabezó el llamado Proyecto Manhattan del que surgieron las bombas que fueron detonadas en la Segunda Guerra Mundial en Hiroshima y Nagasaki.
A diferencia de lo que pudiera suponerse, la cinta de estreno en cines no es sobre los artefactos de destrucción, ni siquiera el daño que causaron para pacificar el planeta. Todo se concentra en el hombre contradictorio, interpretado con soberbia dureza por Cillian Murphy que desde ahora abre la carrera por el Oscar.
Aunque era un tipo superdotado para la física, llevaba una vida privada muy cercana al desastre. Mujeriego y ególatra, se dividía entre dos mujeres y no disfrutaba de ninguna. Mientras desarrollaba los proyectos, yacía de una manera poco feliz con la amante Jean (Florence Pugh) que le daba pasión, mientras se hastiaba con la esposa Kitty (Emily Blunt), con quien llevaba una relación tirante y deshonesta. Hay algunas escenas de sexo, bastante gratuitas.
Entre su forma tormentosa de encarar los compromisos ante las mujeres, iba ideando, con un grupo de hombres estudiosos también muy adelantados, y de personalidades complicadas, la forma en que podría ganar la carrera atómica ante los rusos y los alemanes que habían avanzado en sus planes de fisión nuclear, para desarrollar un arma cada vez más letal de alcance más expansivo.
“Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”, dice Oppie, al conocer los alcances de sus descubrimientos y el uso que se le dará a las conclusiones que sacaron un puñado de científicos, que unieron talentos en el nombre de la guerra. Todos formaron un gran secreto nacional, en el que él se encontraba en el centro.
De esta forma, el drama paranoico contiene mucha ciencia y poca acción. Dirigida a un público culto y enterado de geopolítica básica, puede que excluya a una parte considerable de la audiencia: el que es ajeno al tema puede que no entienda de lo que aquí se aborda. En un ambiente de perpetua conspiración e infidencias, el genio también tenía que librar batallas políticas, para avanzar en sus proyectos, y para mantener a raya sus simpatías que de manera reiterada iban hacia el comunismo.
Afortunadamente Nolan no proporciona una lección de historia, y en sus manos maestras el apunte biográfico jamás decae en interés. Si bien aporta datos sobre lo que fue el desarrollo del artefacto nuclear, su narración se concentra en las tribulaciones de un hombre que cargaba con el peso de ser considerado el padre de la bomba, y precursor de la mayor hecatombe generada por el ser humano. Consumido por la culpa, pero obligado con su país por un compromiso del que nunca estuvo completamente convencido, Oppenheimer dedica su vida a una sublime creación de la ciencia que resulta en un hecho funesto de alcances inimaginables.
En el punto culminante de la narrativa, la prueba en Los Alamos se convierte en un hecho emocionante y de consecuencias poco conocidas. Como consigna la Historia, el ensayo es exitoso, pero potencia las dudas del científico. Él sabe que la fisión nuclear cambiará para siempre el mundo. Por eso, Einstein se lo advierte y le hace ver que es utilizado en un perverso juego de política llevada al extremo. No lo sabe aún el atormentado inventor, pero si bien puede llegar el momento en el que ha de ser felicitado y reconocido, nada de eso será para su lucimiento y beneficio, si no para el de los funcionarios que lo manipularon.
Oppenheimer es una larga descripción de tres horas sobre un hombre complejo de mente lúcida, que utilizó sus excepcionales conocimientos para beneficio de Estados Unidos, convertido en una fuerza imperial que ha fundado su grandeza en la violencia.
Provocó centenares de miles de muertes, pero simultáneamente salvó a un número aún mayor, con su mensaje disuasivo, según el discurso de vencedores y vencidos, impulsores y opositores de la guerra.
No es para todos los gustos.