No nos puede ir peor que el que se fue, el 2023 va a ser mejor para todos, ya lo verá, señor, coincidieron en asegurar tres comerciantes de mi barrio a los que visité para desearles un feliz y próspero año nuevo. Rosa, Juan, y José no saben mi nombre, para ellos soy un hombre al que reconocen por sus hábitos de compra y que siempre se detiene para hacerles conversación, por educación y curiosidad, sobre todo genuino interés, invariablemente intento escuchar lo que me tienen que decir.
En la tienda de la esquina, Rosa me contaba una larga historia familiar que incluía abandono, violencia, alcoholismo y, finalmente, redención, gracias a la intervención divina; interrumpió en varias ocasiones su relato para atender a otros compradores a los que yo cedía el turno de pagar con el fin de seguir escuchando. Uno de los clientes alcanzó a oír la parte en que la señora hablaba con desprecio de las mujeres de la calle, la muchacha que había comprado una bolsa de frituras la estrujó al oír que Rosa sostenía que esas, ya sabe usted, las que se dedican al talón, son mujeres a las que no les importa destruir hogares con tal de salirse con la suya. La muchacha arrebató del mostrador su cambio y la compra, indignada por cómo una mujer de edad avanzada se refería a las trabajadores sexuales, si se hubiera quedado hasta el final se habría enterado que esa mujer pública a la que Rosa estigmatiza fue la heroína del cuento, a pesar de su oficio, ella sacó al pariente del alcohol y lo cambió por completo, se lo llevó a Monterrey y, años después, cuando regresaron a Aguascalientes, su propia madre no lo reconoció porque traía unos lindos botines boleados, pantalón de vestir, camisa planchada y el pelo corto.
Estoy convencido de que la muchacha de las frituras se contuvo para no gritarle a Rosa y reclamarle por ofender a otra mujer, por negarle sus derechos a las trabajadoras sexuales, era tal su enojo que prefirió irse. También estoy convencido que la dueña de la tiendita no se da cuenta de la forma tan despectiva con que se refiere a la mujer que convirtió en un buen hombre a su pariente y que en la historia que me contó, los méritos son todos para la mujer de la calle y pocos o ninguno a la intervención de la Divina Providencia.
Por lo que creo no comparto el desprecio de Rosa por las trabajadoras sexuales, si tuviera que defender mis opiniones frente a la señora de la tiendita, seguramente la reconvendría de la manera más amable para indicarle que no se puede descalificar así al otro, mucho menos cuando la conclusión de su historia contradice sus prejuicios; sin embargo, me quedo a escuchar, porque el cambio que merecemos, no radica en ganar la discusión sino en atender todas las voces para crear un mundo donde todos podamos convivir.
A primera vista, la historia de redención escuchada, no me sirve de nada, no me es útil, sin embargo, Rosa me la cuenta, es decir, me tiene confianza, a pesar de que soy un señor que tiene el pelo largo y la mayor parte del tiempo me visto de manera informal, mi apariencia no corresponde al modelo de rectitud varonil que tiene la señora de la tiendita, entonces escucharla sí es útil, porque como la escucho, ella tiende un puente y me transformo en el otro, alguien con quien se puede entender.
La crisis de la democracia, asegura Byung-Chul Han en Infocracia, es ante todo una crisis del escuchar, el filósofo asegura que el otro está en trance de desaparecer, “la desaparición del otro significa el fin del discurso. Este hecho priva a la opinión de la racionalidad comunicativa. La expulsión del otro refuerza la compulsión autopropagandística de adoctrinarse con las propias ideas. Este adoctrinamiento produce infoburbujas autistas que dificultan la acción comunicativa. Si la compulsión de la autopropaganda aumenta, los espacios del discurso se ven cada vez más desplazados por cámaras de eco en las que la mayoría de las veces me oigo hablar a mi mí mismo”.
En la vinatería no compré nada, sólo pasé a desearle a Juan un próspero año nuevo, el empleado no se sorprendió, ya en otras ocasiones hemos estado en la misma situación, así que sólo conversamos un rato y ahí encontré que coincidía con la mujer de la tiendita y el hombre de la panadería en que el 2023 no puede ser peor que el año que acabó, confían en la novedad, asumen que la pandemia no se va a repetir y, extrañamente, en que ya falta menos para que se acabe el gobierno de la Cuarta Transformación, menos tiempo para que siga haciendo sus desastres, ya sabe quién, me dijo José.
Escéptico, no creo que baste la novedad para que se terminen nuestros males, tampoco considero que la multiplicación de las oportunidades en los días por venir asegure que nos irá mejor, justo por la crisis del escuchar que señala Byung-Chul Han, por esta compulsión individualista que cancela, rechaza, agrede, ignora y violenta al otro, niega su existencia y se encierra en sí misma, condenando a la dispersión, masa compuesta por millones de egoístas que únicamente se escuchan a sí mismos perorando su verdad.
Por educación, sobre todo por convicción, creo que la única vía para crear el mundo mejor que nos merecemos parte de acciones radicales: escuchar antes que opinar. Próspero 2023, ánimo, salud y democracia.
Coda. Hay quien suele emplear tallos de milenrama o monedas chinas para explorar el I Ching, en mi caso me guía la memoria para la consulta de mi libro oracular, Piedra de Sol, de Octavio Paz:
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida -pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos-
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
@aldan