Si la madurez moral se obtuviera naturalmente
con la edad, nuestro mundo sería diferente.
Los seres humanos nos encontramos sumergidos en un mundo lleno de costumbres, normas y reglas que orientan y dirigen nuestra conducta, es decir, cómo debemos comportarnos habitualmente en diversas y variadas circunstancias, y con ello hacer que prevalezca un orden y una armonía social. Estos hábitos tienen su origen en las costumbres que se van adquiriendo a lo largo de la vida. Durante la infancia los adultos inculcan a los menores obligaciones y deberes que éstos van poniendo en práctica de manera incuestionable y se cumplen para evitar una sanción o para recibir un reconocimiento (premio). Cumplir libre, voluntaria y racionalmente las normas no es un asunto que se desarrolle a la par del crecimiento biológico, es decir, a los niños se les inculcan una serie de costumbres y preceptos que les permiten ir introduciéndose en el mundo social, pero sin que ellos estén conscientes de los compromisos y responsabilidades morales que lleva consigo su cumplimiento o incumplimiento. No obstante, con el desarrollo biológico natural sí se va alcanzando cierto nivel reflexivo que posibilita a los seres humanos la capacidad de comprender y cuestionar por qué se debe cumplir con determinadas normas.
De acuerdo con el trabajo realizado por R. Hersh, J. Reimer y D. Paolito (2002), publicado en el libro El crecimiento moral de Piaget a Kholberg, los seres humanos vamos desarrollando progresivamente a lo largo de nuestra vida, la capacidad para hacer juicios morales y conducirnos con base en ellos. Este desarrollo implica un proceso progresivo en tres niveles de razonamiento moral subdivididos a su vez en seis estadios de desarrollo cognitivo. El primer nivel se denomina preconvencional, y caracteriza el razonamiento moral de los niños e incluso de algunos adolescentes; el segundo nivel, convencional, surge en la adolescencia y permanece predominantemente hasta la edad adulta; y el tercer nivel, postconvencional, se desarrolla en la adultez y sólo en una minoría de adultos.
Con lo que respecta a los seis estadios del desarrollo moral, en cada uno de ellos el sujeto reconoce y va tomando conciencia de lo que está bien (preconvencional estadios 1 y 2), las razones para comportarse socialmente bien (convencional estadios 3 y 4) y la perspectiva trascendental de su comportamiento moral (postconvencional estadios 5 y 6). En el estadio 1 el niño supera su egocentrismo y cumple las órdenes para evitar el castigo corporal, además cree que todo aquel que se porta mal debe recibir también un castigo. En el estadio 2 descubre que ciertas órdenes son flexibles y que no es necesario cumplirlas tal y como se indicaron, además surgen sus primeras ideas de la justicia, las cuales implican que todos deben tener una porción igual de algo que se reparte, así como igualdad de oportunidades para intentar algo. En el estadio 3 (etapa preadolescente o adolescente) se modifica la perspectiva egoísta e individual por una social en la que se consideran ya no sólo los intereses concretos de los individuos, sino los grupales y sociales, además la conducta y el juicio moral adquieren significado con base en lo que el grupo y la sociedad esperan de cada uno de sus miembros. En el estadio 4 se desarrolla la capacidad de adoptar la perspectiva de todo el sistema social, es decir, tener en cuenta los intereses de grupos distintos al propio; sin embargo, la moralidad se ve como un sistema fijo de leyes y creencias, lo cual implica no dar mucha validez a otras posiciones sin ver amenazadas las propias. Los estadios 5 y 6 son alcanzados generalmente después de los 20 años de edad y son ante todo una derivación filosófica. El estadio 5 surge frente a una posición relativista adoptada por la persona tomando como base el contrato social de cada comunidad, pues se da cuenta que las normas son inoperantes en determinadas circunstancias, lo cual justifica a los individuos a incumplirlas en situaciones extremas diversas (mentir para salvar a un amigo; robar para alimentar a sus hijos; oponerse a la destrucción de un bosque amarrándose a un árbol, obstruir el paso en vías de tránsito para exigir ser escuchados, etc.); pero sólo en estos casos las personas que alcanzan este estadio positivamente relativizan la oposición o el incumplimiento a la norma, es decir, no es una constante en sus vidas oponerse a las normas, más bien, cuestionan, razonan y valoran el resultado moral, real o potencial, de la acción. El nivel 6, estadio reservado casi exclusivamente para los filósofos, surge a partir de que no se juzga la conducta con base en el cumplimiento o incumplimiento de la norma, sino de deberes morales categóricos, es decir, más que juzgar y valorar el hecho fáctico, una persona en este estadio reflexiona, analiza y justifica el por qué y el para qué de las normas, su sentido y razón de ser, y en determinado momento lo que debe de hacerse y que como tal está por encima de las normas.
Como podemos ver, de acuerdo con este estudio, el desarrollo de la capacidad para evaluar y juzgar la conducta moral, no va aparejada con el desarrollo biológico natural, es decir, no se debe suponer que porque una persona ya llegó a determinada edad, o incluso a un determinado grado escolar, por lo tanto, tiene desarrollada la capacidad de comprender con plena conciencia por qué algo es bueno o es malo; es decir, entender de manera plenamente consciente las implicaciones de las normas y las repercusiones de su cumplimiento o incumplimiento.
La capacidad para poder discernir lo anterior implica un cierto desarrollo cognitivo que posibilite a las personas a emitir juicios morales objetivos, los cuales deben caracterizarse por el distanciamiento personal y grupal de los hechos que se juzguen. Por tanto, es necesario considerar que no se le puede pedir o exigir a todo mundo una elevada capacidad de reflexión moral, pues, la mayoría de los adultos sólo alcanzan el estadio 4, razón por la cual se ven imposibilitados para elaborar un análisis reflexivo más profundo y abstracto de la problemática moral, debido a que su pensamiento enfoca su atención en la resolución de los problemas prácticos inmediatos apoyándose en los lineamientos morales tradicionales de su comunidad.
En la siguiente entrega aplicaremos estas teorías a las actitudes ambientales que muestra la ciudadanía en su actuar y con base en ello mostrar los niveles y estadios en que se encuentran algunos ciudadanos.