En esta entrega presentaré las ideas de Greta Gaard y Lori Gruen (1993) expuestas en el artículo Ecofeminism: Toward Global Justice and Planetary Health (Ecofeminismo: hacia una justicia global y salud planetaria) en el que describen la importancia del ecofeminismo frente a los problemas ambientales; los tipos de ecofeminismos existentes; porqué es importante la perspectiva ecofeminista, cómo se realiza y concreta.
Estas autoras comienzan señalando que el ecofeminismo, al igual que muchos otros movimientos sociales, no surge así nada más, sino que sus raíces se encuentran en los trabajos previamente realizados por otras mujeres, como Rachel Carson (Silent Spring, 1962), Rosemary Radford (New woman/New Earth, 1975), Mary Daly (Gyn Ecology. The Metaethics of Radical Feminism, 1978), Susan Griffin (Woman and Nature, 1978), Elizabeth Dodson Gray (Green Paradise Lost, 1979) y Carolyn Merchant (The Death of Nature). Estos textos, señalan, fueron claves para la elaboración de una conjunción entre feminismo, ecología y ambientalismo.
Desde el punto de vista de Gaard y Gruen los problemas que merecen mayor atención tiene que ver, en primer lugar, con la desigual e inequitativa distribución de los bienes naturales, ya que un habitante del norte del planeta (dígase Estados Unidos, Canadá o Europa) consume una mayor cantidad de recursos que el resto de habitantes del sur (África, Asia y Latinoamérica), para ello explotan y agotan los bienes de estas regiones. Por ejemplo, una persona en el norte consume 52 veces más de carne, 115 veces más de papel y 35 veces más de energía que un habitante de Latinoamérica. Y como dato relevante señalan que Estados Unidos, teniendo solo el 5% de la población mundial, consume la tercera parte de los recursos no renovables del mundo y que su sobreconsumismo genera una alta cantidad de desperdicios. Estos datos corresponden a 1993; sin embargo, no han cambiado positivamente a lo largo de estas décadas, por el contrario, la huella ecológica muestra lo contrario, que el mundo sigue siendo sobre explotado y estos datos pueden corroborarse en el Informe Planeta Vivo 2022. Hacia una sociedad con la naturaleza en positivo, elaborado por WWF (https://n9.cl/rtbe1) y en el artículo ¿Qué naciones dejan mayor huella ambiental sobre nuestro planeta? (https://n9.cl/2mizl). En cuanto a la escasez de agua potable, está afecta a más de 1.2 billones de personas en el mundo, y a esto hay que agregar el aumento en la contaminación de los afluentes con sustancias como plomo, mercurio y químicos derivados de la agricultura debido al uso excesivo de plaguicidas y fertilizantes que escurren tanto en aguas superficiales como subterráneas.
Otro grave problema es la pérdida de masa forestal a nivel mundial. Gaard y Gouren señalaban que globalmente los bosques estaban desapareciendo a una tasa de 17 millones por hectárea cada año. Según datos del 2022 de la SEMARNAT (https://n9.cl/nzf7k) , a nivel mundial cerca del 78% de los bosques primarios han sido destruidos y el 22% restante se ha visto afectado por la extracción de madera. El problema no es la desaparición de la masa forestal, sino como ya mostraban Gaard y Gouren, «Los bosques son ecosistemas dinámicos, hogar de insectos y animales, además productores de aire y agua fresca cuando no son dañados por la contaminación humana». Cuando este refugio es destruido, como bien sabemos, se produce una terrible extinción de organismos, es decir, varias plantas y animales dejan de existir por siempre. Ya en la década de 1990 rondaba este fenómeno en las 140 especies por día. Gaard y Gouren comentan en este artículo que muchos ambientalistas están preocupados con el problema de la sobrepoblación humana, a la que responsabilizan de la problemática por la que atraviesa el planeta, pues cada año venían al mundo cerca de 92 millones de niños; de éstos 88 millones nacen en países subdesarrollados y, dicho sea de paso, se culpa a estos del deterioro ambiental. Al respecto cabe hacer mención que, según datos de la ONU (https://n9.cl/0w04k) la población humana mundial alcanzó el 15 de noviembre de 2022 los 8 mil millones de personas. Este exceso de seres humanos en el planeta conduce, según algunos, a que la humanidad ingrese en un déficit ecológico anual, pues se consume más de lo que el planeta puede generar en un año. Sirva apuntar que el pasado 28 de julio del 2022 fue señalado como el día de la sobrecapacidad de la Tierra (https://n9.cl/8ofq7), es decir, lo que se consumió después de esa fecha puede ser estrictamente nombrado como sobreexplotación, misma que debería frenarse, pero eso, como bien sabemos, no ocurre, los bienes naturales del planeta se siguen expoliando.
Me he permitido ir haciendo un comparativo entre lo que señalaban Gaard y Gouren con lo que ocurre actualmente para mostrar que no ha habido cambios en nuestra conducta ambiental, es por ello preciso citar textualmente sus palabras y reflexionar en su exposición:
Mucha gente niega la severidad de los problemas ambientales o la probabilidad de que tales hechos son verdad. Colectivamente, actuamos como avestruces, creyendo que no podemos verlo o que si no lo vemos no existe. Paradójica y problemáticamente, negar estos hechos críticos virtualmente no asegura su inevitabilidad. Ignorando el problema seguramente no se irá.
El ecofeminismo se encuentra en esta encrucijada en la que tiene que emprender un análisis holístico basándose en los contextos en los que surgen los problemas ambientales, muchos de ellos resultado de la visión masculina unilateral que ha prevalecido por siglos y de la que se desprende una gran injusticia hacia el mundo natural y hacia lo femenino. Esta injusticia ambiental afecta en gran medida a las mujeres y a los niños, ya que al degradar la naturaleza los resultados saltan a la visa: hambre, sed, escasez de combustibles en las comunidades más pobres ya que sobreviven, en gran medida, de lo que la naturaleza les da y cuya economía no depende de las leyes del mercado, mismas que suelen ser extremadamente injustas. Un ejemplo que ofrece Gaard y Gouren es que muchas mujeres en el mundo deben caminar kilómetros para abastecer de agua a su familia sin que este trabajo y esfuerzo reciba una remuneración económica especial y por ello no sea reconocida por el PIB, en cambio un pipa de agua que es propiedad de un hombre, si es un negocio que se integra en la economía. Otro negocio ambientalmente injusto para los ecosistemas y las comunidades humanas, es el que llevan a cabo empresas cuyo negocio se basa en plantaciones con especies invasoras, como el eucalipto y la caña de azúcar, monocultivos que arrasan con los hábitats y especies naturales provocando graves alteraciones y cuyos beneficios son exclusivamente para las empresas que practican esta nueva forma de neocolonialismo. Otro ejemplo es la expansión de la crianza ganadera, cuyos impactos se ven reflejados en tres ámbitos. El primero de ellos tiene que ver con la cantidad de alimento que tiene que producirse para alimentarlo, lo que ha provocado una gran deforestación a nivel mundial para crear campos de cultivo que sirven para mantener el ganado; segundo, la gran cantidad de agua que esto conlleva, así como el vertimiento sus desechos en los afluentes; tercero, el ganado se ha convertido en un importante generador de gas metano, como sabemos, uno de los principales generadores del cambio climático.
En suma, lo que el ecofeminismo pretende mostrar es que la visión masculina que ha dominado al mundo natural es violenta, opresiva e inconsciente, pues ha visto a éste como una mera máquina que puede dominar, explotar y controlar a su antojo, y esto mismo ha hecho con lo femenino, queriendo descargar en la mujer temas como el de la sobrepoblación humana imponiéndole medidas de control natal (cirugías, dispositivos, pastillas) adueñándose del cuerpo y de las decisiones que corresponde tomar a la mujer. Sin duda, el ecofeminismo es una visión ético filosófica que debe seguirse elaborando, pero principalmente integrándose en las agendas políticas, lo que permitirá contar con una visión más afable y empática hacia la madre tierra.