Desde el año 2011 la UNESCO nombró el 30 de abril como Día internacional del Jazz, esto con el fin de reafirmar este lenguaje musical como un factor de unión entre todos los pueblos y culturas del mundo, un factor de unión, de comunicación y de vinculación, y es que en efecto, el jazz, desde sus ancestrales orígenes, ha representado siempre un lazo de hermandad y fraternidad en la humanidad sin importar creencias religiosas, razas, preferencias sexuales, edad, y cualquier otra diferencia posible consolidándose como un punto de convergencia de la humanidad, como de hecho lo es el arte en general y la música en particular, siendo así, entonces, ¿por qué el jazz?
No quiero retomar a lo que dice la UNESCO (United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization, es decir, Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), sobre la importancia del jazz para el mundo, si acaso sólo citar los antecedentes de la conmemoración de este día, 30 de abril, como Día Internacional del Jazz. La iniciativa es de Audrey Azoulay, directora general de la UNESCO, y del pianista y compositor de jazz Herbie Hancock en su calidad de embajador de la Buena Voluntad de la propia UNESCO, y me quedo con la cita del músico respecto a esta celebración anual: “Ante muchos conflictos y divisiones en muchas partes del mundo, espero que a través del lenguaje universal del jazz nuestra celebración pueda inspirar a personas de todas las naciones a sanar, tener esperanza y trabajar juntos por la paz”.
Nos preguntábamos líneas arriba, ¿por qué el jazz? Definitivamente este lenguaje musical es punto de unión entre pueblos, generaciones y muchos factores, y esto lo encontramos de manera explícita en su larga y apasionante historia. Evidentemente no me meteré en cuestiones históricas con fechas, lugares, nombres, creo que sólo es necesario tener en cuenta las características propias del jazz y de qué manera ha representado como un factor de unión, un punto de convergencia inalterable. Si recordamos el jazz surge en los guetos de Nueva Orleans, ahí entre los oscuros pantanos de la ciudad en medio de una comunidad desfavorecida y marginada que difícilmente sabían su fecha de nacimiento, ni siquiera pensar que estuvieran registrados formalmente. En este ambiente lleno de carencias, de enfermedad, de muerte, de separaciones forzadas, de injusticias, de explotación, surge el jazz como un lamento de los esclavos traídos de África para trabajar en los campos de algodón del sur de Estados Unidos, de hecho Joachim Berendt en su maravilloso libro El Jazz, dice que los capataces blancos solían decir que “un negro que canta es un buen negro” porque acompañaba sus agotadoras jornadas laborales de sol a sol con sus cantos que en realidad eran lamentos.
Pero de alguna manera esa música marginal e incluso prohibida en algún momento en las estaciones de radio de los Estados Unidos por considerar que ofendía “las buenas conciencias” de las distinguidas familias blancas, parafraseando a Carlos Fuentes, llegó a nutrirse de tal modo que los europeos asumieron el jazz con rapidez y lo colocaron en el gusto exclusivo de las clases privilegiadas y el jazz entró, inexplicablemente, a las grandes salas de concierto de Europa y de todo el mundo. En Estados Unidos no fue la excepción. En la actualidad no podríamos decir que el jazz es un género musical marginado y propio de la esclavitud o de un sector de la población desfavorecido, se ha visto involucrado en todos los ambientes musicales y su capacidad de adaptación lo ha hecho permanecer vigente independientemente de cuestiones geográficas, raciales, ideológicas, políticas, estamos hablando, sin duda, de un género musical que ha roto todas las fronteras impuestas neciamente, y se ha adaptado a todas las condiciones, por adversas que puedan ser. Con toda razón podemos decir que el jazz es como el agua, adopta la forma del recipiente que lo contiene y es justamente eso lo que hace que el jazz sea ese punto de convergencia y que sea considerado, con toda justicia, como un factor de unión entre los pueblos, y no es que el jazz se haya desentendido de sus orígenes o que deje de reconocerse como una expresión musical que nació en la pobreza y en las entrañas de una población discriminada, todo lo contrario, supo sobreponerse a eso, y sin dejar de ser lo que fue en sus orígenes, extendió sus posibilidades hacia otros rumbos.
Según dice la UNESCO, el jazz rompe barreras y favorece la comprensión mutua y la tolerancia, es libertad de expresión, es un símbolo de unidad y paz, reduce las tensiones entre individuos y comunidades, fomenta la igualdad de género, refuerza el papel de la juventud en el cambio social, favorece la innovación artística, promueve la improvisación e integra las diferentes tradiciones musicales además de estimular el diálogo personal y favorece la integración de la población marginada.
Finalmente, esa es la razón por la que el jazz se ha considerado como punto de unión, hilo conductor y factor indisoluble de amistad entre los pueblos, y no porque un día se vistió de etiqueta y dejó de “ofender” de transgredir a la sociedad blanca, sino porque sin renunciar a su natural esencia, a su deliciosa negritud, supo convencer con sus encantos a todas las esferas sociales.
Es por eso que el jazz representa la amistad, la unión y la dignidad de todos los pueblos, y aunque se ha dicho muchas veces que este género musical ha muerto, el jazz es más o menos como la materia, no muere, sólo se transforma. Larga vida al jazz.