¿Dónde está nuestro pan, patrón? ¿Dónde quedó todo ese dinero?
¿Lo tiene oculto bajo el colchón, o lo escondió en otro sucio agujero?
Polvorado – Nacho Vegas
Para hablar del ejercicio del poder, es necesario entender su naturaleza. Uno de los estudios indispensables del poder y la Ciencia Política es el de la Ley de Hierro de la Oligarquía, tema propuesto por el sociólogo ítalo-alemán Robert Michels, en su libro Partidos Políticos. Un tema clásico vigente, que se publicó en 1911, pero que ha sido comprobado en la historia de los gobiernos.
Para comenzar a entender esta ley, debemos partir de una dicotomía entre dos conceptos antitéticos: la distribución y la concentración del poder; es decir, hay modelos de gobierno que distribuyen el acceso al poder político, económico, académico, cultural, jurídico, o social (o sea, los asociados a las democracias); y hay modelos de gobierno que concentran este poder en la élite (o sea, en las oligarquías).
Así, afirma Michels, todas las organizaciones originadas como movimientos democráticos, al crecer y volverse más complejas, tenderán a la oligarquía; independientemente de cuán democráticas se presuman. Esta especialización y concentración del poder es previsible a medida que las organizaciones demandan mayor estructura. De este modo, como una forma de entropía política que sucede con el tiempo, todas las formas democráticas se degradarán en estructuras oligárquicas.
Entonces, si todos los movimientos de origen democrático tenderán hacia la oligarquía ¿Cómo sabemos cuándo ocurre esta concentración del poder? ¿Cómo advertimos el cumplimiento de la llamada Ley de Hierro de la Oligarquía? Para ser capaces de identificar esta transición en el ejercicio del poder y advertir el advenimiento de la oligarquía, Michels aporta algunos elementos teóricos, que se han probado históricamente en la práctica:
Cuando los liderazgos comienzan a controlar el acceso a la información; cuando son recompensados por su lealtad; cuando reducen la rendición de cuentas; cuando la base es indiferente y falta de crítica; y cuando tienen el control de la toma de decisiones. Así, estos elementos prueban que existe una oligarquía que puede determinar cualquier decisión organizacional, aunque esta decisión se quiera hacer pasar por “democrática”.
Así, vemos en la realidad política de cualquier país, cómo los movimientos que originalmente se han presentado como democráticos, han tendido hacia el cumplimiento de la Ley de Hierro de la Oligarquía. Además de los elementos citados en el párrafo anterior, podemos observar cómo esta nueva oligarquía encaja en lo que el politólogo alemán Jan-Werner Müller postuló en su libro ¿Qué es el Populismo? (2016).
Dentro de este libro, Werner Müller afirma qué “Además de ser antielitistas, los populistas son siempre antipluralistas; aseguran que ellos, y sólo ellos, representan al pueblo […] (Esta representación) siempre es de marcada naturaleza moral. Cuando están en campaña, los populistas retratan a sus rivales políticos como parte de la élite corrupta e inmoral; cuando gobiernan, se niegan a reconocer la legitimidad de cualquier oposición”.
Aunque pareciera contradictorio; es decir, el ser antielitistas y a la vez antipluralistas; entender el funcionamiento de este sesgo cognitivo es de suma utilidad al intentar comprender el funcionamiento de estas oligarquías populistas emanadas de movimientos democráticos. Estos nuevos populismos oligárquicos demandan, por necesidad, la abolición o la cooptación de las intuiciones democráticas, ya que éstas representan la pluralidad y la diversidad de voces críticas.
No sólo eso. La existencia de instituciones democráticas implica la posibilidad de una rotación electoral en las oligarquías. Así, quienes llegan al poder mediante instituciones democráticas, y terminan cediendo al populismo oligárquico, tienen a desmantelar las instituciones por las cuales llegaron al poder en un principio. Por eso, debemos cuidarnos de los líderes demócratas que encarnan al pueblo y mandan al diablo a las instituciones.
@_alan_santacruz
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