Los desacuerdos pueden presentárseles a las personas como oportunidades o como conflictos: como ocasiones en las que pueden corregir sus puntos de vista, o como competencias en las que se busca que los interlocutores dejen de creer lo que creen en favor de nuestras creencias. La epistemología del desacuerdo parte de dos supuestos sin los cuales, piensan algunos, el desacuerdo carecería de esta relevancia epistémica.
En primer lugar, el desacuerdo debe ser reconocido al menos por una de las partes; podemos llamarla condición de reconocimiento del desacuerdo. En ocasiones se nos presentan oportunidades potenciales para revisar la manera en la que hemos adquirido nuestras creencias y, debido a la falibilidad de los métodos por los cuales las formamos, el desacuerdo podría constituir una buena ocasión para ello. No obstante, que el desacuerdo adquiera relevancia epistémica debe ser reconocido por al menos una de las partes en desacuerdo, de lo contrario no tendría sentido preguntarse cuál sería la respuesta racional del individuo ante el desacuerdo. Podríamos incluso pensar en condición mucho más robusta: si el desacuerdo no es reconocido al menos por una de las partes, podría ser ilegítimo hablar siquiera de que hay desacuerdo. Así, se concibe al desacuerdo como una situación epistémica interna y no externa al agente, por lo que no tendría sentido que un observador externo señalara que dos individuos están en desacuerdo si ellos no se han percatado de su situación.
En segundo lugar, la pregunta relevante no es cuál es la respuesta epistémicamente racional ante un desacuerdo mutuamente reconocido sin más cualificaciones, sino cuál es la respuesta epistémicamente racional entre sujetos que se toman como pares epistémicos. De esta manera, la epistemología del desacuerdo descarta la relevancia epistémica de ciertos desacuerdos dependiendo de la posición epistémica de las partes. Cuando los desacuerdos provienen de la ignorancia, parcialidad o estupidez manifiesta de uno de los contendientes, son epistemológicamente benignos. Que alguien que claramente no sabe de qué habla esté en desacuerdo contigo no te da ninguna razón para replantearte tu posición.
Así, podemos llamar condición de paridad epistémica a la situación en la que personas igualmente inteligentes, informadas, reflexivas y de mente abierta suelen estar en desacuerdo. Esta descripción de la paridad epistémica es excesivamente vaga, pero reafirma una consideración importante: la relevancia epistémica de un desacuerdo depende de la posición epistémica de las partes que disienten.
Hay, grosso modo, tres posiciones epistémicas posibles en un desacuerdo: superioridad, inferioridad y paridad. Cuando una parte es superior, la otra es inferior, y existe presuntamente la posibilidad de que ambas sean pares entre ellas. Cuando estoy en desacuerdo con alguien que tiene una posición epistémica superior a la mía (i.e., es un experto en la cuestión sobre la cual disentimos, a diferencia mía), parece que la respuesta racional de mi parte sería atenerme a su creencia, y la de él conservar su creencia original. Así, en casos en las que las posiciones epistémicas de las partes en desacuerdo son asimétricas, la respuesta racional de la parte superior debe ser conservadora, y la respuesta de la parte inferior debe ser progresista. Pero ¿qué sucede cuando la situación es simétrica? En estos casos los desacuerdos no son benignos: i.e., pueden ser epistémicamente relevantes para ambas partes. La pregunta es entonces: ¿cuál actitud es racional ante casos de posiciones epistémicas simétricas en un desacuerdo mutuamente reconocido?, ¿debemos adoptar una actitud conservadora o una progresista? ¿Tiene siquiera sentido hablar de paridad epistémica en primer lugar?