Ninguna expresión tradicional, en cualquier parte del mundo, está por encima de los derechos humanos si se fomenta la desigualdad entre las personas
El 6 de febrero fue elegido como el Día Internacional de Tolerancia Cero para la Mutilación Genital Femenina que sigue afectando hoy en día igual que hace 30 años en diversas partes del mundo a niñas y mujeres.
Sin importar la ubicación geográfica, con demasiada frecuencia el primer mensaje que una niña recibe sobre su cuerpo es que es imperfecto: demasiado gordo o demasiado delgado; su piel es demasiado oscura o demasiado pecosa. Sin embargo, para algunas niñas el mensaje es que sus cuerpos deben ser cortados, alterados e incluso reformados para ser aceptadas por su comunidad, a través de una práctica conocida como mutilación genital femenina (MGF).
La mutilación genital femenina es un procedimiento que se realiza a personas con vagina y vulva con el objeto de alterar o lesionar sus órganos genitales sin que existan razones médicas que lo justifiquen. Casi siempre implica la extirpación parcial o total de los genitales externos.
La mutilación genital femenina constituye una violación de los derechos humanos fundamentales de las niñas y las mujeres. Esta práctica brutal cuenta con el apoyo de comunidades enteras en donde es una tradición. Las razones son meramente basadas en la desigualdad de género pues se usa para controlar la sexualidad de niñas y mujeres. Existen diversas razones por las cuales se practica. En algunos casos se considera un rito de transición a la madurez, en otros se concibe como una forma de controlar la sexualidad de la mujer. La mutilación genital femenina se practica en muchas comunidades debido a la creencia de que garantiza el futuro matrimonio de las niñas y el honor de las familias. Algunas personas la asocian con creencias religiosas, aunque no existen textos religiosos que obliguen a practicarla.
Las niñas y las mujeres tienen derechos, uno de estos es el respeto a su cuerpo y a su vida
Incluso, a veces la mutilación es un pre-requisito para el matrimonio y está estrechamente vinculada con el matrimonio infantil. En algunas sociedades, la MGF tiene como base mitos acerca de los genitales femeninos, por ejemplo, que un clítoris sin extirpar crecerá hasta el tamaño de un pene, o que la MGF aumentará la fecundidad. Otras consideran a los genitales externos femeninos algo sucio y feo.
Cualquiera que sea la razón, la MGF viola los derechos humanos de las mujeres y las niñas y las priva de la oportunidad de tomar decisiones críticas e informadas acerca de sus cuerpos y sus vidas.
Todos los años, cerca de 4 millones de niñas en todo el mundo corren el riesgo de ser víctimas de la MGF, y la mayoría son sometidas a esta práctica antes de cumplir 15 años. Ni la modernidad, tecnología o desarrollo cambiará esto. Una mirada multicultural debe enfocarnos a que ninguna expresión tradicional, en cualquier parte del mundo, está por encima de los derechos humanos si se fomenta la desigualdad entre las personas.
En muchos de los países donde la MGF se lleva a cabo, la violencia contra las niñas y las mujeres es socialmente aceptable, y esta práctica constituye una norma social profundamente arraigada en la desigualdad de género.
En muchos países, profesionales de la salud capacitados realizan cada vez con más frecuencia la MGF, contraviniendo el juramento hipocrático de no causar daño. Aproximadamente 1 de cada 3 niñas adolescentes se ha visto sometida a esta práctica realizada por personal de los servicios de salud.
Asignar un carácter médico a la MGF no la hace más segura, puesto que, de todas maneras, extirpa y daña tejido sano y normal, e interfiere con las funciones naturales del organismo de la niña o la mujer. Las complicaciones médicas van desde dolor intenso hasta hemorragias prolongadas, infecciones, infertilidad e, incluso, la muerte. Además, puede aumentar el riesgo de transmisión del VIH.
Las mujeres que han sido mutiladas pueden presentar complicaciones al dar a luz, como hemorragias posteriores al parto, muertes fetales o muertes prematuras de sus hijos recién nacidos.
Los efectos psicológicos pueden ir desde la pérdida de confianza de la niña en sus cuidadores hasta ansiedad y depresión a largo plazo en la vida adulta.
En algunas comunidades que no la han eliminado, se realiza de forma clandestina, lo que está llevando a que las niñas la padezcan a edades más tempranas en medio del silencio generalizado.
A pesar de que el número exacto de niñas y mujeres víctimas de la MGF en el ámbito mundial sigue siendo desconocido, al menos 200 millones de niñas y mujeres de 31 países, con edades comprendidas entre los 15 y los 49 años, han sido sometidas a esta práctica.
Durante los últimos 30 años se registraron notables progresos hacia su eliminación. En comparación con sus madres y sus abuelas, las niñas de numerosos países actualmente corren un riesgo mucho menor de sufrir esta mutilación.
En algunos países, esta práctica sigue siendo tan común hoy como hace tres décadas. Más del 90% de las mujeres y las niñas de Guinea y Somalia son sometidas a alguna forma de mutilación genital.
Para las familias puede ser difícil negarse a mutilar a sus hijas. Quienes rechazan la práctica puede enfrentar una condena o incluso el ostracismo, y sus hijas podrían ser consideradas inadmisibles para el matrimonio. El abandono colectivo, mediante el cual toda una comunidad decide no practicar la MGF, es una manera eficaz de poner fin a la práctica, y garantiza que ninguna niña o familia se vean perjudicadas por la decisión.
Muchos países han aprobado leyes que prohíben la MGF y han elaborado políticas nacionales dirigidas a lograr su abandono, pero las leyes no tendrán éxito por sí solas. Sin embargo, a veces las leyes no bastan, es necesaria una mirada profunda a los derechos humanos de las niñas y mujeres, introducir la consciencia de que tienen derecho a una vida libre de violencia, a la sexualidad, a decidir sobre sus cuerpos y sus vidas, es una tarea aún pendiente en todo el mundo.
Con información de la ONU, UNICEF, UNFPA