Esta es la historia de una joven de 24 años, que estudia ingeniería industrial y lleva toda su vida aferrada al automovilismo. Actualmente conduce autos y tractocamiones de carreras. Para Majo Rodríguez, las limitantes económicas –competía con vehículos prestados y reciclaba las llantas que otros desechaban– han sido igual de difíciles al machismo que sortea desde que corría en esos carros pequeñitos de Go Karts. “Me enfrenté a discriminación, comentarios machistas de los mismos fans, de los medios de comunicación… Todavía hay a quien no le gusta que las mujeres estemos en la pista”.
La historia de la piloto profesional de autos y tractocamiones de carreras Majo Rodríguez comienza en la cuna, cuando era una bebé a la que le brillaban los ojitos al ver los coches. Los de manos o de pedales eran sus regalos favoritos.
Hija de un mecánico que se esforzó por ser ingeniero, cuyo trabajo era arreglar y modificar autos de carreras, conoció a los pilotos que los conducían e invitaban a la familia al autódromo de Puebla. La niña creció viendo los coches rodar, escuchando el rugido de sus motores y maravillada con el olor a gasolina y llanta quemada.
Siempre le causó curiosidad que los pilotos eran hombres, también los aficionados que les aplaudían y los ingenieros que cuidaban de los bólidos. Pero una vez vio un auto rosa. Ella tendría unos cuatro o cinco años. Por el color infirió que era de una mujer. Nunca supo si sí o no, pero pensó: “Una mujer piloto”. A la edad de ocho, sin más reparo, le soltó a su papá: “Quiero ser piloto”. Sorprendido, al señor Rodríguez le agradó la idea de que, en su familia nuclear, integrada sólo por mujeres, una quisiera incursionar en los autos.
Lo más pequeño que existe en el automovilismo es la categoría de los Go Karts. Su papá le rentaba a Majo un kart con un motor de 50 centímetros cúbicos, los que usan las podadoras de pasto. Se trata del puro chasis con puntoneras (las defensas que lo rodean), las llantas, un pedal para acelerar y otro para frenar y el motor que se ve como un simple cuadrito. Su coche no rebasaba los 20 kilómetros por hora, pero la chamaca se ilusionaba nomás agarraba el volante. En los kartódromos sentía una mezcla de sensaciones y emociones que la llevaron a decretar: “Quiero esto para toda mi vida”.
El primero en darse cuenta de su talento fue su papá, quien se la llevaba al autódromo de su natal Puebla para probar los coches en los cuales trabajaba. Majo era su copiloto. En una ocasión la invitó a manejar. Ella nunca lo había hecho y al sacar el embrague el carro se le apagaba, pero ya que agarraba vuelo seguía a la perfección el trazo de la pista y tomaba bien las curvas.
Higinio Cabiedes, un piloto mexicano reconocido, la vio y le preguntó si ya manejaba coches con transmisión estándar. La respuesta era obvia, con trabajos tenía 11 años. “Le das muy bien, tienes posibilidades. ¿No te gustaría hacerlo de manera profesional?”, le preguntó. Le sembró la idea en la mente. Su ilusión alcanzó el cielo.
En 2012 le llegó la oportunidad. La Federación Mexicana de Automovilismo (Femadac) echó a andar el proyecto llamado Un Mexicano Rumbo a la Fórmula 1, que consistía en reclutar a menores de 12 a 15 años para ponerlos en manos de especialistas durante cuatro días al mes; en uno de ellos tenían que participar en una carrera para demostrar lo aprendido. Majo Rodríguez asistió a la convocatoria en Cuautla, Morelos, a donde llegaron 120 pilotos de todo el país, sólo dos eran mujeres. Entre los 25 finalistas ella quedó seleccionada.
“No nada más era subirte al kart, calificaban tu imagen, relaciones públicas, psicología, que supieras de mecánica, de preparación física, del simulador y que sacáramos buenas calificaciones en la escuela. El proyecto duraba un año, cada mes teníamos que ir a una sede distinta. Ahí tuve mi desarrollo como piloto: cómo pararme ante el público y en el podio, cómo dar autógrafos, cómo pedir patrocinio.
“Como era un proyecto con gobiernos estatales y el gobierno federal, era algo barato, ellos nos daban el kart (que ya corría más rápido, pues el motor era de 125 centímetros cúbicos). Nosotros pagábamos el traslado de nuestra ciudad hacia donde nos reclutaban, los papás nos dejaban y nos veían el domingo en la carrera. Así inició mi trayectoria como piloto profesional, nos daban la licencia de la Femadac que nos certificaba para participar en carreras profesionales.
“Esto duró hasta 2015, después ya hubo algunos temas de dinero y cada piloto llevaba su kart, entonces ya era más una pelea de carteras que de talento”, explica Majo Rodríguez.