Incivilidad argumentativa en contextos públicos/ El peso de las razones  - LJA Aguascalientes
01/04/2025

En ocasiones buscamos ganar una discusión, pero no por el mero hecho de ganarla, sino con el objetivo de promover bienes epistémicos a otra escala (es decir, conocimiento, creencias verdaderas, etc., en una audiencia). En estos casos nos comportamos como adversarios de nuestros interlocutores, y esto puede dar lugar a fases argumentativas poco civilizadas. Podría pensarse que en estos casos adoptamos una forma estratégica de adversarialidad (como la estrategia del abogado del diablo). No obstante, en las argumentaciones en las que se presenta este tipo de comportamiento hay desacuerdos genuinos con nuestros interlocutores; además, esto no sólo debe acotarse a una fase de la argumentación. Es por ello que podemos llamarla de manera más precisa adversarialidad como medio.

Para situar este tipo de adversarialidad pensemos en el tipo de discusiones que se presentan entre científicos y pseudocientíficos. Los primeros, con buenas razones, suelen estar preocupados por las terribles consecuencias que ciertas pseudociencias y pseudoterapias puedan tener en la salud de la población. Ven, no sin acierto, que es su responsabilidad el combatir públicamente el constante incremento de tratamientos e intervenciones que ponen en riesgo la vida de las personas. ¿Cómo deberíamos dialogar con personas que cuestionan la autoridad de los robustos consensos al interior de la comunidad científica?

Atendamos por un momento al inicio del Primer manifiesto mundial contra las pseudociencias en la salud: “Seamos claros: las pseudociencias matan. Y no sólo eso, sino que son practicadas con impunidad gracias a las leyes europeas que las protegen. Matan a miles de personas con nombres y apellidos”, y continúa señalando que “el conocimiento científico no puede doblegarse ante los intereses económicos de unos cuantos, máxime si eso implica engañar a pacientes y vulnerar sus derechos”. El Primer manifiesto es un ejemplo claro de una adversarialidad como medio. No es un texto en el que brille la civilidad, y tampoco es un texto que busque cooperativamente la obtención de bienes epistémicos. Busca, por el contrario, exhibir a pseudocientíficos y charlatanes, no entablar un diálogo cooperativo con ellos. Busca que pierdan la discusión pública. No obstante, no es ésa su intención primaria, sino otra: que las personas no confíen en las falsas expectativas que prometen las pseudoterapias y que dejen de creer en los supuestos en los que se basan.

A pesar de que la adversarialidad de medio parece una estrategia socialmente responsable en muchos casos, puede con facilidad convertirse en una estrategia que disfrace otro tipo de comportamientos. En breve, cualquier individuo con fuertes convicciones sobre casi cualquier cuestión puede usarla siempre que discuta, ya que consideraría que es su deber combatir las creencias falsas de los demás (i.e., cualquier creencia que sea opuesta a las suyas) para hacerles un bien epistémico, tanto a ellos como a cualquier audiencia presente o potencial de su intercambio comunicativo. Es por ello por lo que la adversarialidad como medio debe ser evaluada en cada caso: será benéfica cuando el consenso generalizado basado en la evidencia nos haga sospechar que estamos frente a una creencia falsa; pero también cuando tengamos buenas razones para considerar que dicha creencia falsa es riesgosa para la sociedad.

mgenso@gmail.com


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