Después de los numerosos problemas y vejaciones en varios albergues para migrantes en territorio mexicano a lo largo de las rutas migratorias, especialmente después de la muerte de 40 de ellos bajo circunstancias aún no investigadas y esclarecidas debidamente en Ciudad Juárez; haríamos muy bien en preguntarnos si como sociedad estamos por fin dispuestos en 2023 a pasar por fin de la multiculturalidad a la interculturalidad, donde el énfasis estaría en la manera en que segregamos o incluimos, y en determinar cómo podemos fomentar la inclusión de las personas migrantes con una mirada centrada en los Derechos de las personas en tránsito o “movilidad”, como también se conoce este creciente fenómeno social. Porque México ha dejado de ser un país solo de expulsión y tránsito para convertirse en uno de destino, creciendo en 123% la llegada de migrantes entre 2000 al 2020, de acuerdo con los datos de la OIM (Organización para las migraciones de la ONU).
Pensando en la experiencia internacional al respecto, podríamos citar el caso de algunas ciudades de Europa y concretamente el caso de Barcelona, donde la acogida a los migrantes inicia con el derecho que se concede a los migrantes en tránsito de empadronarse sin tener que justificar previamente su situación migratoria, lo que facilita el acceso a la sanidad pública (universal y gratuita, obligatoria para las autoridades hasta hoy). Además, se ha hecho de la figura de la mediación intercultural un factor clave en el entramado urbano y barrial de muchas ciudades, lugar de asiento de miles de migrantes de todas las regiones del mundo. El modelo se basa también en el uso intensivo de la cooperación como política pública con ayuda humanitaria que sigue principios como humanidad, imparcialidad, independencia y neutralidad.
Barcelona sigue desde 2010 un programa intercultural basado en tres derechos fundamentales: derecho a la igualdad de acceso a derechos y servicios públicos, reconocimiento de la diversidad desde una perspectiva intercultural y de género y el derecho a la memoria histórica. Además se capacita y forma en los principios de la interculturalidad a todos los empleados públicos y se ha introducido algo llamado “estrategias antirrumores”, que procuran cambios en las narrativas que estigmatizan y estereotipan a los migrantes.
Usando la herramienta denominada “pirámide del odio” –enseña comportamientos sesgados/prejuiciosos creciendo en complejidad de abajo hacia arriba. Aunque los comportamientos en cada nivel tienen un impacto negativo en los individuos y los grupos, a medida que uno se mueve hacia arriba de la pirámide, los comportamientos tienen consecuencias más peligrosas que ponen en peligro la vida. Como una pirámide, los niveles superiores están apoyados en los niveles bajos. Si las personas o instituciones tratan los comportamientos en los niveles más bajos como si fueran aceptables o “normales”, el resultado es que los comportamientos en el siguiente nivel sean más aceptados- (Antideflamation league, 2021); se trabaja desde la base de la construcción del rumor combatiendo los estereotipos y actitudes prejuiciosas, donde las campañas de comunicación social se trabajan junto con diversos sectores de la sociedad civil.
Otra estrategia exitosa para combatir la discriminación es el programa Prometeus, que busca que los barrios y las escuelas procuren que las y los jóvenes en segregación o marginación educativa puedan acceder a los estudios y no abandonarlos, lo que ha favorecido la inclusión de diversos grupos vulnerables en la educación básica, media y superior. Otras experiencias se basan en el Programa de Ciudades Interculturales del Consejo de Europa, que integra promoción de la salud y planificación familiar, estrategias antirrumores y proyectos de deporte inclusivo contra el racismo y la discriminación.
Pero sin duda la clave de estos modelos está en las capacidades y resiliencia de la sociedad civil organizada. Colectivos que fomentan la participación ciudadana en actividades antirrumores, grupos de emprendimiento formados por la misma población migrada, comisiones de ayuda a refugiados, y hasta las policías municipales, son organizaciones que colaboran de manera conjunta y han recibido formación intercultural. Los espacios de trabajo con estas organizaciones permiten que los planes sean adoptados en la práctica, además de la colaboración horizontal entre actores diversos. Pero para promover la interculturalidad como política pública es necesario entender dos aspectos principales: el primero es que hacer las paces no es “ausencia de guerras” o de violencias, sino el pleno reconocimiento de derechos y obligaciones de todas las personas. También que una ciudad multicultural, pensemos en el propio caso de Juárez o en el de la mayor de la frontera norte, Tijuana (pero cada vez más cualquier del interior del país por donde transcurren las rutas migratorias desde el sur), no es lo mismo que una ciudad intercultural, pues mientras la multiculturalidad está basada en un modelo de tolerancia y coexistencia, la interculturalidad pide interacción pacífica entre grupos sociales diversos, lo que significa ciudades más abiertas, plurales y garantes de los derechos fundamentales. Así, la definición de barrios y ciudades pacíficas se transforma, porque sabemos ya que el conflicto social es inevitable, pero en ellas los derechos de las personas sin importar su nacionalidad, género, origen, etnia, o religión son respetados y reconocidos.
Ante los crecientes y diversos flujos migratorios, las políticas externas e internas y la inevitable vecindad con el aun hegemón del mundo, México camina hacia una conformación social multinacional, sumada a las minorías discriminadas o desplazadas que migran desde hace décadas, como los pueblos originarios, que enfrenta mayor invisibilidad de sus derechos. Necesitamos entonces de sociedades diversas que convivan en conflicto y en paz, pero también normas y políticas públicas interculturales a nivel nacional. Es a partir de los citados ejemplos que en México se puede hacer planes municipales de desarrollo interculturales. Por ejemplo, en los programas de ciudades inteligentes a través de la planeación urbana que consideren los aspectos interculturales, es posible pensar en una transversalidad que fomente la interacción de la ciudadanía. Las visiones y estrategias de la interculturalidad ponen el acento en la construcción de una ciudadanía que sea garante y no testigo de ciudades abiertas y tolerantes, que como no puede ser de otro modo, se construyen desde abajo. Artículo de divulgación con el apoyo del programa institucional estancias posdoctorales por México del CONHACYT.
@efpasillas