ACLARACIÓN PERTINENTE. El que esto escribe no es filósofo, historiador ni especialista en nada, sino un redactor con experiencia pedagógica que, desde que se le expulsó de la academia utiliza el medio periodístico que practica desde su adolescencia, para investigar los temas que considera de interés para la comunidad y tratar de exponerlos en la forma más sencilla posible a lectores interesados que no tienen el tiempo o los recursos para investigarlos, pero sí el deseo de comprender la realidad de su entorno.
Si los expertos detectan errores u omisiones relevantes en la exposición que en lugar de orientar, desorientan, están cordialmente invitados a exponer su opinión en este mismo espacio, pues lo importante radica en que el lector gane en conocimiento.
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Hago esta aclaración porque cuando llegamos a la entrega del sexto número (aparte de la Introducción que lleva el número cero) del análisis crítico de la versión oficial de la historia de la Universidad Autónoma de Aguascalientes que aparece en su portal de internet, se presentó la inquietud por parte de algunos lectores por tener una información suficiente para comprender el significado del término Liberalismo (del que se deriva el Positivismo) a fin de tener a la mano un instrumento satisfactorio pero sencillo para interpretar la influencia de esta corriente filosófica que propició la convulsión científica, política, económica y social del mundo “occidental” de los siglos XVII al XIX y, consecuentemente, su aplicación en la actividad académica que influyó en la fundación del Instituto Literario de Ciencias y Artes de Aguascalientes, cuyas actividades inauguró Jesús Terán el 25 de Enero de 1849 y no 18 años después, como falsamente lo afirma el historiador de la UAA.
Con estos dos párrafos pretendo aclarar la razón que me llevó a hacer un paréntesis que supuse breve en el análisis de la historia de la UAA; como no logré esa brevedad debido a las diversas y hasta contradictorias facetas del Liberalismo que estoy tratando de simplificar, enfoqué el tema de forma diferente buscando facilitar su comprensión; el caso es que se ha prolongado de tal manera que provocó desorden en su presentación, cuya responsabilidad asumo.
Por tanto y con el fin de recomponer lo mejor posible esta situación que yo mismo provoqué, no me queda más remedio que romper las reglas y dejar en espera las seis entregas del Análisis Crítico de la Historia de la UAA -con diversos subtítulos- más la Introducción con el número cero (publicadas del Viernes 1º de Agosto del 2022 al Viernes 10 de Marzo del 2023) mientras concluye la serie que ha llevado por nombre Historia de la UAA – el Instituto y el Positivismo.
De esta suerte, la presente entrega lleva el número 11 a partir de la primera entrega publicada el Viernes 19 de agosto del 2022, cuyo título quedará, simplemente, como El Instituto y el Positivismo. En el momento que concluya ésta, retomaremos la serie del análisis crítico de la historia de la UAA, con la entrega número 7.
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Esperando haber logrado recomponer el desaguisado, continuamos:
AMÉRICA LATINA. Lo que veremos a continuación pareciera no ser esencial para comprender el propósito de esta serie de artículos, relativo al ambiente liberal en que se desarrolla la historia de la educación en México en el siglo XIX; pero sí lo es para entender las omisiones y contradicciones de nuestra historia que impiden tener una comprensión clara del pasado de nuestra Región.
Si no contáramos con este panorama general del pasado difícilmente podríamos comprender cabalmente porqué nuestro presente es como es y mucho menos con las herramientas necesarias para proyectar nuestro futuro, que es lo que más nos debe preocupar.
Al darse cuenta de que las riquezas que poseía nuestro Continente eran inmensamente superiores a las que podían proporcionarles el comercio con los países asiáticos, los conquistadores se olvidaron de las rutas de la seda y las especias y decidieron apoderarse de las de nuestros antepasados a cualquier costo.
Se apoderaron de las tierras que ocupaban los habitantes originarios que murieron y convirtieron en esclavos o siervos en sus propias tierras a los que quedaron vivos.
Pero también los despojaron de sus costumbres pues hasta sus nombres propios les arrebataron porque solo podían llevar los del santoral de una religión ajena. debían hablar, oír y actuar como europeos, pero no para pensar, sino para entender las órdenes que recibían; se trataba, pues, de obligarlos a trabajar en las labores del campo o en lo que se necesitara como “indios”, nombre asiático que tampoco era suyo sino impuesto por los europeos con sentido peyorativo, como seres inferiores que nunca podrían volver a disponer lo que debería hacerse en esa tierra, que ya no era suya.
Fueron dos culturas que no podían integrarse porque los amos estaban hechos para mandar y los peones para obedecer.
Estructura social. Quedó limitada a la minúscula clase conquistadora europea de tipo racial blanco y a la población originaria de tipo racial cobrizo, que quedó sujeta como servidumbre de la primera.
Saqueo imposible. En tales condiciones, era imposible saquear las enormes riquezas de este enorme continente. Se necesitaban brazos en grandes cantidades.
GRAVE PROBLEMA:
¿Cómo resolver la falta de mano de obra?
Otros europeos compadecidos -igualmente cristianos- se prestaron diligentes a resolver este problema mediante un nuevo negocio, también altamente productivo, mediante:
La cacería de esclavos en África. “No hay consenso sobre las cifras de la esclavitud en la época moderna. [Entre 1500 y 1800] Se han propuesto… sesenta millones de secuestrados [cifra similar a la de la población total de la Europa de aquél entonces], de los cuales… veinticuatro millones fueron a parar a América… doce millones a Asia y… siete millones a Europa, mientras que los… diecisiete millones restantes fallecerían en las travesías.” (Esclavitud – El comercio de esclavos africanos. Wikipedia.)
Es decir: cerca de 80 millones de habitantes de nuestro Continente tenían que desaparecer porque siempre estarían dispuestos a recuperar su tierra. Por eso tuvieron que traer, aunque solo fueran 24 millones pero de otro Continente, pues al arrancarlos de él perdieron su tierra, que estaba en África. La de aquí tenían que aprender a trabajarla para quererla, aunque no fuera suya, para trabajar minas y cultivos tropicales tanto locales como de otros continentes (sandías, papayas, bananas, piñas, etc.) fueron distribuidos en las costas cálidas de América del Norte, de Mesoamérica (México y América Central), del Mar de las Antillas y de América del Sur.
Supieron integrarse y con el tiempo se hicieron indispensables, al grado de que actualmente no podría imaginarse a nuestro continente sin la poesía negra, la cocina, los ritmos como el jazz, el soul, el tango, la cumbia, la cueca, la rumba, el samba y muchos otros en los que está plasmada su profunda sensibilidad.
Estructura social. Se incrementó la calidad y cantidad de clases sociales:
1.- La europea que pasó de conquistadora a colonizadora, ubicada en los puestos de gobierno;
2.- Los criollos descendientes de los españoles en el poder.
3.- La originaria cobriza, en su posición de servidumbre tanto en la ciudad como en el campo, en las grandes haciendas de tipo feudal trasplantadas de Europa.
4.- La mestiza, descendiente de los españoles y las mujeres originarias del Continente.
5.- La africana, en los trabajos rudos de minería y plantación intensiva, pesca, etc.
6.- La mulata
Y de estas surgen luego subclases que no solo van modificando la estructura social sino incrementando la población, y despertando fuerzas poderosas en la transformación de calidad en la estructura económica y política de cualquier núcleo de población. Y eso fue lo que empezó a ocurrir en nuestro Continente.
Por la unidad en la diversidad
Aguascalientes, México, América Latina