Si me llevas contigo prometo ser ligera como la brisa…
Semilla Negra
Yo soy satélite y tú eres mi Sol
Bachata Rosa
Otro 14 de febrero postpandémico. Después de los hórridos meses de confinamiento por covid la Humanidad necesita, más que nunca, del amor. Amor propio y ternura radical son algunas de las ideas que acuerpan un discurso sobre quererse de manera autosustentable, a una misma y a los otros: “No es que esté sola, estoy conmigo”, y aunque lo he intentado, estas líneas no me bastan -del todo- cuando yo sigo con el deseo de acurrucarme en el cuerpo de mi amado y enredarme en sus brazos.
Tal vez no hubo ni habrá cambios en la idea del amor, sino sólo la comprensión de que entre dos (o más) que se aman no caben los abusos. “Matamos lo que amamos”, escribió Rosario Castellanos, pero nunca me gustó ese verso ni ese poema, ni siquiera creo que eso deba nombrarse amor, mi idea del amor. Me gusta más -y me duele menos- decirle que “para el amor no hay tregua, amor”.
Y ya que estamos en medio de conceptos sobreexplotados -ternura radical y amor propio-, tengo otro que me hace muy feliz: amor vital. Esa energía por y para el amor que suelen tener los amantes en el justo momento de la felicidad plena y primigenia. Ese recién enculamiento provocado porque no conoces en absoluto al otro en los primeros meses de amoríos. Solo tienes lo mejor de ti para dar. Explotas de alegría y entregas tu mejor cara para que te amen. Diría mi sicóloga: la etapa de la idealización. “Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses, que se pierda tanto increíble amor”, recitaba Eduardo Lizalde con su hermosa voz sepulcral como si de una premonición se tratara.
Yo ya no soy de esas amantes a la antigua, no creo (creo) en el amor romántico pero muero de ganas de él. Lo traigo en mis venas. Lo anhelo. Amo enamorarme perdidamente. “Enamorada del amor”, cantan las Ultrasónicas. Adoro las noches eternas en azoteas ajenas, como gata, entre risas, maullidos y besos. Amo como me enseñó la tele y el mundo a amar. Solo que ya no estoy dispuesta a sufrirlo ni a hacerlo sufrir. Todavía quiero que mi “amor queme sus naves antes de llegar a tierra”. Me veo perdidamente enamorada de unos labios carnosos.
Yo quiero amar como quien cuida tamales: no puedes salirte de la cocina hasta que estén listos, porque, como dice mi madre, los tamales son los amantes más celosos, si los desatiendes tantito, te quedan crudos. ¿Así como me piden que no crea en el amor romántico? Por supuesto que también creo en la autonomía, en lo que soy cuando el otro duerme y no lo sueño, en mis propios pensamientos, en mi felicidad a solas, y aún así nada me quita la alegría de verlo parado en mi puerta, esperándome.
Y por supuesto que existe la ternura radical, cuidar al otro como quiero que me cuiden. Atender al amor no significa quererme menos o dejar de comprarme flores, canta la Miley, o quitarme el pan de la boca, no, ternura radical también es tener plena conciencia de que si no me cuidan debo irme a tiempo. Quiero cuidar y que me cuiden. Preparar de comer para que no se me malpase, preguntarle cómo le está yendo en el día, acomodarle la cama destendida para que repose, darle cariñitos no solo en el cuerpo sino también en el alma, contarle cosas “y decirle al oído secretos que harán brotar su risa” canta Radio Futura. En el amor, como dicen en “Bardo” de Iñárritu: “Quien no sabe jugar no es digno de ser tomado en serio”.
Tengo otra analogía -muy simple- en mi cabeza sobre el amor: una de las propiedades del agua es la cohesión, la atracción de sus moléculas hace que se peguen entre sí, que se adhieran y formen pequeñas gotas esféricas que humedecen todo y se deslizan por las superficies antes de evaporarse. Esto me resulta bastante sexual. Al menos así tiene sentido aquello del agua de calzón. Mis humedades, como las del agua, también se deslizan. Yo sí me compro la idea de Octavio Paz sobre que el erotismo y el amor son la llama doble de la vida. Me encanta la idea del sexo subversivo, la esclava y la dueña del deseo y el deseo como el motor del amor.
Por esto mismo, pocas cosas más tristes en el mundo sentimental que una pareja que padece silencios incómodos, ahí donde no sabes qué decir y terminas platicando cualquier tontería para rellenar los huecos que deja el silencio. Por supuesto que lo vi en “Pulp Fiction”. Es mi educación sentimental. Así sabes que has encontrado a alguien especial, cuando no te importan los silencios. Y mientras, me ponen tristes (porque me proyecto) las parejas que solo ven los estantes mientras empujan el carrito del supermercado, con weba, solos pero juntos, buscando el condimento indicado uno adelante del otro, sin besos en los pasillos, sin risas ni bromas, con el aburrimiento de mierda y el tedio de todos los días. Soportan todo, de nada se ríen. Viven del recuerdo de las glorias pasadas y así construyen la cotidianidad. No lo sé. Me parte el alma ver la abnegación en el rostro antes que el amor frenético y voluptuoso en sus miradas.
Otro 14 de febrero postpandémico. El amor es como un virus que se cuela por todo el cuerpo. Vivimos en una pandemia perpetua de amor, nunca el suficiente para salvarnos a nosotros ni a la Humanidad. El amor, “una blanda furia no expresable en palabras”.
@negramagallanes