Por mis ovarios, bohemias
Habrá tiempo, habrá tiempo
Para preparar un rostro para los rostros que halles;
Habrá tiempo para matar y crear
TS Eliot
¿Recuerdas la primera vez que nos besamos? ¿Y la última? Quisiera preguntarle. Las últimas veces en nuestras vidas son oportunidades. Así pienso este inicio de año. Tiene que pasar lo último de lo último para dar paso a lo primero de lo primero. Las últimas veces son como uróboros: se muerden su propia cola para retornar. Un ciclo eterno de las cosas. Una última vez que da paso a una nueva vez primera. Un ocho acostado. Un infinito. La idea de que el universo no tiene fin y la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. Una mordida grande de la serpiente a su cola, que se afianza para no soltarse.
La última vez que prendí un cigarrillo y miré con mis ojos anegados a la brasa que se consumía lenta frente a mí fue la última vez de muchas cosas, y después de eso vinieron muchas nuevas primeras veces. Este fin de año ha sido emocionante, no emocional. Estoy ansiosa por todo lo que veo que llega. No duele ni lastima. De hecho, mi cuerpo vive una placidez espeluznante, de esas que te hacen pensar que algo anda mal y que lo terrible no tarda en aparecer en tu camino porque ese bienestar es un garlito de dios. Esta tarde, de las primeras del año, di un amplio y vulgar bostezo de tranquilidad. Estoy muy ocupada sintiendo el primer frío intenso del año en el refugio de este invierno, que vanidosamente se asoma para quedarse por meses.
Todavía hay pensamientos que aún me destantean [como la brasa del cigarrillo] y que detecto en mi interior, pero son los menos de una larga cadena de imágenes indeseables que a veces llegan de último para extinguirse y entregar la estafeta a los nuevos pensamientos desagradables que estoy viviendo, o que vendrán, seguramente.
Son imágenes viejas que me molestan como lesiones pasadas en las rodillas y que el frío revive. Justo antes de esta ola invernal llegó una de estas ideas a mi cabeza y me sorprendió reconocer que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se alojó en mí. Y pasó pronto. Se fue así como llegó, y dediqué los últimos días del 2022 a reír y a hacer planes con la esperanza de que dios, el que sea, no se burle de ellos.
Las últimas veces son oportunidades para las nuevas, me repito. La última vez que usé un calzón desgastado antes de tirarlo (se sabe que me encanta lo cutre). La última vez que tuve un desayuno suntuoso. La última que usé tacones del 12. Que reí tanto junto con otros y otras, una risa compartida como orgasmo colectivo. Que amé tanto. Que fui tan feliz, eso que dicen es la felicidad y que traduzco en miradas largas, besos profundos y biendormir.
¿Recuerdas la primera vez que nos besamos? ¿Y la última? No necesito respuesta. A diferencia de la primera, la última se trató de un beso infame y triste. Seguro lo recuerda. Un último cigarrillo que se consumió a mi vista. No he vuelto a fumar. Respiro sin ahogarme. Pero llegaron todas las nuevas primeras veces para mí. Nuevos besos. Nuevos amigos y amigas. Nuevas posibilidades.
Las últimas veces en nuestras vidas son oportunidades. Así pienso este inicio de año. Por eso pienso en uróboros. El ciclo. El ocho. El infinito. Una mordida fulminante para iniciar otra vez. Se acabó el 2022. “Happiness. It comes on/ unexpectedly. And goes beyond, really,/ any early morning talk about it”, son versos de Carver, “Happiness hit her like a bullet in the back,/ struck from a great height by someone who should know better than that”, son de una canción. La misma imagen poderosa pasa por mi cabeza. Ya comenzó el 2023.
@negramagallanes