“Las ilusiones se encomiendan a nosotros porque nos ahorran dolor y nos permiten disfrutar del placer. Debemos, por tanto, aceptarlas sin quejas cuando se chocan con la realidad en la que se hacen pedazos” Sigmund Freud.
Estimado lector de este reconocido medio de comunicación LJA.MX, nuevamente le agradezco su tiempo y atención para dar lectura a esta columna semana tras semana. Siempre existe la oportunidad de abundar en temas que resultan ser necesarios para poder entender o visualizar el mundo que nos rodea, el título de este texto pudiese sonar retador y reflexivo, pero simplemente lo que busca es una introspección partiendo de ciertos preámbulos como lo es el comportamiento humano en un mundo post modernista, he comenzando a expresar con frecuencia este tipo de temáticas, ya que aunque suenan en los meta discursos, poco a poco comienzan a adentrarse en la interacción social.
Justamente Octavio Paz en su obra El laberinto de la soledad expresa que el mexicano carece de identidad, que es un personaje que arrastra una prosapia maldita, un legado de carga y lejanía ideológica, de cierto modo es un preámbulo narcisista, porque ante lo que acontece al mexicano solo le permea el alcance individual, no se piensa en la patria, se piensa en la conquista material, no se piensa en una causa común, se atiende una circunstancia imprevista completamente fuera de sí. El mexicano tiene la fiel característica de tener un orgullo sensacionalista sobre lo ambiguo que representa la identidad.
El racismo es una extensión del narcicismo, en el decurso de la historia hemos sido testigos y hacedores de esta práctica, desde los desplantes inéditos de conservación de poder y la apología de tener un discurso contra el racismo, pero a todas luces ser racistas a conveniencia de la estandarización social aspiracioncita. Los narcisistas confluyen en acotar y limitar su circulo de personas a fines, con el objetivo de poder obtener el mérito, el galardón, la posibilidad de concentrar más la atención.
“El que tiene ojos para ver y oídos para escuchar puede convencerse a sí mismo que ningún mortal puede mantener un secreto. Si sus labios son silenciosos, parlotean con sus dedos; la traición rezuma de ellos a través de todos sus poros” Sigmund Freud.
La historia y el periplo que ha tenido la sociedad mexicana tiene como antecedente la conquista. Acontecimiento que desvela el cómo nos sometieron y como sigue impregnada en la categorización social el yugo opresor, es decir, sigue existiendo una preferencia por un grupo, por un interés, la malinche nos dio una gran cátedra, la traición, y no la que mencionaba Talleyrand, sino la traición de darle preferencia a alguien dogmáticamente superior a los demás, ya sea por parámetros de estatus social, académico, político, incluso estético, eso permea en el contexto de un narcisista, todo para él, todo para los suyos, el segregar, el aglutinar las mejores condiciones per se, a fin de que el bien común sea disminuido ante los intereses personales.
Resulta irónico estimado lector, pero así es, así somos, hacemos honor al sometimiento de la conquista, la frustración y la histeria con la que vivimos día a día es producto de nuestro propio ego, porque el mexicano será todo, indisciplinado, fiestero, interesado, rebelde sin causa, pero jamás es echado para atrás, es su ego, es su narcisismo, es nuestra identidad, es una característica como sociedad, no importa que el país se caiga a pedazos, importa que halla más futbol, criticaremos al sistema político, pero no saldremos a votar, porque de entrada es incomodo y pues ya suponemos que las elecciones están arregladas, no puede existir la esperanza incluso el anhelo de ella sin sacrificio.
En reiteradas ocasiones lo he mencionado, la palabra convence, pero el ejemplo arrastra y el mundo no cambia con las opiniones, el mundo cambia con los ejemplos. Winston Churchill decía “El problema de nuestra sociedad es que la gente busca ser importante y no útil”. Ese es un claro ejemplo de lo que le pasa a nuestro país.
La tendencia a la agresión es innata, independiente, una disposición instintiva en un hombre constituye un obstáculo poderoso a la cultura. Las sociedades que no conocen su historia están condenadas a repetirla, y en verdad hay historias loables, pero hay otras que deben de ser superadas, entender la historia para no vivir la histeria, esa es una herencia y un diatriba existencia para romper con el narcisismo, es volver a creer, es retomar el ideas y destrabar el pasado, no en las palabras en espiral sino en la convicción de la conciencia, es recuperar el honor y volver a intentar.
Al final de todo debemos de entender que el sentido de nuestra existencia tiene que ver con los demás, que el entorno es parte de nuestra esencia y que despojarnos de la individualidad es un acto de trascendencia.
In silentio mei verba, la palabra es poder.