El cambio climático de origen antropogénico (humano) es una realidad aceptada en 2023 por la comunidad científica internacional. Esto significa que la actividad humana ha modificado gravemente las condiciones ambientales en la Tierra durante los pasados siglos, y en especial durante las pasadas décadas. Así, los graves cambios generados por dicha intervención humana son de tal magnitud que los científicos piensan que ya vivimos un cambio de era geológica en la Tierra, era a la que han llamado Antropoceno. Según el Centro de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo (https://www.stockholmresilience.org/), ya hemos superado en 2023 cuatro de los nueve llamados “umbrales ecológicos”. Estos son: la catástrofe climática, el extermino de la biodiversidad, el cambio de uso de la tierra y la alteración de los flujos bioquímicos del fósforo y el nitrógeno. Así mismo hemos superado la biocapacidad de la tierra y estamos llevando a la Amazonía, por ejemplo, llamada con razón “pulmón del mundo” a un punto de no retorno a partir del cual nos espera un proceso de “sabanización” creciente.
Lo cierto es que la Amazonia presta enormes servicios ambientales a la región sudamericana y al mundo en tanto reserva importante de la biodiversidad y producción de agua dulce, donde su cuenca abarca una enorme extensión de más de 7 millones de kilómetros cuadrados, de los cuales 5 son aún bosque o selva, es decir, que su extensión verde es aún mayor a la de toda Europa occidental. Dicho bosque o selva es también la última frontera de la expansión económica del gigante continental, el estado-nación brasileño, a la vez primera economía iberoamericana y la segunda del continente después de los Estados Unidos de América.
El climatólogo Carlos Nobre de la Universidad de Sao Paulo, ya hablaba en 1991 de la “sabanización” de la Amazonia: dicho a grandes rasgos: la deforestación a gran escala de las selvas amazónicas que aumenta la temperatura atmosférica, reduce las lluvias y alarga las estaciones secas en todo el mundo. Es decir que en el futuro, los densos bosques tropicales serán una vegetación tipo sabana en el sur y sureste de la amazonia. Casi tres décadas después, los datos recogidos en diferentes ámbitos, apuntalan la hipótesis de 1991 formulada por Nobre. La cuenca del Amazonas perdió en 60 años el 20% de su superficie por la deforestación de origen antropogénico causada principalmente por la extracción minera, la ganadería intensiva y extensiva y la agricultura, que en la mayoría de los casos son monocultivos de exportación.
Pero hoy sabemos con certeza que la citada sabanización de la Amazonia no es algo que incumbe solo a esa cuenca o región, sino que tiene graves efectos que amenazan al resto del continente y del planeta. Por ejemplo, un grupo de investigación de la Universidad de Princeton, liderado por el biólogo Medvigy, encuentra que la deforestación amazónica tendrá en el futuro cercano graves efectos directos en el clima en los EUA y afectará la producción de alimentos en California. 20% menos de lluvia en la costa oeste de EUA y 50% menos de nieve en Sierra Nevada, fuentes de agua esenciales para la vida en el suroeste de EUA. California en especial, cuya economía, si fuese un país, sería la quinta del mundo.
No solo eso: la humedad de la Amazonia y sus llamados “ríos de lluvia” son importantes para las precipitaciones y el bienestar humano, porque contribuye a las lluvias invernales en la cuenca del río de la Plata, especialmente en el sur de Paraguay, el sur de Brasil, Uruguay y el centro y el este de Argentina. Así, la sabanización de la amazonia amenaza globalmente a la tierra no solo por los efectos descritos en el cambio climático, sino porque ha pasado de ser un sumidero natural de CO2 a un emisor de gases de efecto invernadero. Y no solo por la deforestación, sino también por la muerte de los árboles a largo plazo que diferentes estudios han detectado. Las sequías de 2005, 2010 y 2015 podrían haber convertido temporalmente la Amazonia en fuente de CO2 en lugar de un sumidero, acelerando el calentamiento global.
La Amazonia sufre, por deforestación, inundación por presas, incendios y el cambio climático acelerado, una degradación que la llevan cerca del punto de inflexión o no retorno, que podemos definir grosso modo como uno o varios cambios pequeños en la actividad humana que puede tener consecuencias a largo plazo en el medio ambiente. Entonces, no es sensato por razones evidentes llegar al punto de inflexión previsto por Nobre y otros climatólogos y ecólogos en el 20-25% de su extensión total destruido. Además de frenar la deforestación estrictamente, reforestar y prevenir incendios, hay que reconstruir un margen sensato de seguridad en torno al cuidado y la mitigación del impacto ambiental por la sabanización de la Amazonia. El desafío global climático que plantea el acelerado deterioro de la amazonia reclama nuevas formas de cooperación internacional y un trabajo basado en la ética para los científicos y los políticos, que debe decirse, parece brillar por su ausencia hasta ahora, en tiempos de un capitalismo ultra liberal que nos da políticos como Bolsonaro, Macri o Duque en suramérica, pero también Trumps y trumpistas o potencias asiáticas más o menos ambiguas y más o menos negadoras del cambio climático en el norte global, otras regiones o casos como los de la industria farmacéutica multinacional, que solo ven en la naturaleza y en su mercantilización, el dinero que les puede reportar y no un bien común, a pesar de la amplia evidencia científica disponible.
Por su parte, México cuenta con 138.7 millones de hectáreas forestales, pero cada año se pierden en promedio alrededor de 208 mil hectáreas según datos oficiales. Los bosques de pino y encino, que ocuparon antes unas 43.96 millones de hectáreas, hoy se encuentran solo en 32 millones y ocupan apenas 16.4 por ciento del territorio nacional, mientras los bosques tropicales de montaña originalmente abarcaron 3 millones de hectáreas, pero su cobertura se redujo a 1.8 millones, entre vegetación primaria y secundaria, pero aún albergan 9 por ciento de la riqueza forestal del país. La mayor parte de dicha deforestación convierte el territorio en praderas o sabanas, tal como ocurre en el caso amazónico, pues se tala para uso ganadero en un 75% de los casos, mientras un 20% se convierten en tierras de cultivo.
Y en esa ruta va la mayor parte de la deforestación en México. Durante la pandemia, aumentó la tala clandestina que aumentó la pérdida de cobertura forestal. Los apoyos y subsidios a ejidos y comunidades forestales han bajado, y por lo tanto hay menos capacidad de atenderlos en rubros como producción forestal, pago por servicios ambientales, sanidad forestal o prevención de incendios. La deforestación se observa principalmente en la península de Yucatán, donde Campeche es el estado que más superficie ha perdido por el incremento de cultivos como la soya transgénica y la palma africana y los mega desarrollos turísticos en la Riviera Maya.
Pero también por el aumento de las huertas de aguacate en Michoacán y Jalisco, o en las costas de Oaxaca y Guerrero siguen creciendo los proyectos turísticos, igual que en Jalisco y Sinaloa, y hay estudios que han identificado un grave problema con la venta de terrenos ejidales en las penínsulas de Baja California y Yucatán. Cabría acá preguntarnos cuánta masa forestal se pierde en cada región y en Aguascalientes cada año, y que medidas de política pública se toman para mitigar el daño ambiental producido.
Dicho escenario es consecuencia directa de un sistema económico-político global, que algunos autores llaman sistema-mundo hegemónico, que se inscribe en un antropocentrismo exacerbado caracterizado por el individualismo, al materialismo, al consumismo y un proceso “modernizante” por el que hemos llegado a la mercantilización de la naturaleza, que debe ser revertido para eliminar la incertidumbre actual sobre el futuro de la humanidad. La crisis civilizatoria que padecemos y que se manifiesta en el cambio climático acelerado, amenaza una serie de Derechos Fundamentales de las personas: vida digna, Medio Ambiente Sano, agua y saneamiento, alimentación sana, vivienda adecuada. De manera que requerimos urgentes cambios sistémicos en la forma de producir y consumir. Y una regulación ambiental estricta. Otro día hablaremos de la necesidad urgente de alinear nuestra normativa ambiental con los recientes acuerdos internacionales en la materia.
@efpasillas