¿Qué tipo de argumentos emplean las y los científicos en las ciencias empíricas, tanto naturales como sociales? Dejemos a un lado argumentos que son comunes en otras áreas como las matemáticas, la historia, la crítica literaria y la filosofía. Aunque éstas son disciplinas intelectuales respetables que suscitan cuestiones fascinantes por derecho propio, a menudo exhiben otro tipo de patrones argumentativos. Lo que nos interesa es comprender el tipo de argumentos vinculados con la evidencia que se usan para elegir entre hipótesis científicas.
Digámoslo claro: la evidencia juega (o debería jugar) un papel crucial para resolver desacuerdos y elegir hipótesis en las ciencias empíricas. Sin embargo, entender el papel de la evidencia en la argumentación científica no es una tarea sencilla; además, aunque juega un papel importante, la evidencia no es toda la historia.
Para resolver desacuerdos acerca de cómo son las cosas, las y los científicos a menudo argumentan. En una primera aproximación, sus argumentos se basan en la evidencia (i.e., premisas) y a partir de ella evalúan hipótesis (i.e., conclusión). Pero, ¿qué es la evidencia?
Al hablar de evidencia a menudo se piensa en objetos físicos que pueden almacenarse en bodegas forenses (e.g., un arma encontrada en la escena del crimen, una carta incriminadora, etc.) o que pueden enviarse a un laboratorio (e.g., muestras de tejido, restos fósiles, etc.). Este uso recupera la idea de que la evidencia es algo intersubjetivo, público, en lo que varias personas pueden coincidir. No obstante, resulta un poco extraño considerar como evidencia incluso a aquellos aspectos de estos objetos que están más allá de nuestras posibilidades de observación y detección (e.g., su composición microfísica).
En contraste, suele pensarse también en la evidencia como el contenido de experiencias sensoriales. Esto acota la evidencia a lo que es accesible a nuestras capacidades de observación. Además, es compatible con que la evidencia sea a veces desorientadora, pues nuestra experiencia no siempre es verídica (e.g., somos propensos a ilusiones, alucinaciones, errores perceptuales). Sin embargo, esta manera de entender la evidencia está sujeta a otro inconveniente: aunque puede explicar sus causas, el contenido de la experiencia no parece proporcionar razones para adoptar, conservar o modificar nuestras creencias.
Para entender su papel en las ciencias empíricas, entenderemos la noción de ‘evidencia’ de una manera peculiar buscando incorporar ciertos rasgos que hemos identificado. La evidencia debe: (i) ser algo que pueda ser compartido con otras personas (i.e., intersubjetiva), (ii) ser asequible a nuestras capacidades sensoriales (i.e., vínculo con la experiencia), (iii) ser algo sobre lo que podemos equivocarnos (i.e., falibilidad) y (iv) poder fungir como una razón para creer (i.e., función inferencial). Entenderemos ‘evidencia’ como algo que puede desempeñar estos roles: proposiciones cuyo valor de verdad puede determinarse mediante instrumentos de observación.
Una proposición (i.e., el significado cognitivo de una oración, el contenido representacional de una creencia) es algo intersubjetivo: varias personas pueden captarlo. También tiene una función inferencial: puede ser una razón para creer. La evidencia en esta acepción tiene un vínculo con la experiencia, pues su valor de verdad puede determinarse mediante instrumentos de observación (nuestras modalidades sensoriales son ellas mismas instrumentos de observación, cuyas capacidades pueden ser ampliadas por medio de otros dispositivos). Aun así, la evidencia es falible: pueden producirse errores al evaluar si una proposición evidencial es verdadera o no.
Esta forma de entender a la evidencia en principio puede contribuir a entender su papel en la ciencia. Pese a que reconocemos nuestra falibilidad, en este esfuerzo colectivo, nos servimos de nuestras capacidades y posibilidades tecnológicas para tratar de determinar cómo es el mundo. Sin embargo, la evidencia que podemos recabar, incluso si es verídica y abundante, nos brinda información muy limitada: se circunscribe a lo que se encuentra en nuestro entorno inmediato o en el alcance de nuestros instrumentos de observación. Para formarse una imagen más completa de cómo son las cosas, al argumentar, las y los científicos hacen inferencias a partir de la evidencia. La argumentación científica parece depender de la previa aceptación de algunas de estas inferencias.
Una vez que se ha formado un consenso acerca de cuál es la evidencia (i.e., qué premisas son verdaderas), las y los científicos aún deben determinar qué nos dice acerca de aspectos de la realidad que (al menos por el momento) se encuentran más allá de nuestras capacidades de observación: el futuro, el pasado, lo muy distante, lo muy pequeño o cómo son las cosas en general. Se busca evaluar el apoyo que la evidencia brinda a una hipótesis. En este sentido, se piensa que las inferencias que emplean las y los científicos son ampliativas: van más allá de las premisas que les son suministradas. Si –como solemos pensar– la ciencia constituye una búsqueda racional de verdades significativas acerca del mundo, también esperaríamos que la evaluación de hipótesis científicas a partir de la evidencia siguiera un patrón conducente a la verdad. De este modo, la argumentación científica sería capaz de resolver desacuerdos de maneras que produzcan conocimiento novedoso de manera no fortuita o accidental.