Pa´ los toros del Jaral, los caballos de allá mesmo…
(refrán popular).
Desde inicios de 2018, los estudiosos y opinadores de la política de nuestro país, han invertido horas interminables para entender las razones del arrastre y popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador, la grado de que llegaron a coincidir en que el presidente era un político de “excepción”, quién, por sus personales características lograba una identificación y comunicación con el grueso de la población, sin distingos de clase social. A ello, había que agregarle el ingrediente del hartazgo de la sociedad por las innumerables muestras de inseguridad, corrupción e impunidad que prevalecía en ese histórico 2018, producto de gobiernos emanados de los partidos políticos tradicionales.
A partir del 1º de julio de el año referido, inició lo que, con cierto grado de seriedad, el partido Morena a través de su líder de hecho, López Obrador, bautizó pomposamente como la Cuarta Transformación o 4t, y la arrancó con un acto que sería la constante desde entonces y hasta la fecha: la demolición de las obras e instituciones en lo que se fundaba el país, empezando con la cancelación de lo que se conocía como el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México. Este ejercicio de desmantelamiento siguió con instituciones que servían de contrapeso al Ejecutivo en diversas materias (legislativas, energéticas, ambientales, sociales, y un largo etcétera), con éxito, lo que permitió una concentración desmesurada de poder en la persona del presidente. Las consecuencias ya las conocemos con puntualidad.
En su primer informe de gobierno, legal, el 1º de septiembre de 2019, López Obrador lanzó aquella que pretendía ser una lapidaria frase de que la “oposición estaba moralmente derrotada”. Basaba su aseveración en el resultado de la elección del año anterior, en la esperanza de que ese arrastre duraría a lo largo de todo su gobierno. Año tras año, el morenismo se fue expandiendo territorialmente, al grado de que hoy, son 23 entidades gobernadas por la 4t. Sin embargo, aquel escenario de arranque del régimen lopezobradorista, con mayorías absolutas en el Poder Legislativo, fue temporal. En junio del 2021, se esfumaron esas mayorías e incluso se diluyó la mayoría en la Ciudad de México, cuando la 4t perdió 9 de los 16 municipios de la capital federal. Vamos, aquella sentencia de la derrota moral de la oposición se desvaneció.
El propósito para el que buscó tan afanosamente López Obrador la presidencia de la República y que fue la zanahoria para el descontento ciudadano de acabar con la corrupción, la inseguridad, la soberanía energética, la pobreza, fue el menor de los intereses de este gobierno. Ganar gubernaturas, municipios, congresos locales, ese era el leitmotiv de la 4t, acrecentar y concentrar poder político era el fin.
Cuatro millones más de pobres, más de 159 mil muertes violentas en lo que va de la administración de la 4t, un sistema de salud pública colapsado, la educación extraviada, una política energética confrontada con la realidad, un enorme porcentaje del territorio nacional dominado por el crimen organizado, una carestía de los productos básicos por arriba de las posibilidades de la economía familiar, ese es el resultado de la apatía e incapacidad de este gobierno “transformador”.
Pero se llegaron los tiempos electorales, los tiempos de pensar en serio en la sucesión presidencial, en el 2024. El presidente, muy a su estilo, y confiado en su intuición, al interior de su movimiento, provocó con demasiada anticipación la designación de sus “corcholatas”, mismas que llevan más de un año en la carrera para agradar al líder, al gran destapador, para continuar con la destrucción del país. La jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, el ahora excanciller Marcelo Ebrad, el exsecretario de gobernación, Adán Augusto López, entraron formalmente en la carrera “oficial” por la sucesión; ello, a pesar de lo que establece la ley electoral del país, a través de una mal cuidada la simulación, y la cínica opacidad descontrolada por un INE disminuido y a modo.
Sin embargo, en un escenario así de complejo, tanto la opulenta y soberbia 4t como aquella “oposición moralmente derrotada”, surgió una mujer de sobrados tamaños políticos de entre el desastre nacional: la senadora Xóchitl Gálvez.
Hasta hace tres semanas, la senadora había manifestado su interés por contender por la candidatura de la oposición para el gobierno de la Ciudad de México, y venía trabajando en ello de manera consistente, esa era su mira y aspiración. Pero, en el marco de una mañanera, el presidente tuvo a bien atacar, como ataca a quién le viene en gana, precisamente a Xóchitl, quién no dudó en solicitar judicialmente su derecho a la réplica en el mismo escenario y tiempo, lo que le fue concedido por un juez en la primera semana de junio pasado. La fecha prevista para el ejercicio era el lunes 12 de junio pasado. Xóchitl se presentó puntual a Palacio Nacional, pero le fue cerrado, bajo el argumento presidencial de que se “reservaba el derecho de admisión”. Xóchitl no se inmutó y sólo dijo: “me cerraron las puertas de Palacio Nacional, pero se me abrieron millones de otras puertas”.
Ese fue el punto de inflexión de los considerandos de la senadora, en un breve tiempo y seguramente tras largos análisis y mediciones, decidió apuntarse para competir por la candidatura de la oposición, generando en un par de semanas un fenómeno político que hoy, propios y extraños reconocen como la xochitlmanía, alentada principalmente por un desconcertado e iracundo López Obrador, haciendo de caja de resonancia sus reiteradas menciones y agresiones desde las mañaneras, atacando un día sí y otro también a la que se convertiría rápidamente en su némesis.
Enrique Quintana de El Financiero, pregunta “¿Se parecen en algo Xóchitl Gálvez y López Obrador? Ambos parecen captar el interés de la población de manera similar.” Sí, conectan con facilidad con la gente, y eso, sin duda dará un vuelco a la hipotética derrota de la oposición qué, a través de la senadora, le ha quitado la paz y el sueño a Palacio Nacional.