Supongo que pensarán que voy a escribirles sobre un tradicional viaje familiar en navidad, de esos que se programan con tanto entusiasmo y que han dado pie a una de las obras icónicas de la época, toda la saga de Mi pobre Angelito; y sí, pero no, el viaje de que quiero contarles comenzó el 24 de diciembre con una aparente e inocente oferta culinaria: “¿quieres una galletita?” Tomé la pequeña golosina y antes de engullirla me advirtieron que era “mágica”, su diminuto tamaño me hizo comerla sin el mínimo reparo, después de todo ya había probado la mariguana en un par de ocasiones –fumada- con efectos relativamente sedantes y placenteros.
Habrá que contar que, decidimos en familia hacer un viaje por carretera a Cancún; ya habíamos hecho esta travesía hace cuatro años y a pesar de la enorme distancia (2100 kilómetros aproximadamente) lo disfrutamos pues no hicimos el tramo en un solo día, sino parándonos en distintos pueblos y ciudades; el paisaje es increíble, pues se trata de recorrer prácticamente medio país, desde el centro hasta la punta del cuerno y pasar por todos los ecosistemas desde el semi-desierto del bajío mexicano, la selva, el bosque, lagunas, ríos, mares y un maravilloso y largo etcétera que generan conciencia de qué tan grande y hermoso es este país.
Ya instalados en Cancún, decidimos acudir a los outlets de distintas marcas pues hacía mucho frío y estaba lloviendo, así que la playa fue cancelada como destino. No me gustan las compras, por lo que decidí esperar sentado en una banquita; algo no cuadraba bien del todo, se me movía un poco el piso, los sonidos eran demasiado fuertes y los sabores exacerbados. Caí en la cuenta de la galletita y se me hizo raro que habían pasado dos horas por lo que creí no habría hecho efectos. Craso error. El viaje fue terrible, después supe que se le conoce como “la pálida” y me agarró sentado en medio de un atestado centro comercial, tenía fe en que se me bajaría antes de que la familia lo notara ¡hasta que comencé a ver elefantes rosas! Ahí supe que no podría manejar. Entregué las llaves y me dormí en la camioneta. Vi y sentí muchas cosas, lo más divertido fue cuando creí que ya se me había bajado el efecto, y de repente me vi a mí mismo, sentado en una banca, meditando. Dos horas después de dormir profundamente, le dije a dios para siempre a Mary.
No hay palabras para describir lo maravilloso de este país, sobre todo su comida: Pastes y Barbacoa en Hidalgo; en Veracruz picadas, garnachas, tamales de cazuela y otros llamados canarios en Xico; los mariscos y pescados son de lo más variado, me fascinó el arroz con mariscos y unos ostiones en Coatzacoalcos delis-delis; saboreamos cuatro diferentes tipos de cochinita: yucateca, chiapaneca, campechana y veracruzana, ¡Dios salve a la cochinita! Pasando Acayucan, nos detuvimos como AMLO, por una piña picada y en jugo, en realidad esto no fue un viaje de placer sino el inicio de mi campaña presidencial. Tal vez la joya de la corona fue un mero como de 3 kilos que comimos a la tikin xic, espectacular ¡la comida es el alma de este país!
Recorrimos catorce estados, e igual número de ciudades, casi cinco mil kilómetros y pudimos añadir a nuestra lista de pueblos mágicos cuatro más; cerca de 400 litros de gasolina y múltiples casetas; compramos artesanías y productos de lo más variado: muñecas, cajas de madera, guayaberas, caracoles, lanchitas, imanes, blusas, playeras, café, toritos y todo lo que vendieran en los lugares a que llegamos. El problema es lo cansado de un viaje de esas magnitudes en tan pocos días (diez) llega uno muy agotado físicamente, puede que, para paliar estos dolores, como dijera Tex-Tex “Tal vez necesite un toque mágico, algo que en mi vida quizás me hará cambiar”.