La práctica de argumentar/ El peso de las razones  - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Pensemos en cualquier práctica que nos agrade o que realicemos con cierta frecuencia. A mí, que me gusta la natación competitiva, me resulta útil la analogía con el nado. Así, si nadar competitivamente es una práctica, diríamos que es algo que las personas (i.e., nadadores) hacen de ciertos modos (e.g., braza, libre, espalda y mariposa), con diferentes medios (e.g., el movimiento de sus brazos y/o piernas), recursos internos (e.g., capacidad pulmonar, destreza técnica, etc.) y externos (e.g., piscina, bañador, etc.), y propósitos (e.g., participar y/o ganar una competencia).

De este modo, y de manera análoga, argumentar es algo que hacen las personas. Esta aparente perogrullada tiene ahora, no obstante, cierta relevancia académica. Pocas veces se ha reparado en los argumentadores cuando se estudia la argumentación. Wayne Brockriede enfatizó este punto hace algunas décadas: “…un ingrediente necesario para desarrollar una teoría o una filosofía de la argumentación es el argumentador mismo. Quiero decir algo más que el mero reconocimiento de que son personas, después de todo, quienes manipulan evidencia y afirmaciones y siguen las reglas para transformar premisas en conclusiones. Mantengo que la naturaleza de las personas que argumentan, en su humanidad completa, es una variable inherente en la comprensión, evaluación y predicción de los procesos y resultados de una argumentación”. Brockriede pensó que existían al menos tres estereotipos de argumentadores. El primero —el abusador— desea imponerse y establecer una posición de superioridad respecto a sus interlocutores, y les obliga a asentir. El segundo —el seductor— engaña y cautiva, y así consigue el asentimiento. El último —el amante— busca el asentimiento libre, está abierto a cambiar de opinión y a poner en riesgo su propia posición. Sólo en el último caso, pensaba Brockriede, hay una relación equitativa, imparcial y justa entre los agentes argumentativos.

Así como nadamos con ciertos medios —e.g., con el movimiento de nuestros brazos y piernas en una piscina—, argumentamos también con ciertos medios. Hay medios que no determinan cuál es la práctica que se realiza mediante ellos, hay otros que sí. Así, hay medios que se presentan en algunas argumentaciones y no en otras, sin que por ello unas constituyan ejemplares genuinos de argumentación y las otras no. Por ejemplo, resulta habitual, no necesario, que en una argumentación se inserten narraciones. A veces, dichas narraciones son simples digresiones, otras veces son ilustraciones que pueden servir como razones en favor de un punto de vista, otras (quizá) pueden constituir argumentos de suyo. El punto relevante aquí es que la presencia o ausencia de una narración no determina que estemos o no frente a una argumentación. Lo mismo podríamos decir de los ejemplos: suelen presentarse en nuestras argumentaciones, pero su ausencia no impide que algo sea una argumentación. No es el mismo caso con los argumentos. ¿Podríamos decir que estamos frente a una argumentación si los interlocutores no brindan un solo argumento? No, puesto que los argumentos son el tipo de medio que determina que estamos frente a una práctica argumentativa y no frente a otra cosa. En otras palabras, los argumentos son condiciones necesarias de la argumentación. Esto tampoco quiere decir que una argumentación esté constituida de manera exclusiva por argumentos, o que aquellas cosas que no son argumentos no sean relevantes en una argumentación.

Los modos se han explorado relativamente poco y de manera desarticulada. Se ha tendido a enfatizar un modo idealizado —la discusión crítica— y se han dejado de lado otros posibles modos, quizá bajo el supuesto de que son reducibles a éste. No obstante, lo que resulta indudable es que hay algo más que una preferencia terminológica en nuestra aplicación de los conceptos debate, diálogo, discusión, charla, conversación, y otros afines. Cada uno tiene distintas reglas implícitas y/o explícitas, y en cada uno hay preferencia por distintos estilos. Esta pluralidad de modos, como en el caso de los medios, tiene relevancia para nuestro estudio de la argumentación y no debería soslayarse. Con respecto a los recursos internos, mucho tendrían que decirnos tanto la biología, como la psicología y la lógica; respecto a los externos, la pedagogía contemporánea.

Por último, los argumentos son medios plurifuncionales. Por ello, con respecto a los propósitos, se puede hacer una distinción entre propósitos personales y propósitos constitutivos. Quien nada competitivamente puede hacerlo por dinero, fama, salud, etc. Serían estos sus posibles propósitos personales. Pero su propósito más básico es recorrer una piscina por medio de sus movimientos corporales, pues en caso de no hacerlo, no estaría nadando. Sería éste el propósito constitutivo de la práctica. Esta distinción puede sonar oscura debido al uso del término ‘propósito’ con referencia a lo que constituye una práctica. No obstante, lo que se quiere indicar con el concepto propósito constitutivo es sólo que es algo que buscamos hacer —de manera implícita o explícita, consciente o inconsciente— para obtener aquello que personalmente buscamos. En el caso de la argumentación, parece que su propósito constitutivo sería justificar un punto de vista, pues al hacerlo podemos buscar otras muchas cosas. Además, al hacerlo estamos argumentando y no haciendo otra cosa (i.e., es en este sentido en el que es un propósito constitutivo de la práctica, no en algún otro sentido esencialista).

Así, argumentar es algo que las personas hacen con ciertos propósitos, recursos y medios, y que lo llevan a cabo de diversos modos. Argumentar es una práctica.

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