Estimado lector de este reconocido medio con el gusto de saludarle como cada semana, quiero aprovechar esta ocasión para extender a su buen criterio uno de los discursos más importantes que me ha tocado disertar, el pasado 22 de marzo tuve el gran honor de poder expresar la oratoria en el aniversario del natalicio del benemérito de las américas Benito Juárez. Para un servidor representó una gran oportunidad no solo por la presencia de las distinguidas personas que acudieron al evento sino por el gran respeto y admiración que le guardo a este personaje, a continuación, les presento el discurso de ese día.
Los hombres no son nada, los principios lo son todo
En la era de la oscuridad y la desesperación se vio nacer a un titán que desafió al destino y la eternidad.
La luz no llegaba a un Guelatao trastocado por la injusticia extranjera y por el despojo existencial de los mexicanos, que era azotado en lágrimas, en dolor y en agonía.
En los ojos del gran iniciado se vislumbraba, una patria de hombres de honor, Iluminado por el equinoccio de primavera, el mundo vio un milagro que aún perdura.
El florecer de una mente que se postró a la altura de un sol, uno que da prosapia y combate a la estulticia.
Nuestro sol nunca volvió a ser el mismo, con el compás y la escuadra, la vida del Benemérito tomó rectitud y conciencia.
El silencio descansaba en el miedo, la perseverancia en el bien, JUAREZ entendía la importancia de no doblar la rodilla ante ningún mortal, solo ante el eterno.
Bajo el cielo infinito de la bóveda celeste, llenaba su corazón de ideales. Ideales con la esencia de la fuerza y la unión, y la búsqueda de la verdad y el progreso del género humano.
Los sueños se arrancaban con una patria amenazada por los enemigos naturales del hombre, por la goecia, contaminada por la ambición y enterrada en el letargo, Juárez abrazo a su patria, la abrazo con toda su alma, y la vida le dio la ilusión salomónica.
En medio de la tormenta, de las angustias y de las desilusiones, cuando cada momento era un peligro cuando los fuertes no tenían reposo, cuando los espíritus no podían dormir, cuando la furia del huracán revolucionario azotaba con furia creciente las espadas de aquellos que se decían herederos de la divinidad, cuando nuestro cielo promulgaba la bandera francesa con orgullo que de la victoria estaba acostumbrada a envolverse en gloria.
Benito Juárez legislaba, legislaba y legislaba para que existiera una patria libre, una patria ordenada, formaba una patria nueva e ilustrada porque sabía que la patria jamás debe dejar de ser libre.
Como presidente promulgó un conjunto de disposiciones legales que integran el magnífico cuerpo jurídico de las leyes de reforma. Con la fuerza y la ciencia como sus grandes columnas, respiro y enfrentó a la punta de una espada que lo hacía retroceder a su destino. Nunca lo venció, su juramento como el de Job.
El maestro Juárez, era un líder natural, no un dirigente, el hombre era su palabra, su vocación, legislar desde la conciencia.
Reformar la piedra sin forma en una escultura cúbica, que lleva al mortal con su destino, la trascendencia del alma.
La ceremonia de la vida, lo puso en el oriente, como un sol, para ilustrar y llevar a los y las mexicanas, a volver a intentar, a retomar el vuelo, a sembrar en los sueños.
Sus aspiraciones fueron tan nobles como el candor de un niño, tu fe siempre en los ideales y en tu corazón siempre habitaron la libertad, la igualdad y la fraternidad.
El derecho y la paz siempre seguirán dando cátedra de tu pensamiento. Coronada gloria viviste.
Su ejemplo no se entierra, se siembra y se cultiva en nuestros corazones. En el amargo final te mantuviste de pie, como alguien justo y libre. Nunca caíste, nunca te desvaneciste, tu alma aún vibra en la dilación más loable.
Vence a la muerte los restos de Benito Juárez no se encuentran bajo la lápida mortuoria convertidos en cenizas, están dentro de nosotros convertidos en sentimiento y en idea este líder vive en todos los hombres y las mujeres que creemos firmemente en la justicia.
Tu voluntad prevaleció sobre cualquier miedo. Tu carácter es destino.
Tu enseñanza es la raíz del rito. Ciudadano del mundo, la metáfora final se conjuga en el sacrificio real de los hombres.
Los tiempos políticos van y vienen, aparecen y desaparecen, tú siempre permaneces.
Como la espiga de trigo tus ideales se esparcen en toda la faz, los templos de oriente
entonan el salmo 133.
Que la libertad, la igualdad y la fraternidad sean faros guía y norma en nuestra vida cotidiana por el bien de México. Las máximas de Benito Juárez fueron tener fe en los ideales, esperanza en realizarlos por amar a la humanidad, larga vida Juárez.