Ensayo de mi funeral/ Así es esto  - LJA Aguascalientes
15/11/2024

El tema de la muerte y lo que sigue después de ella, nos incumbe a todos; nos apasiona a todos; nos da miedo a todos. En especial creo el miedo es superior para aquellos que no creemos en el más allá y solo en el más acá, los ateos nos enfrentamos a que una vez que llegue el fin de la vida, se termina todo; supongo que para algunos eso será reconfortante, en lo personal me causa desasosiego. Ahora estoy viendo una serie que se plantea estos desaguisados, Six feet under, relata el cómo unos propietarios de una funeraria, afrontan todos los días con la muerte, no solo la de sus clientes, sino la propia y la de sus seres amados; maravillosa sin lugar a dudas.

Justo la semana pasada, en la cantina el Museo de Cera (no confundir con su hermana que es bar de karaoke) departía con el director editorial de esta mi casa LJA.MX Edilberto Aldán, al calor de unos bacachos y unas patitas capeadas preparadas magistralmente por el cantinero mejor conocido como El cuate, salieron distintos temas cantineros: el amor, la filosofía, el porno y por supuesto, la muerte. Uno de los planteamientos que se hacen en torno a nuestra partida de este mundo, es justo qué queremos o cómo queremos que sea nuestro funeral. Aquí algunas ideas para el mío:

Uno. Prefiero cremación, la destrucción absoluta del cuerpo y el destino de las cenizas a un lugar donde no contaminen, nada de ríos o lagos, tal vez abono para mis cactus que tanto quiero pudiera ser una buena idea. No me gustaría que se conserven en una urna, al final de cuentas, algún día pasaran a manos de quien terminará deshaciéndose de ellas.

Dos. Los velorios nunca me han gustado, solo asisto cuando se trata de alguien a quien de verdad aprecio, y solo el tiempo necesario para dar el pésame. Así que prefiero un velorio corto, lo necesario para el acto protocolario y listo.

Tres. El abrir el ataúd para ver al muerto, me parece de mal gusto, morboso. Conste que también tengo claro que hay quien quiere ver a su ser amado antes de enterrarlo, y eso lo respeto, pero en los pocos velorios que he ido veo más curiosos, que auténticos deudos. Así que de favor no abrir mi ataúd.

Cuatro. El café, no hay cosa que deteste más que el falso kool-aid sabor café (soluble, le dicen algunos) y su contrario el lujoso y contaminante en cápsulas nespresso. Simple: poner de grano, si se puede recién molido, una cafetera de esas grandes, llamadas precisamente tipo urna.

Quinto. Las flores siempre me han gustado, pero me parece un exceso tirar tantas flores para un muerto que ya no las va a ver. Entonces algo prudente, algunos ramitos que puedan ser llevados después a casa y que sean coloridas, alegres.

Sexto. Brindar por mí, después de mi muerte, aquellos que se acuerden lejos de entristecerse, mejor vayan a un bar o cantina y beban una cubita a mi salud (a mi muerte, mejor dicho).

Séptimo. Como ya he dicho, al no tener una fe, no hará falta alguna ceremonia religiosa.


Octavo. La regla más importante: no obstante, estoy convencido que el funeral no es para el muerto, sino para los vivos, son ellos quienes necesitan esa despedida, ese adiós, ese ritual o ceremonia; cuando Antígona entierra a su hermano es porque es ella quien necesita el descanso. Por ello, todo lo anterior queda supeditado a que, aquellos que les toque enterrarme, decidan qué quieren, cómo lo quieren.

Mientras tanto, larga vida, Bacardi y patitas capeadas, pues como tengo en mi WhatsApp de frase: ¡viva la vida! ¡muera la muerte!

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