¿La educación que tenemos o la que queremos?/ Sobre hombros de gigantes  - LJA Aguascalientes
03/07/2024

 “Quiero sembrar esperanzas, quiero construir anhelos, quiero formar una escuela, una escuela a los cuatro vientos. Una escuela de libertad, donde haya luz y cantos nuevos. Deme permiso papá, que sea un maestrito de pueblo…” (Maestrito de pueblo. Abraham Rivera Sandoval).

Educar es guiar, encaminar o conducir. Algunos sistemas educativos en el mundo han sido implementados para generar seres acríticos; aunque se alegue la enseñanza de valores democráticos, hay escuelas que aplican un modelo diseñado para crear personas irreflexivas que puedan ser sustituidas por un paquete de técnicas de repetición. Se usa un modelo que impide el pensamiento crítico e independiente, que no permite razonar conceptos o explicaciones, para establecerlos como verdades absolutas indiscutibles.

Educar no es humillar, no generar terror para que la persona tenga miedo de ser y hacer; el terror académico no educa, no ayuda, no evoluciona; el terror académico, muchas veces confundido o disfrazado de “libertad de cátedra”, sólo provoca crear personas dóciles, temerosas, no creadoras. El autoritarismo no es poder de autoridad, el poder de autoridad no es autoritarismo, y mucho menos debe permitirse en un aula. Ser discriminador, ser intolerante, no son valores que deban guiar o encaminar a un estudiantado. Educar es ayudar a que cada uno cree las condiciones para avanzar, según sus capacidades, actitudes, formas de ver y vivir la vida. Educar, como lo dijo Paulo Freire, es un acto de amor.

Pocas veces se invita al estudiante a analizar las estructuras en las que forma su vida; pocas veces, se le ayuda a comprender que los modelos de civilización son dogmáticos para mantener el funcionamiento de sistemas que no velan por los derechos de todos. Pocas veces se apoya a generar un pensamiento crítico propio, y lo más triste es que aquellos que en algún momento ayudaban a esto, hoy se han convertido en el autoritarismo educativo que criticaban y lo reflejan en su forma de “enseñar”.

Actualmente podemos ser críticos constructivos de soluciones a los problemas sociales, y dejar de ser meros receptores de información. Podemos ayudar a que, quien quiera, abra los ojos a una realidad tal cual es, y no como nos han hecho creer o creemos que es. Podemos ser educadores que auxiliemos a legitimar el autoritarismo o, al contrario, ser de aquellos que evidencien el autoritarismo, lo combatan y lo erradiquen. Podemos ser quienes propongamos cambios reales y eficaces para el respeto de los derechos del ser humano. Podemos ser quien queramos, podemos hacer lo que queramos, sólo basta cerrar los ojos, ver y creer.

Si como docentes rechazamos esas actitudes de autoritarismo, humillación e intolerancia en la cátedra, que nos devalúa intelectual y humanamente, y nos convertimos en auténticos intelectuales que denunciemos las injusticias sociales, la denigración humana y la hipocresía, conseguiremos que las y los estudiantes asuman el reto de ampliar los espacios humanos y democráticos, y conjuntamente construiremos un mundo menos discriminatorio y deshumanizado.

Suena a utopía, pero según Galeano las utopías ayudan a caminar; y el ser disidente con razones, ayuda a reconocer el derecho a la disidencia que crea un sistema más abierto en el que se considera legítimo el pensamiento ajeno, aunque no se comparta, siempre y cuando no se trate de humillar, denigrar, discriminar o ser intolerante. 

Si para corregir necesitas humillar, no sabes enseñar; porque todas y todos pueden aprender, pero no el mismo día, ni de la misma manera. El terror académico no tiene justificación, pues no enseña ni prepara para el futuro. El terror académico humilla, paraliza, provoca ansiedad y trastornos de salud que provoca construir una personalidad de falta de capacidad. La personalidad se construye, y el terror académico construye una personalidad de vibraciones bajas. El docente que aterroriza, humilla, denigra y evidencia su autoritarismo, no es docente.

“Y entonces pensé: Si me aferro a ser licenciado, médico, contador o ingeniero, ¿Cómo iba a despertar la conciencia de mi pueblo?…” (Maestrito de pueblo. Abraham Rivera Sandoval). Oliver Wendell Holmes afirmó que la educación de un niño debe empezar por lo menos un siglo antes de que nazca; lo mismo ocurre con las y los docentes. Y quienes estamos comprometidos con esa función de ser docentes, sabemos quiénes somos verdaderos docentes. ¿Qué educación tenemos y qué educación queremos? Nosotros tenemos la respuesta.



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